Los Conventos Femeninos en Querétaro

Arquitectura Religiosa en

Santiago de Querétaro  

Jaime Font Fransi   

Desde su fundación en 1531, la arquitectura religiosa jugó un papel muy importante en la conformación urbana de Santiago de Querétaro. Tanto el clero regular como el clero secular, dejaron su huella a través de bellos ejemplos de templos y conventos que se fueron transformando una y otra vez hasta nuestros días. Franciscanos, carmelitas, dominicos, agustinos, jesuitas y otras órdenes, compitieron durante todo el periodo virreinal, y aún después, en realizar los más singulares e imponentes edificios de arquitectura religiosa. 

Ubicados en los mejores solares, calles y plazas, los templos con sus conventos y atrios le dieron a la ciudad, orden, proporción, ubicación, trazo, perspectivas y símbolos de identidad muy definidos. Su estado de conservación y relación con el contexto fue un factor muy importante para colocar a Santiago de Querétaro en el concierto de las ciudades virreinales mejor conservadas de América. Situación que le valió a partir de 1996, su inscripción en el listado del Patrimonio Mundial de la UNESCO.  

Con un sello eminentemente barroco de los siglos XVII y XVIII, y una clara influencia neoclásica y ecléctica, de los siglos posteriores, se levantaron imponentes templos con majestuosas fachadas, cúpulas, bóvedas, patios y torres que, a veces con un legendario sabor renacentista, y en ocasiones con un claro sello clásico, mudéjar y porfirista identifican el paso de las distintas y variadas sociedades que conformaron la cultura mexicana en el centro del país.    CONVENTOS DE MONJAS DURANTE EL VIRREINATO   Tan solo en la ciudad de México se edificaron veinte conventos de monjas durante el virreinato. Diferentes órdenes femeninas como las monjas concepcionistas, franciscanas, dominicas, carmelitas, Orden del Salvador, y la compañía de María los erigieron para dedicar su vida a Dios. De esos impresionantes conventos, solo cinco de ellos llegaron hasta nosotros mas o menos completos: Regina, Jesús Maria, Santa Inés, la Encarnación, y la Enseñanza (esta último, con una de las iglesias mas hermosas de México). Otros tres, la Concepción, Santa Catalina de Siena, y Santa Teresa la Antigua conservan su iglesia y algunos anexos. De otros seis, únicamente nos queda la iglesia y sin retablos, éstos son: Balvanera, San José de Gracia, Santa Clara, Corpus Christi, San Lorenzo y Santa Teresa la Nueva. Del resto, San Juan de la Penitencia, Capuchinas, Santa Isabel (hoy palacio de Bellas Artes) Santa Brígida y la Enseñanza Nueva, no nos queda mas que el recuerdo. Bueno, me falta uno más para completar los veinte, San Bernardo del que queda tan solo media iglesia (Tovar de Teresa, Guillermo, La Ciudad de los Palacios. Crónica de un patrimonio perdido, p. 83).  

Santiago de Querétaro, tuvo cuatro grandes conventos de monjas edificados durante el periodo virreinal y corrieron con una suerte semejante a los de la capital de la Nueva España. El primero en construirse fue el convento de Santa Clara de Jesús, a principios del siglo XVII del que solo queda el templo, algunos anexos y parte de las bardas. Santa Rosa de Viterbo, el más completo de los cuatro, cuenta con su claustro y convento que se han conservado hasta nuestros días, al igual que sus bardas atriales y un gran porcentaje de la pintura mural que permanece protegida bajo capas posteriores de pintura. 

Santa Clara de Jesús y Santa Rosa de Viterbo, afortunadamente aún cuentan con la mayoría de los retablos barrocos elaborados por destacados maestros ensambladores de la época.  

San José de Gracia antes Hospital de la Limpia Concepción, conserva su iglesia y parte de sus anexos. 

Del convento de Capuchinas o reales colegios de San José, hoy Museo de la Ciudad permanecen; aunque alterados, la mayoría de sus espacios.  

Un quinto convento de monjas, aunque ya del neoclásico, sería Dulce Nombre de Jesús, que conocemos como Teresitas, sobre la calle de Reforma, y cuyo proyecto se atribuye a Manuel Tolsá, el arquitecto más prominente de la corriente neoclásica en nuestro país. 

De los cuatro primeros conventos de monjas del periodo barroco, el más afectado fue sin duda, Santa Clara de Jesús. El área que llegó a ocupar el convento poco antes de su demolición, fue de 24, 874 m2 de área total (el equivalente a cuatro manzanas) y con 643.17 metros de perímetro (Font Fransi, Jaime, Arquitectura franciscana en Santiago de Querétaro, 121-147 pp.) 

El convento perdió durante la segunda mitad del siglo XIX más de un ochenta por ciento de sus espacios, que incluían toda la zona destinada a las celdas de las monjas, el claustro y una gran parte del convento y sus bardas.  

Actualmente estas áreas son el Jardín Guerrero realizado por el gobernador Truchuelo en 1922, la calle 16 de septiembre, el cine Alameda realizado por el arquitecto Crombe en 1949, casas habitación, comercios, oficinas y el callejón de Matamoros que es la única callecita que nos queda de las muchas que tenía el interior del convento.   SANTA CLARA DE JESÚS Y SANTA ROSA DE VITERBO   Aún existiendo una centuria de diferencia entre la edificación del conjunto femenil de Santa Clara de Jesús y el de Santa Rosa de Viterbo, ambos jugaron un papel muy importante en el desarrollo urbano y social de la ciudad de Santiago de Querétaro.  

Primero, las monjas clarisas llegaron a Querétaro en 1607, ocuparon un primer edificio que estaba ubicado en Pino Suárez y Juárez, luego en 1633 se cambiaron a su nuevo convento, y estrenaron el primer templo comenzado por Francisco de Chavida (Mina Ramírez Montes, Francisco de Chavida. Su obra arquitectónica en Querétaro. En: Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, n° 57, 91-99 pp.). 

En 1666, se cambiaron a uno nuevo, construido por el introductor de las cubiertas de bóveda en la ciudad, José de Bayas Delgado (Jaime Font Fransi, Op. Cit., p. 138). Posteriormente, se desarrolló toda una constelación de celdas, capillas, y diversos espacios arquitectónicos y urbanos que ocuparon el equivalente a cuatro manzanas en el corazón mismo de la ciudad.  

En el caso de Santa Rosa de Viterbo, en 1717 se tiene noticia de la dedicación de un retablo, el de Santa Rosa, el cual, se colocó en la antigua capilla, que se había agrandado dos años antes, en 1715, por el capellán Nicolás de Armenta (Josefina Muriel, Crónica del Real Colegio de Santa Rosa de Viterbo, p. 9). 

Finalmente, llegó la real cédula para la fundación del Colegio en 1727 (Idem). Más tarde, se contruye el templo y parte del conjunto conventual actual por el maestro Francisco Martínez Gudiño (Acuerdos Curiosos, p. IV:104) quizás el más importante arquitecto de ese siglo. Quien por encargo de Pedro Romero de Terreros (Mina Ramírez Montes, «Patrocinio, colección y circulación de las artes» en: XX Coloquio Internacional de Historia del Arte, p. 309-310) se terminó, al menos el templo, en 1752. 

Por algún tiempo se atribuyó la autoría de Santa Rosa de Viterbo a Mariano de las Casas, del cual lo único que sabemos es que lo dibujó y en todo caso, participó en su diseño.  

Como podemos corroborar en sus memorias publicadas por el arquitecto celayense Tresguerras: «Las monteas y trazos que se hicieron para fabricar la iglesia y colegio de Santa Rosa fue rayado por mi misma mano» (Tresguerras, Ocios Literarios, s. p. Citado también por Manuel Septién, La plaza Mariano de las Casas, 1964, s. p. Y por Josefina Muriel en: Crónica del Real Colegio de Santa Rosa de Viterbo, p. 12). 

De hecho, tenemos escasas noticias del que fuera un gran diseñador y constructor de órganos en la ciudad. De igual manera, poco sabemos acerca de éste gran conjunto arquitectónico. En diversos trabajos de restauración se han encontrado muros con variadas policromías bajo el edificio existente, lo que nos revela que hubo otros edificios anteriores al que conocemos.  

De esta manera, Santa Clara tuvo un crecimiento urbano interno, basado en subdivisiones y cambios constantes en el corazón mismo de la ciudad. En cambio, Santa Rosa fue de sobreposiciones, provocando un crecimiento externo hacia el sur del área urbana. Las monjas de Santa Clara por su parte, trataban de ganar espacios, subdividiéndolos, aumentando segundos niveles, comunicándolos con estrechos pasajes y pequeñas plazas al interior de su conjunto que por la céntrica ubicación, y de acuerdo a la segunda regla de las clarisas, la clausura, estaba bardado, y por lo tanto, delimitado perimetralmente.  

Las religiosas de Santa Rosa, por su parte, además de tener un crecimiento mucho más libre de su convento y huertas, trataban de ganar altura, dejando como base, los escombros de sus edificios anteriores, seguramente para tratar de evitar las molestas inundaciones, por lo bajo de su ubicación, al sur de la ciudad, como después sucedería con una de las últimas y mas importantes obras del siglo XIX: La Alameda Hidalgo (Guillermo Boils Morales, Arquitectura y sociedad en Querétaro, p. 185) proyecto del agrimensor Mariano Oriñuela. Este solar de esparcimiento social sufrió durante más de un siglo de inundaciones, hasta que se le colocó el cárcamo que tiene actualmente, que controla los volúmenes de agua que ahí confluyen. 

Sin duda, éstos grandes conjuntos fueron definitivos para la formación urbana de la ciudad. El comercio, la salud, la educación, gran parte de la economía, y un fuerte control territorial y del agua giraban alrededor de ellos. Sin duda, éste insustituible patrimonio religioso que hemos heredado las generaciones actuales en Santiago de Querétaro es uno de los más prominentes de México, y un ejemplo de sobrevivencia y autenticidad monumental. Sólidos representantes de la historia y dignos ejemplos de las sociedades que los produjeron.