Gerardo Esquivel y Julio Castillo

La ruptura, exposición de Julio Castillo y Gerardo Esquivel

Duchamp, Picasso y Castillo, de Julio Castillo 1989.

Foto. Diario de Querétaro.

Diario de Querétaro

Esther Echeverría

Desde todos los tiempos, una actividad primordial en el ser humano es manifestarse a través del arte. En Santiago de Querétaro, esta necesidad ancestral hace que Gerardo Esquivel y Julio Castillo trabajen sin tregua entregados a su vocación de manera absoluta, generando una importante ruptura con el arte conservador tradicional, por el obligado deber de romper con lo establecido, imponiendo su búsqueda, proponiendo nuevos caminos de expresión que dictarían una dinámica diferente, obedeciendo a este impulso que desde las entrañas brota de manera irrefrenable en los creadores verdaderos.

En 1973 empieza una amistad-hermandad entre los dos, unidos por un destino común: su pasión por saber, crear, reinventar, provocar, sufrir a flor de piel la segregación, la incomprensión que es inevitable y tan necesaria, para templar el espíritu y la vocación.

Viajan a Europa independientemente, reencontrándose en Barcelona. En 1987 en Holanda, habiendo ganado un lugar a través de sus dos murales en Lile Saint Denis en Paris, sus exposiciones-instalaciones en la Galería Pulchri Studio entre otras muchas otras y siendo miembros de a Vrije Academie voor Bel Dende Kunsten de La Haya considerada una gran distinción, prefirieron volver a México, a y su aldea, como dice Gerardo, para llevar su proyecto NU.

Fieles a sí mismos por excelencia, regresan a exprimir su pasión por el arte popular de su tierra, sin chauvinismo, tomándolo como una honesta referencia en gran parte de su obra sin sucumbir a influencias externas, desarrollando una obra muy personal.

En 1992, gracias al entonces director del Patronato de las Fiestas de Querétaro, el arquitecto Antonio Loyola Vera, hombre inteligente, artista, culto y visionario, inicia una época importantísima reviviendo las fiestas populares en Querétaro e invita a Gerardo y Julio a hacer un altar para el Día de Muertos, confiando en el talento de ambos. De manera afortunada este largo quehacer reviviendo la cartonería en mojigangas, reyes magos, carros alegóricos, etc., derivó en un lenguaje propio y conmovedor.

Ambos hicieron innumerables exposiciones individuales y colectivas de pintura, dibujo, serigrafía, grabado, libros, instalaciones, arte correo, performaces, obra mural, usando toda suerte de materiales, creando una «escuela» rica en imaginación, que se caracteriza por la libertad en las diferentes manifestaciones de su arte.

Sin duda, Julio Castillo y Gerardo Esquivel dejarán un legado muy importante a la plástica de nuestro país, no solamente a la de su amada aldea, Santiago de Querétaro.