El silencio luminoso de Juan

El silencio luminoso de Juan 

Julio Figueroa
 

     Un mes sin Juanelo.

     Cuando llegué a la funeraria en Cihuatlán, Jalisco, iba decidido a no ver el cuerpo del Juanelo en el féretro, para quedarme con el Juanelo vivo en la imagen del corazón.

     Al entrar, resbalé en una pequeña subida para auto y por poco me rompo la madre. Reaccioné y no pasó nada.

     Saludé a los familiares y conocidos y fui hacia el féretro, que estaba abierto.

     Lo vi hermoso e impasible y exploté en llanto. Me llevé las manos a la cara como en el cuadro de Goitia, «Tata Jesucristo». Lloraba desconsolado por el muerto presente y por mi propia muerte futura, por nuestras respectivas soledades en la tierra. Las aguas del llanto se aplacaron y platiqué con el Juanelo como una hora, no sé qué tantas cosas le dije.

     Juan no respondió nada. Su silencio fue absoluto y perfecto. El silencio eterno y luminoso de Juan.
     Creo que eso es la muerte, el silencio definitivo.

     No ver, no sentir, no pensar, no dudar, no nada… Por los siglos de los siglos, amén.
 
     Más tarde, cuando me enteré de los pormenores de la muerte de Juan, exploté en risa y en admiración por mi amigo. Su último acto fue un acto de luz para impresionar a su amada. Y la dejó turulata. Y a mí me regaló, su viaje definitivo, un breve e intenso y hermoso viaje a tierras amigas con Bella en el sentimiento. Gracias, pinche Juanelo. Nos dejaste solos.
 

–A Elvira, su mujer

de las cinco cabezas
 

     Julio Figueroa.

     Qro. Qro. 28-XII-2009.