Una relexión Nahua desde La Huasteca

Una reflexión nahua desde la Huasteca veracruzana   “No vamos a dejar que un mundo loco nos devore”   

Faustino Hernández Ramírez / Alfredo Zepeda 

Hojarasca 

La Jornada   La palabra que voy a decir puede parecer demasiado simple, porque la vida del siglo veintiuno se ha vuelto complicada. Ahora, la gente de los pueblos indígenas todo el tiempo se pregunta por qué suceden tantos problemas nuevos: la contaminación, el fin de la energía que mueve los motores de gasolina, la angustia por ganar salarios grandes, la prisa que enferma del estrés, la tecnología que muere como las flores de mayo para dejar el lugar a nuevos inventos por comprar. Todo el tiempo andamos persiguendo el dinero, y tenemos que hacerlo cada uno por nuestro lado, regados por todo el país, porque ya parece que juntarnos a vivir es como perder el tiempo. 

La vida con raíz, la que siempre había sido, la que mantiene vivo al pueblo náhuatl, que es mi pueblo, tiene pocos pilares, pero son pilares fuertes, como los horcones de una casa campesina. Es como decían los abuelos: el mundo es de tierra, de agua, de lumbre, de viento y de maíz, que son seres vivos como nosotros, que son nuestros padres. Con eso la gente vivió por muchos miles de años. Y Toteco, el Dios que está cerca y junto se preocupó en dar lo principal, y nos dejó la tarea de ayudarle a completar, con nuestras manos y con el machete. 

Así ahora los viejos, los Tata, los Huehuentzi, todavía nos ayudan a pensar las cosas principales, con las que podemos vivir como personas verdaderas. 

Lo primero que existe es una fuerza. La fuerza no es la que cada uno tiene. Ni la que tiene por su propio esfuerzo. Un náhuatl verdadero sabe que de por sí mismo no tiene ningún valor, no puede presumir de nada. No pide agradecimiento. No busca premios. La fuerza viene de adentro, como si no es de uno, sino que el único que levanta, empuja, jala es el Dios Toteco. Pero además, la fuerza no la da Toteco Toteotzin Dios a cada uno por separado, sino a todos juntos en una comunidad. Por eso, cuando alguien se separa, anda como no sabiendo a dónde, todo el tiempo se equivoca, no tiene su lugar en el mundo. Cuando hablamos de fuerza, hablamos de la comunidad. “Nama to altepe mo chicajtoc: Ahora nuestra comunidad está fuerte”, decimos. Es como un cálculo que todo el tiempo andamos pensando: la comunidad tiene fuerza, todos estamos bien. La comunidad anda floja, cada uno no anda bien. 

Bien se puede decir que todavía existe esa fuerza, y a todos nos da mucho miedo que se pierda porque alrededor vemos muchos cambios que nos marean. Nosotros decimos comunidad a la que vive en el lugar donde uno nació o donde nos dieron permiso para vivir. La fuerza comunitaria se puede reconocer en el trabajo común, en el respeto, en la autoridad comunitaria y en las fiestas.   Sin el trabajo en común no existe la comunidad. También es así entre los pueblos oaxaqueños, que le llaman tequio, entre los otomíes de Texcatepec e Ixmiquilpan, entre los tepehuas de Pisaflores y Chintipán. En la faena todos se ayudan y sobresale la comunidad con los trabajos que está haciendo cada uno. Si falta agua o si está sucia, por ejemplo, se hace una faena y en un día, o en medio día, se hace la limpia de los pozos y también se arreglan los caminos que llevan al pozo para que las señoras no tropiecen cuando van a traer agua.  

La costumbre que nos llega de antes es que la milpa se hace rápido porque existe el gran trabajo común de la mano vuelta, que le decimos tlepanilistli. Se juntan veinte, hasta treinta en grupos diferentes para sembrar el mismo día lo de una persona y luego por orden los de las demás. Escardan, doblan, cosechan, limpian, y en el tonalmil igual para tener maíz todo el año. 

La raíz está viva porque así se sigue haciendo. Decimos “hay que ir a sembrar, tenemos un terreno, hay que sembrar en común”. Se van sumando a hacer milpa y de esa milpa se comparten los elotes y luego el maíz, parejo, todavía igual que antes. Se mantiene abierta la mente para no perder el valor del pensamiento y del trabajo común. La raíz no se puede morir, porque los abuelos ahí están todavía y la gente está despertando. 

Los peligros vienen de los programas del gobierno, que relaciona el pago con el trabajo que han de hacer los que reciben las migajas que reparte. Ahora la gente dice: que trabajen los que reciben Oportunidades o beca para la escuela de los niños. El trabajo común pierde fuerza por esa interferencia de los que no saben que el trabajo común es por acuerdo y no por imposición de afuera. Antes del Progresa, los trabajos de todos modos se hacían. Pudimos levantar la campana entre todos, hicimos la iglesia, hicimos la galera, hicimos la cancha entre todos y nadie nos pagaba. Esa memoria es la que tenemos. Y escuchamos que la gente dice: “por qué no lo hacemos, sin que esperemos que nadie nos pague”.   En la fiesta se compone el mundo. “Si solamente trabajamos y comemos es como si viviéramos dormidos”, dice Zacarías Reyes, de la comunidad de Micuá. La fiesta es mucho más de lo ve la gente que no conoce la costumbre. El 3 de mayo, en la fiesta de Santa Cruz, desde cuando se acuerda mi abuelo, viene mucha gente de Coacoaco, de San Gregorio, de Ilamatlán, de Chahuatlán, Amatepec, Xococapa, de todas la comunidades ahí cercanas. Entre mejor sale la fiesta, mejor se compone el mundo, más fuerza junta la comunidad para seguir viviendo. Son días especiales que son como una escuela para que los niños se den cuenta que lo más grande se hace entre todos.  

La fiesta es también mucho trabajo, pero el trabajo y el gusto van juntos cuando se hace en la comunidad. Y no se hace sin el respeto a la gente y a la madre tierra. Si es la fiesta del elote, es agradecer los primeros frutos y es con el trabajo de todos, unos deshojando los elotes, otros vistiendo los que se ponen de ofrenda, y los niños acarreándolos desde la milpa temprano y todos coordinados por la autoridad. La fiesta se pierde cuando el diablo entra a alterar el corazón de alguno y se arma el pleito o los balazos. 

Las fiestas se debilitan con los partidos y las religiones. La división en la comunidad a veces es necesaria por un poco de tiempo, cuando una parte de la gente ve que hay que independizarse de los caciques priístas y otros no quieren porque están acostumbrados a vivir bajo su tiranía y su protección. Pero la división de los partidos se alarga después de las elecciones. Los priístas tienen la costumbre de mandar. Cuando pierden, no quieren cooperar. Cuando las despensas se reparten por partido, los que no la reciben se niegan con razón a hacer la faena común. Es la división que han metido los programas de gobierno, desde el Progresa hasta el Vivir Mejor de ahora, desde el Procede hasta el Procampo. Los que no reciben, los que quedaron peleados entre sí, se apartan. Los gobiernos fingen que no dividen, pero están decididos a matar la comunidad.    

“Todo está encarrerado”, dice la gente. Hoy se nos está viniendo el mundo encima. Llegamos a un crucero donde se empalman dos caminos: uno, el de nuestra propia historia; otro, el de un modo de vivir que desbarata todo lo común, como el huracán acaba con las parcelas. 

La otra cosa que tiene mucha fuerza es el respeto. Respeto se dice en náhuatl: tlepanelistli, ti tlepanitas, que quiere decir, tienes que verlo grande, no grande de ser un abuelo. La palabra quiere decir que tú debes ver a los demás como grandes, como algo  respetuoso, ya sea joven o sea niño, o niña o ya adulto. La gente está pensando que el respeto se está modificando. Se cree que por la televisión, cuando llegó la luz eléctrica. Que hasta en las caricaturas para niños muestra mucha violencia y gritos. Otros dicen que es por la carretera, que jaló a los jóvenes para otros lados. 

Juanita Herández Patricio, de Ama­tepec, nos dijo cómo ve una mujer náhuatl los contrastes de la vida: “La gente ahora está como muy agilizada en buscar dinero. No tengo dinero, no tengo para mis chiles, para la cebolla, préstame dinero. Van a otra comunidad, consiguen, o trabajan. Van los hombres a trabajar de chalanes en Pachuca, en México y se regresan en un mes. La gente está presa por la urgencia del dinero, como que ya no vive su libertad de antes: que iba al trabajo, traía unas hierbas para su puerco, una costalilla de maíz, traía unos quelites para las guajolotas, una sandía para refrescar la tarde, y ya se ponían a tomar café. No. Ahorita tienen que llegar a las 3 porque hay una reunión de Procampo, hay una reunión de Proárbol, o la de Servicios Ambientales. La gente se va a la milpa para nomás regresar a una junta que no hubo, porque el de la Sagarpa no llegó. Y ya perdió medio día de trabajo, ni trajo leña, ni trajo café para la casa. Y no acarreó maíz porque ya se le estaba haciendo tarde para la reunión de no se qué de padres de familia, para urgir la compra de los uniformes y pago de cuotas, porque, dicen, la educación es gratuita, pero de todos modos cuesta”. 

Los que se sienten dueños del mundo, los que no piden permiso para matar, convirtieron el mundo en el que hoy vemos. No se desbarató solito. Nosotros junto con la gente decimos que otro mundo es posible, porque ya sabemos como estaba, antes de que nos lo cambiaran.  El mundo está al revés, patas arriba, como dice Eduardo Galeano. Lo que comemos en vez de que nos dé fuerza nos da debilidad. Dicen que antes los abuelos tenían mucha fuerza, podían levantar un tronco de encino entre dos y ahorita nosotros los chavos ya no los aguantamos porque llegó la chatarra: “que me compro una maruchan, que mastico churrumais”. Antes eran unos chiles que se daban ahí en el terreno, unos tomates chiquititos, cebollines y yuca, calabaza, camotes y caña de azúcar. El elote se comía crudo: decían los señores “este da más fuerza porque no se la han quitado; cómete este quelite para que crezcas fuerte, éste es para que no te dé la enfermedad”. Y en una milpa puede haber cuarenta clases de quelites.   

Más tormentas se avecinan. Estamos viendo las nubes que vienen de atrás de la barranca. El pri quiere volver a tomar fuerza, y nos dicen los gobiernos que la comunidad ya no vale. Los vientos nos empujan a trabajar al otro lado, no en común tequitl, sino para lavar carros en Nueva York o pelar pollos en Carolina. 

Existe la fuerza, aunque está en riesgo de debilitarse. Ese riesgo nos hace pensar a muchos en el pueblo mexcatl que nuestra fortaleza es actuar como antes, que nuestra costumbre se debe reforzar. Nos acusan de que no estamos abiertos al progreso, que queremos refugiarnos en nuestro rincón. Pero no. Estamos haciendo doble trabajo: mantener la comunidad y el trabajo colectivo que es nuestra fuerza, y enfrentar el mundo agitado que se nos viene encima. No le tenemos miedo a las máquinas ni a las tecnologías. Estamos aprendiendo a aprovecharlas. Pero no vamos a dejar que un mundo loco nos devore. 

Vemos que la comunidad no se pierde y hasta recupera fuerza ante las amenazas. La misma carestía nos dice que hay que sembrar más maíz. Los campesinos indígenas somos los que más podemos sobrevivir porque sabemos cultivar todo lo que comemos, y hasta enredar los hilos de algodón para hacer la ropa.  

Casi nos da más miedo por la gente de las ciudades que no sabe lo que va hacer cuando se le acabe el dinero. El pueblo náhuatl somos y vivimos aquí desde hace mil quinientos años, juntos con los otomíes, tepehuas y tenek. Es la base de lo que llamamos resistencia. Que no es solamente esperar sin moverse. Resistencia es reflexionar, hablar, defenderse, compartir con otros lo que cada pueblo en su territorio obtiene, los de la Huasteca con los de la Sierra, aumentar lo que nos ha mantenido como pueblos fuertes.   

Faustino Hernández Ramírez es  coordinador de Radio Huayacocotla, La Voz de los Campesinos, radio comunitaria de la Sierra Norte de Veracruz. Una versión más extensa se publicó en la revista Christus 769, noviembre-diciembre de 2008, México.

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