RELEGAR A DIOS
En la homilía, el Papa denunció
Que los hombres no consideran una prioridad a Dios y lo tienen relegado al último lugar.
“La mayoría de los hombres no considera una prioridad las cosas de Dios, no les acucian de modo inmediato. Y también nosotros, como la mayoría, estamos bien dispuestos a posponerlas.
Se hace ante todo lo que aquí y ahora parece urgente.
En la lista de prioridades, Dios se encuentra frecuentemente casi en último lugar”.
«El Señor me ha dicho: Tu eres mi hijo, yo te he engendrado hoy». Con estas palabras del Salmo segundo,
Más aún, en Jesucristo, el Hijo de Dios, Dios mismo se ha hecho hombre. El Padre le dice: «Tu eres mi hijo». El eterno hoy de Dios ha descendido en el hoy efímero del mundo, arrastrando nuestro hoy pasajero al hoy perenne de Dios. Dios es tan grande que puede hacerse pequeño. Dios es tan potente que puede hacerse inerme y venir a nuestro encuentro como niño indefenso, a fin de que podamos amarlo. Es tan bueno que puede renunciar a su esplendor divino y descender a un establo para que podamos encontrarlo y, de este modo, su bondad nos toque, nos sea comunicada y continúe actuando a través de nosotros. Esto es
Escuchemos una segunda palabra de la liturgia de esta Noche santa, tomada en este caso del Libro del profeta Isaías: «Sobre los que vivían en tierra de sombras, una luz brilló sobre ellos» (9,1). La palabra «luz» impregna toda la liturgia de esta Santa Misa. Se alude a ella nuevamente en el párrafo tomado de la carta de san Pablo a Tito: «se ha manifestado la gracia» (2,11). La expresión «se ha manifestado» proviene del griego y, en este contexto, significa lo mismo que el hebreo expresa con las palabras «una luz brilló»; la «manifestación» – la «epifanía» – es la irrupción de la luz divina en el mundo lleno de oscuridad y problemas sin resolver. En fin, el Evangelio relata cómo la gloria de Dios se apareció a los pastores y «los envolvió en su luz» (Lc 2, 9). Donde se manifiesta la gloria de Dios, se difunde en el mundo la luz. «Dios es luz, en Él no hay tiniebla alguna», nos dice san Juan (1 Jn 1,5). La luz es fuente de vida.
Pero luz significa sobre todo conocimiento, verdad, en contraste con la oscuridad de la mentira y de la ignorancia. Así, la luz nos hace vivir, nos indica el camino. Pero además, en cuanto da calor, significa también amor. Donde hay amor, surge una luz en el mundo; donde hay odio, el mundo queda en la oscuridad. Ciertamente, en el establo de Belén ha aparecido la gran luz que el mundo espera. El aquel Niño acostado en el pesebre, Dios muestra su gloria: la gloria del amor, que se da como don a sí mismo y que se priva de toda grandeza para conducirnos por el camino del amor. La luz de Belén nunca se ha apagado. Ha iluminado hombre y mujeres a lo largo de los siglos, «los ha envuelto en su luz». Donde ha aparecido la fe en aquel Niño, ha florecido también la caridad: la bondad hacia los demás, la atención solícita a los débiles y los que sufren, la gracia del perdón. A partir de Belén, una estela de luz, de amor y de verdad impregna los siglos. Si nos fijamos en los santos –desde Pablo y Agustín a san Francisco y santo Domingo, desde Francisco Javier a Teresa de Ávila y Madre Teresa de Calcuta-, vemos esta corriente de bondad, este camino de luz que se inflama siempre de nuevo en el misterio de Belén, en el Dios que se ha hecho Niño. Contra la violencia de este mundo, Dios opone en aquel Niño su bondad y nos llama a seguir al Niño.
Junto con el árbol de Navidad, nuestros amigos austriacos nos han traído también una pequeña llama que encendieron en Belén, queriendo decir así que el verdadero misterio de
Con el término «paz» hemos llegado a la tercera palabra clave de la liturgia de esta Noche santa. El Niño que anuncia Isaías lo llama él mismo «Príncipe de la paz». De su reino se dice: «La paz no tendrá fin». En el Evangelio, se anuncia a los pastores la «gloria de Dios en lo alto del cielo» y la «paz en la tierra». Antes se decía: «a los hombres de buena voluntad»; en las nuevas traducciones se dice: «a los hombres que él ama». ¿Por qué este cambio? ¿Ya no cuenta la buena voluntad? Formulemos mejor la pregunta: ¿Quienes son los hombres que Dios ama y por qué los ama? ¿Acaso Dios es parcial? ¿Ama tal vez sólo a determinadas personas y abandona a las demás a su suerte? El Evangelio responde a estas preguntas presentando algunas personas concretas amadas por Dios. Algunas lo son individualmente: María, José, Isabel, Zacarías, Simeón, Ana, etc. Pero también hay dos grupos de personas: los pastores y los sabios del oriente, los llamados reyes magos. Detengámonos esta noche en los pastores. ¿Qué tipo de hombres son? En su ambiente, los pastores eran despreciados; eran considerados poco de fiar y en los tribunales no se les admitía como testigos. Pero ¿quiénes eran en realidad? Ciertamente no eran grandes santos, si con este término se entiende personas de virtudes heroicas. Eran almas simples. El Evangelio destaca una característica que luego, en las palabras de Jesús, tendrá un papel importante: eran personas vigilantes. Esto vale ante todo en su sentido exterior: por la noche velaban cercanos a sus ovejas. Pero también tiene un sentido más profundo: estuvieron disponibles para la palabra de Dios. Su vida no estaba cerrada en sí misma; tenían un corazón abierto. De algún modo, en lo más íntimo de su ser, le estaban esperando. Su vigilancia era disponibilidad; disponibilidad para escuchar, disponibilidad para ponerse en camino; era espera de la luz que les indicara el camino. Esto es lo que a Dios le interesa. Él ama a todos porque todos son criaturas suyas. Pero algunas personas han cerrado su alma; su amor no encuentra en ellas resquicio alguno por donde entrar. Creen no necesitar a Dios; no lo quieren. Otros, quizás moralmente igual de pobres y pecadores, al menos sufren por ello. Esperan en Dios. Saben que necesitan su bondad, aunque no tengan una idea precisa de ella. En su espíritu abierto a la esperanza, puede entrar la luz de Dios y, con ella, su paz. Dios busca a personas que sean portadoras de su paz y la comuniquen. Roguémosle para que no encuentre cerrado nuestro corazón. Esforcémonos por ser capaces de ser portadores activos de su paz, precisamente en nuestro tiempo.
Además, la palabra paz ha adquirido un significado del todo especial para los cristianos: se ha convertido en un nombre para designar