Una Visión de los vencidos de A.Escobar Ledesma

   BÚSQUEDAS Y DERROTAS 

Hugo Gutiérrez Vega 

 

La Jornada Semanal  

“Esta pared suena a hueco. Seguro que dentro hay un tesoro”, dijo la abuela, levantando su nudoso bastón y señalando la pared del cuarto de los tiliches. Cayó el inocente muro, pero no encontramos el cofre o la olla prometida por el sospechoso sonido. Esta pequeña historia familiar me permitió entrar a un terreno conocido (y absolutamente desconocido) cuando abrí las páginas de los relatos sobre tesoros queretanos que nos obsequia Agustín Escobar Ledesma en su nuevo libro.  

Parte nuestro autor del prodigioso libro de Miguel León Portilla, Visión de los vencidos, para describir la codicia sin freno de los conquistadores. “Como unos puercos hambrientos ansían el oro”, dice uno de los dolorosos textos escritos por los que recibieron de herencia “una red de agujeros”.  

No huyan de las serpientes emplumadas, no les tengan miedo. Huir de ellas es huir de la buena suerte. De esta leyenda todavía viva parte Agustín para adentrarse en el mundo de las ambiciones frustadas y de las búsquedas que humedecen las manos de los que anhelan la visión de las relucientes monedas de oro o del amasijo de ajorcas, cadenas, collares y diademas que brilla en el fondo de las ollas utilizadas para salvar el patrimonio familiar de las depredaciones que acompañaban a las constantes guerras que asolaron –y siguen asolando– a nuestro desventurado país. Abra usted el diario y encontrará el terrible número de asesinatos, decapitados, tatemados o colgados compatriotas que, día con día, caen en esta guerra no declarada que vive México en estos últimos años.  

Las muchas revoluciones del siglo xx y las terribles cristiadas sirven de fondo a muchas de las leyendas recogidas por Agustín. Sus informantes le permiten captar fielmente los giros del lenguaje popular y enriquecer las leyendas con dichos y refranes. Por eso, los personajes como Benito, Hilario, el tío Cruz, don Gapo, el cerro de El Cimatario, Nacho, Cecilia y Chilo (“los castos y puros ancianos”), el Maistro Manitas, Salomé, Carmen, José Benjamín, La Carambada , el Cerro del Moro, Lulú, el puente de El Atolero, los Flachicos y Baltazares de la danza de moros y cristianos; el coronel García Valseca, los ópalos, el Huancayo andino recordado en Querétaro, la Loteria Nacional y la voz de nuestro Chava Flores, son seres reales que hablan sobre cuestiones irreales, son paisajes propicios para que crezcan las leyendas y son buscadores incansables de tesoros y, sobre todo, de misterios que se escapan de las leyes de la razón. “Hay en este mundo, Horacio, más cosas que las que sueña tu filosofía”, decía el príncipe de Dinamarca, el dubitatitivo Hamlet, a su amigo y confidente.  

Estos relatos vienen a enriquecer (aunque casi siempre el final sea la derrota) la rica bibliografía de este antropólogo que sabe unir lo literario con lo científico. Vamos a acompañarlo en esta búsqueda interminable que los seres humanos emprenden para poder mirar la sonrisa inefable de la fortuna. Derrumbemos el muro hueco en el que se hundieron las esperanzas de la abuela, recorramos los caminos de Querétaro y entremos sin miedo a las callejuelas penumbrosas o a los patios escondidos. No encontraremos el cofre anhelado, pero correremos la aventura. Por lo pronto, leámos estos relatos y vivamos las vidas y los anhelos de los que cifran todo su porvenir en las manos generosas de un milagro que generalmente se nos niega. Esta negativa y la aventura se unen para entregarnos una metáfora del destino humano.

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