Crónicas Peregrinas
Diario de Querétaro
EL INICIO
Era muy temprano cuando el hombre empezó a caminar. La lluvia era muy densa y sus pantalones de mezclilla desteñida se pegaban a sus piernas. Bajó la vista y sonriendo vio sus botas amarillas, nuevas, las había comprado en California, precisamente para esa caminata que iniciaba.
Se había propuesto ver a la Señora en el Tepeyac. Quería hablar con Ella. Necesitaba hacerlo. El hombre no entendió lo que había pasado en el Norte. No se explicaba el por qué de lo sucedido.
Caminó hacia la Congregación para buscar su Grupo, era el 160. Peregrinos para él desconocidos que al paso de los días se convertirían en sus hermanos.
El hombre recordó la alegría y esperanza cuando llegó con su familia a Tamaulipas, a la orilla del río Bravo para cruzarlo, antes de hacerlo esa noche le pidieron a la Virgen de Guadalupe que los llevara con bien. Apenas habían empezado a cruzar cuando se desató una terrible tormenta. La fuerza de la lluvia que le caía sobre la cara le impedía ver. Abrazó con fuerza a sus dos hijos y le gritó a su esposa que se agarrara de su mano. Pero ésa noche sólo hubo negrura y rugidos del río que los arrastraba por todas partes.
El hombre se estremeció, con un paliacate viejo y arrugado lo pasó por su cara haciendo el inútil intento de enjugarse lágrimas que no tenía. El caudal del Bravo se llevó todas las que le quedaban. Callado siguió al estandarte que en colores azul y blanco indicaba el número 160.
Subió las escaleras de la Iglesia y acercándose a la imagen de Guadalupe bajó los ojos y le dijo: -Virgencita te vine a ver a tu casa de México para que me digas, para que me ayudes a entender lo que no entiendo. ¿Por qué a mi familia?- La Reina del Cielo y de la Tierra lo escuchó con atención y su mirada era plena de amor y ternura para ese niño desvalido que era el hombre.