La Martiniana

¡Cántame la Sandunga, hay mamá! ¡No me llores, no!

José Félix Zavala

El hijo de los Binni Zaa, el hijo de Ixhuatán, el hijo de las cinco sangres, el hijo del grito, el hijo del parto de Martina, el compañero de Alfa, el padre de Cibeles, Andrés Henestrosa Morales, al son de “La Martiniana” dio cuenta de su raza y del dominio de una de las lenguas americanas mas hermosas, el Zapoteco, desde el inicio hasta el término de su existencia de ciento un años: “Pienso y maldigo en zapoteco”.

A su llegada a la ciudad de México en la década de los 20 del pasado siglo, apenas dominando el castellano y en virtud de su talento netamente zapoteco, entró al mundo del arte, la literatura y la política.

Su experiencia centenaria le decía que el hombre tiene un alma y un corazón por cada lengua que habla; Con una visión clara y una honda percepción de ser indio en este país

“Niña, cuando yo muera/

No llores sobre mi tumba, /

Canta sones alegres, mamá, /

Cántame La Sandunga//

No me llores, no, no me llores, no, /

Porque si lloras yo peno. /

En cambio, si tú me cantas/

Yo siempre vivo, yo nunca muero”.

Hace 20 años, cuando estaba escribiendo la biografía de Manuel Gamio, y en los archivos encontré una cartita que le mandaba Alma Reed, invitándolo a comer a su casa, con Andrés Henestrosa.

En 1936, el jueves 18 de julio –día en que cae la República en España– Andrés Henestrosa, fue becado por la Fundación Guggenheim para realizar estudios acerca de la significación de la cultura zapoteca, por lo que sale del país a Estados Unidos donde conoce al antropólogo Franz Bloom, a quien, al volver a México le presenta a Gertrude Duby, la gran pareja de la Selva Chiapaneca y ella fundadora de la casa NAA BOOLOOM.

También en estos tiempos frecuenta a Renato Leduc y Juan de la Cabada, con quienes comparte la vida bohemia y trasnochada. Trata familiarmente a Diego y Frida, a Rosa y Miguel Covarrubias, a quienes acompaña en sus viajes al istmo de Tehuantepec.

 “Donde las mujeres visten almidonadas enaguas que revolotean al compás de las notas musicales de La Sandunga o La Llorona y bailan cadenciosamente con gracia y donaire elevándolas y luciendo sus más caras joyas”.

Alfa fue su compañera de aventuras, su apoyo y pilar de su casa, poblada de innumerables libros, cuadros, ecos y huellas de amigos entrañables, como Miguel Covarrubias y Pablo Neruda.

Escribe más de 20 mil artículos en columnas y secciones como “Alacena de minucias”, “Reloj literario”, “Divagar” en diarios como Novedades, Excélsior, El Universal, El Día, El Popular, unomásuno

Su labor de periodista esta ligada a su tarea como editor y bibliófilo. No sólo dirige y fundó revistas o colecciones como Neza, Didza, La letras patrias, Mar abierto, El libro y el pueblo, sino como editor también hace posible la serie de Bibliófilos oaxaqueños, la Colección Mar Abierto y los libros del Fondo Bruno Pagliai.

la tradición popular ha recogido sus poemas musicados, como La Martiniana, La Paulina, La Vicenta, La Ixhuateca, Los juchitecas: oro, coral y bambú, La Llorona, interpretados entre otros por Álvaro Guerra, el Trío Montalbán, Tehua, Susana Harp, Georgina Meneses, Lila Downs.

También sabía que Oaxaca no podía más: “Es una tierra maravillosa, llena de ríos, de montañas, y como dice la canción, ‘da el oro y la espiga, el mármol y el laurel’, rica en música, danza, ceremonias, allá hasta los entierros son alegres… “pero Oaxaca ya no puede más…”.

Entre lo más bello de la obra literaria de Henestrosa está su epistolario. En el orden político lo que el escritor siempre desea ser gobernador de Oaxaca. En alguna ocasión comentó: “creo que una buena administración pública vale más que la mejor novela”

Para Henestrosa ahí se juntan sus dos grandes repúblicas: la literaria y la política. En 1992 recibe el Premio Internacional Alfonso Reyes; en 1993, la medalla al Mérito Benito Juárez, entre muchos premios, reconocimientos y galardones. En 2001, Andrés Henestrosa entrega a la ciudad de Oaxaca su vasta biblioteca –unos 40 mil volúmenes.

“Pasó Grecia, pero quedó Homero. Los pueblos pasan, pero los hombres que dijeron una palabra hermosa, que dijeron una verdad, esos se quedan”.

La obra de Henestrosa “proyectó el alma y la belleza estética de los binni zaa, en sus páginas perviven la tradición clásica de la lengua española y lo inmortal de la lengua zaa.”

Para Carlos Montemayor la obra del autor ixhuateco formó parte de la renovación de la lengua española a escala continental, junto con Augusto Roa Bastos, quien se enriqueció con la lengua guaraní, y José María Arguedas, quien tuvo influencia del quechua.

A finales de septiembre de 2007, Andrés Henestrosa estuvo algunos días en Oaxaca y se enfermó. “Un día se quedó dormido y en ese sueño soñó que había muerto y cuando despertó  dijo:

Yo estuve muerto cuatro horas, pero yo quiero que no me dejen en Oaxaca, quiero que me lleven a México, donde está Alfa”.

Andrés Webster Henestrosa, nieto del escritor y secretario de Cultura de Oaxaca, indicó que la biblioteca que lleva el nombre del autor –con más de 40 mil volúmenes fue donada hace tres años al espacio cultural La Casa de la Ciudad.

Con motivo de su centenario, recordaba que hacía una década estuvimos en el Palacio del antiguo Arzobispado, festejando a “un joven que este año cumple 90”, mencionamos durante La Vela, fiesta Istmeña con que se le agasajó.

Unos cohetes partieron el aire sabatino, y enseguida el músico y cantante Feliciano Carrasco interpretó, sin su guitarra, a capela, en zapoteco y luego en español, el sublime son Guenda nabáani (La vida), más conocido como La última palabra.

Andrés Henestrosa había recorrido en ciento un años el camino de la vida que va del mar itsmeño al altiplano y allí quiso permanecer. Cibeles su única hija invitó a su madre Alfa a guiar al maestro por el camino que lleva a la eternidad.

En su larguísima vida fue escritor, periodista, poeta, político y maestro. De inteligencia prodigiosa y memoria sorprendente, deslumbraba por su erudición, que el enorme sentido del humor, salvaba de la pedantería.

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