La excomunión de M. Hidalgo:ElObservador

La falsa excomunión de Hidalgo (parte cuarta) Imprimir
Escrito por J. Jesús García y García   
Domingo 09 de Agosto 2009
LA IGLESIA Y LA INDEPENDENCIA DE MÉXICO

Image Se propaga malévolamente una falsa excomunión de Hidalgo (parte cuarta)

Por J. Jesús García y García

Preciso: I. Don Miguel Hidalgo no incurrió en excomunión alguna por haber iniciado la guerra de independencia. II. Se instruyeron en contra del generalísimo insurgente dos procesos: uno militar y otro inquisitorial. El primero concluyó con el ajusticiamiento del reo, previa degradación sacerdotal «conforme a la práctica y solemnidades que para iguales casos prescribe el pontifical romano». El proceso inquisitorial no llegó a la fase de sentencia y fue sobreseído casi dos años después del fusilamiento de Hidalgo, según reza el último párrafo del expediente respectivo: «El Inquisidor y Fiscal juzga que no resultan méritos bastantes para absolver la memoria y fama del reo Miguel Hidalgo y Costilla, Cura que fue de Dolores y Capitán general de los Insurgentes, ni tampoco resultan méritos suficientes para condenarla, por lo que, teniéndolo Vuestra Señoría a bien, se sirva mandar que se archive este Expediente o lo que fuere de su mayor agrado» [Cfr. Juan Sosa Esquivel, Historia de México]. III. Fue innecesario un tercer proceso, el canónico, para dictar la censura de excomunión contra el cura de Dolores por haber atentado contra la seguridad y la vida de varios eclesiásticos, porque se trataba de un asunto latae sententiae y no ferendae sententiae. Empero, el obispo Abad y Queipo (cuya legitimidad episcopal es muy discutida) lanzó una declaratoria excomulgadora el 24 de septiembre de 1810, y la sostuvo en sus escritos de 30 de septiembre y 8 de octubre del mismo año.

Como dice el padre Cuevas, a Hidalgo, sin justicia, después de su muerte, se le ha querido hacer padre del liberalismo impío y masónico. Pero una cosa está sobradamente probada: Hidalgo no murió como masón, rechazando los sacramentos y maldiciendo a la Iglesia; murió como bueno y fervoroso cristiano, con un crucifijo en las manos, el martes 30 de julio de 1811. Y antes, el 15 de diciembre de 1810, había respondido, dice el padre Manuel Fraile Miguélez, «con valentía, indignación y gravedad […] haciendo alarde de su fe: ‘Me veo en la triste necesidad de satisfacer a las gentes sobre un punto que nunca creí se me pudiese tildar, ni menos declarárseme sospechoso para mis compatriotas. Hablo de la cosa más interesante, más sagrada, y para mí la mas amable: de la religión santa, de la fe sobrenatural que recibí en el bautismo. Os juro, desde luego, amados conciudadanos míos, que jamás me he apartado ni en un ápice de la creencia de la santa Iglesia católica; jamás he dudado de ninguna de sus verdades; siempre he estado íntimamente convencido de la infalibilidad de sus dogmas, y estoy pronto a derramar mi sangre en defensa de todos y cada uno de ellos’. A un hombre que así se expresaba, y luego veremos todavía más elocuentemente expresarse en la hora de la muerte, se le podrán atribuir otras debilidades; pero jamás tildarle con la nota de herejía».

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