Acerca de las interpretaciones Bíblicas

La Biblia nos escribe  

José Steinsleger 

 

La Jornada   

Azarosa tarea la de algunos autores consagrados que, periódicamente, cargan contra la Biblia: “… sin la Biblia seríamos otras personas, seguramente mejores”. ¿Cómo saberlo? Los credos al servicio del poder llevan siglos de afilar sus colmillos. Pero desde que la tecnocracia convirtió a la ciencia en religión para iniciados, somos simios digitalizados. 

Frente a los imperativos del gran capital, las iglesias evangélicas (o “protestantes”) han podido situarse mejor que la Iglesia católica. De ahí que a la ciencia aplicada a escala masiva (tecnología) poco le importe cuestionar la idea de que somos a imagen y semejanza del Dios que vive arriba, vigilando al Diablo que vive abajo. Y que estos posicionamientos, además, continúan invertidos. V.gr.: Hiroshima. 

¿Las ciencias o las religiones erraron el camino? Las crisis espirituales calan profundo. En las “sabidurías antiguas”, millones de personas buscan con angustia las claves del gran juego. Cristianos que rezan a un Cristo justiciero o resignado, islámicos indignados por las ofensas a su fe, judíos aturdidos por el sionismo, budistas que flotan por encima de todo, y un vasto menú de espiritualismos varios. Sin embargo… ¿el propósito de la razón consiste en cuestionar la fe? 

Veamos: en noviembre de 2000, la importante revista Nature Genetics publicó un artículo donde se decía que Eva había surgido de una mutación de los antiguos homínidos hace 143 mil años, mientras Adán evolucionó de la misma manera 84 mil años después. Ahí está el detalle. ¿Cómo se conocieron? 

Calma. Que ya el Libro de los muertos, texto egipcio anterior al Antiguo Testamento (AT), planteó que todos tenemos acceso a la vida eterna: basta con prepararse y tener un guía. Sin duda, un paso gigantesco. Hasta entonces, sólo la nobleza podía gozar del más allá. 

Con el Nuevo Testamento (NT), las cosas se complicaron. Los expertos dicen que en el NT, el versículo más citado del AT es Salmos 100:1, donde Dios promete “… poner a nuestros enemigos por estrado a los pies”. Se cita en 16 ocasiones. Y el segundo más citado, 10 ocasiones, es el Levítico 19:18: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. La guerra gana. 

Biblia en mano, Lutero enfrentó a la iglesia romana mientras quemaba a los judíos, y Cromwell sentó las bases del parlamentarismo inglés degollando irlandeses. La estrella de Robespierre, en cambio, decayó cuando impuso el ateísmo por decreto. Stalin no fue derrotado. Pero su alianza con la Iglesia ortodoxa rusa le permitió la ejecución de planes que nada tenían de humanos o divinos. 

El ateísmo pueril induce a desentenderse de cómo fue que el trono de Pedro devino universal. Por tanto, sería inconveniente subestimar el papel de la Biblia en el legado de Isidoro de Sevilla y Tomás de Aquino, la escuela de traductores de Toledo, la poesía de Milton y el Dante, los dramas de Shakespeare, la traumática conversión de Spinoza, las novelas de… José Saramago. 

En la dimensión laica, la crisis es más tenaz. El capitalismo pulverizó la noción de trabajo y el socialismo continúa apegado a un materialismo no menos pueril que el de los ateos. Río revuelto en el que los escritores cautivos del marketing editorial han trastocado la reflexión del irlandés Laurence Sterne: la muerte abre la puerta de la fama y cierra la de la envidia. 

Las obras que en la semana pasada carecían de parangón, fueron hoy a la bodega para dejar espacio a las que vienen en camino. Con el añadido de que si atacan a Bolívar o la revolución serán premiadas de antemano. Mejor escribir textos intitulados Cómo la religión lo envenena todo, que al islamófobo Christopher Hitchens le representó ganancias por un millón de dólares. O, mejor aún, El Código Da Vinci, historia de Dan Brown llevada al cine, que recaudó 224 millones de dólares el primer día de exhibición. 

La novela que empecé ayer dejó de interesarme cuando su autor, a más de lo apuntado al empezar, confesó su propósito: “… las religiones tienen el poder y los engañados somos nosotros”. ¿De veras? En 1837, Ignacio Ramírez escribió: Dios no existe. Frase que los sabios sintieron menos profunda que la de Federico Nietzsche (Dios ha muerto) porque el Nigromante no era alemán, sino de San Miguel el Grande, Guanajuato. Más prudencia muestran los ateos militantes de un grupo catalán: “Dios, probablemente, no existe”. 

Dios o su idea, por ahora, existen. En París, un trozo de la Cruz de Cristo (con certificado de autenticidad extendido por el Vaticano en 1855) se vendió en subasta pública en mayo de 1993 por 18 mil 600 dólares. Y en diciembre de 1999, 508 iraníes donaron un riñón para pagar el asesinato de Salman Rushdie, autor de Los versos satánicos. Cosas que lejos de probar algo, revelan que la fe no es cuento. 

Si las religiones engañan, engañados estuvieron monseñor Arnulfo Romero y el cura Camilo Torres, así como lo estarían las Católicas por el Derecho a Decidir, y los trabajadores electricistas que a las puertas de la Basílica fueron obligados por la curia a enrollar una pancarta que decía: “que mi fe me permita luchar”. 

¿Apocalipsis now? Cuentos chinos. Quien pueda refutar el Eclesiastés ganará el premio mayor.

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