El verdadero enigma de Acteal
Hermann Bellinghausen
Ya que se hablaba del enigma”, del “jeroglífico” de la masacre, cabe preguntarse si lo hay, y cuál sería. ¿
El abogado Javier Cruz Angulo, sus antecesores, colaboradores, asesores y pupilos de la bien llamada “clínica” lograron un éxito profesional equivalente al que sacó de la cárcel a Raúl Salinas de Gortari o al asesino intelectual de Manuel Buendía, José Antonio Zorrilla Pérez. No hay enigma, sólo un logro con valor curricular y que, presumen, “sentará precedente”, lo que para un litigante es una medalla de oro.
Claro, suele ocurrirles a los abogados: a fuerza de atenuar los filos en apego a las formas, terminan por convencerse de la inocencia de sus defendidos. Más cuando comparten una filiación religiosa, como en este caso. Los defensores que embarcaron al CIDE en la aventura comparten la religión de un buen número de los paramilitares, y ha sido un elemento explícito en su trabajo. Eso tampoco plantea enigma.
El PRI, que a la sazón de la matanza los tenía en sus filas y los protegía, ha nadado de muertito todos estos años. Nunca será un enigma. Como anunciaba un diputado suyo apenas una semana después de la masacre: “no nos vamos a suicidar”. No olvidar que era el partido del entonces presidente de
Manuel Anzaldo Meneses y Juana García Palomares (otrora “frentecardenistas”), quienes asesoraban política y productivamente en los tiempos de la “guerra” a los paramilitares de Chenalhó, los recibieron ahora a las puertas de la cárcel. Los quieren acoger, recuperar, alivianar, como un botín político. De entonces a hoy, estos dos personajes no representan un enigma; antes bien, un eslabón estable de la cadena contrainsurgente.
En cambio, sí resulta un enigma que un escritor, historiador y periodista como Héctor Aguilar Camín se embarcara, en esa triple condición, en la defensa decidida de un grupo de personas, indígenas de Chiapas, involucrados en una “guerra” encubierta de manual contra sus iguales, llamándolos “contrarios”. Intenta “rescribir” la historia, que según él está mal contada, y se ofrece para mejorarla. Le parece un “enigma”.
Sus únicas fuentes directas para tan “objetiva” empresa son los propios asesinos confesos (¿no serán una parte interesada?) y su entorno. Luego, testigos de lujo como los mencionados Anzaldo y García Palomares, o bien “conocedores de la zona” como su “desinteresado” colega Juan Pedro Viqueira, “especialistas” en guerrilla como Gustavo Hirales, y por supuesto los abogados de los presos. Se permite ignorar la montaña de evidencias testimoniales y documentales sobre la ofensiva paramilitar (nunca la acepta como tal) que condujo a la masacre del 22 de diciembre de 1997 y además causó el despojo permanente de casas, cultivos y tierras de miles de “contrarios” a sus defendidos.
El investigador nunca consultó a las víctimas, ni a Las Abejas como organización, ni a los organismos civiles que
acompañaron y acompañan a la fecha a Las Abejas y a las comunidades autónomas zapatistas. Mucho menos a los zapatistas. Eso sí, se sumergió en los expedientes de
Con esos elementos, elabora una versión de los hechos donde “le faltan” piezas, hay cosas “que no entiende”, y en bien de la verdad, y nada más, quisiera dilucidar. Será imposible que con esos elementos, ordeñados sólo del lado que él llama “antizapatista”, logre desentrañar un enigma que no existe. No, en todo caso, allí donde él rasca para encontrarlo.
En una “respuesta” publicada en este diario, Aguilar Camín dice que el autor de estas líneas le atribuye, “de una entrevista que sólo él (yo) ha visto, el dicho de que el grupo de Las Abejas eran abejas de día y alimañas de noche”. Y añade: “No es un dicho mío, era un dicho común de los antizapatistas de la zona que yo he citado para mostrar que no todos creían en la neutralidad política de Las Abejas. El dicho correcto es ‘Abejas de día, zapatos (zapatistas) de noche’” (