Monolitos mexicas 2009 (II)
Teresa del Conde
El libro Escultura monumental mexica, comentado en esta columna la semana pasada, fue auspiciado por
El hermoso volumen puede funcionar como coffee table book debido al riquísimo material fotográfico e ilustrativo que contiene, pero yo digo que hay que leerlo a como dé lugar, sobre todo si se desean conocer pormenores sobre estos temas –aunque no sea especialista en arte antiguo de México–, que, como ya di a entender, resultan apasionantes. Ahora me referiré a
Está ilustrada en el códice Florentino, y fue descrita por el dominico fray Diego Durán, quien adujo que fue elaborada para que “la semejanza del Sol gozase de ella”, si bien, verdad sea dicha, fue soporte de costumbres sanguinarias, aunque no muy distintas a las ocurridas en otras culturas. Según sus comentaristas, fue, o un temalácatl, piedra sacrificial, o una piedra redonda de sacrificio gladiatorio, mismo que queda detalladamente descrito: es una lucha entre dos guerreros y el espectáculo atraía gran cantidad de gente de todas las comarcas.
Igualmente se le interpretó como cuauhxicalli, (recipiente de águilas), en cuyo caso se le destinó a contener corazones humanos. Matos Moctezuma dice que fue comentada por León y Gama, pero que la interpretación de éste choca con la del barón Von Humboldt. Resulta que los personajes representados en el canto, tan grueso como el de una piedra de molino, no son danzantes, sino guerreros que aluden a las victorias del tlatoani Tizoc, quien rigió los destinos de Tenotchtitlán entre 1481 y 1486.
Después de permanecer tirada boca abajo por centurias,
Hay cierta duda de que haya sido mandada esculpir por Tizoc, pero muy sabiamente Matos Moctezuma afirma que en aquellos tiempos “seguramente cada tlatoani quiso mandar hacer obras de este tipo para su propio engrandecimiento” y así dejar perpetua memoria. Esta idea persiste, sólo que en realidad los monolitos sí son impresionantes obras de arte, a fuer de memorables, no en cambio otras obras mandadas erigir por los tlatoanis actuales (eso no lo afirma Matos, pero es posible deducirlo).
Algo interesante es comprobar que existen inquinas antropológicas en torno a estas cuestiones, como la que perpetró cierto personaje encargado de los trabajos arqueológicos del ex arzobispado contra el arqueólogo Alejandro Martínez. Tales hechos se refieren no a la
Quien la estudió inicialmente fue el ex director del museo, el entonces curador Felipe Solís, cuyo deceso aún lamentamos. El fotógrafo Carlos Contreras retrató el hallazgo en julio de 1988 para el libro, el cual reproduce también otras transportaciones de piedras enormes. También hay testimonio gráfico de que
Felipe Solís pensó que Moctezuma I fue quien mandó elaborar la piedra encontrada bajo la fuente del ex arzobispado, pero el arqueólogo belga Michael Graulich tiene severas dudas al respecto.
Eduardo Matos Moctezuma tampoco está muy de acuerdo, pues es difícil que la representación de una diadema real ostente rostro de cuchillo, un ojo y dientes.
Cada autor, advierte, tiene su particular punto de vista sobre aspectos generales o particulares del mismo monumento. A diferencia de “las llamadas ciencias duras –que a veces no lo son tanto–, la apreciación del objeto es producto de una serie de conocimientos que se van acumulando”, cosa muy cierta.