Los Católicos al debate público
Os doy la bienvenida a todos vosotros en vuestra visita ad Limina a Roma, donde habéis venido para venerar las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo. Os doy las gracias por las amables palabras que el arzobispo Vincent Nichols me ha dirigido en vuestro nombre, y os ofrezco mis más sinceros buenos deseos y oraciones por vosotros y por todos los fieles de Inglaterra y Gales confiados a vuestro cuidado pastoral. Vuestra visita a Roma fortalece los lazos de comunión entre la comunidad católica en vuestro país y la Sede Apostólica, una comunión que sostuvo la fe de vuestro pueblo durante siglos, y que hoy proporciona nuevas energías para la renovación y la evangelización. Incluso en medio de las presiones de una época secular, hay muchas señales de vida de fe y devoción entre los católicos de Inglaterra y Gales. Estoy pensando, por ejemplo, en el entusiasmo generado por la visita de las reliquias de Santa Teresa, el interés suscitado por la perspectiva de beatificación del cardenal Newman, y el entusiasmo de los jóvenes al participar en las peregrinaciones y Jornadas Mundiales de la Juventud. Con ocasión de mi próxima visita apostólica a Gran Bretaña, podré por mi mismo ser testigo de esa y, como Sucesor de Pedro, fortalecerla y confirmarla. Durante los meses de preparación que tenemos por delante, aseguraos de alentar a los católicos de Inglaterra y Gales en su devoción, y aseguradles que el Papa les recuerda constantemente en sus oraciones y que los lleva en su corazón.
Vuestro país es bien conocido por su firme compromiso con la igualdad de oportunidades para todos los miembros de la sociedad. Sin embargo, como habéis señalado con razón, el efecto de algunas de las leyes destinadas a alcanzar ese objetivo ha impuesto limitaciones injustas a la libertad de las comunidades religiosas para actuar de acuerdo con sus creencias. En algunos aspectos, en realidad, viola el derecho natural sobre el que se basa y por el que se garantiza la igualdad de todos los seres humanos. Os exhorto como Pastores para garantizar que la enseñanza moral de la Iglesia se presenta siempre en su totalidad y es defendida convincentemente. La fidelidad al Evangelio no restringe la libertad de los demás – por el contrario, sirve a su libertad, ofreciéndoles la verdad. Seguid insistiendo en vuestro derecho a participar en el debate nacional a través de un diálogo respetuoso con los demás elementos en la sociedad. Al hacerlo, no sólo mantenéis la larga tradición británica de libertad de expresión e intercambio franco de opiniones, sino que además estaréis dando voz a las convicciones de muchas personas que carecen de los medios para expresarse: cuando tantos de la población afirman que son cristianos, ¿cómo podría nadie disputar el derecho del Evangelio a ser escuchado?
Si el mensaje de salvación plena de Cristo se ha de presentar de manera eficaz y convincente para el mundo, la comunidad católica en vuestro país, tiene que hablar con una sola voz. Esto requiere que no sólo vosotros, los obispos, sino también los sacerdotes, profesores, catequistas, escritores – en definitiva, que todos los que participan en la tarea de comunicar el Evangelio – estén atentos a las inspiraciones del Espíritu, que guía a toda la Iglesia en la verdad, la reúne en su unidad e inspira en ella el celo misionero.
Preocupaos, por tanto, de aprovechar los considerables dones de los fieles laicos en Inglaterra y Gales y mirad que estén preparados para pasar la fe a las nuevas generaciones de forma exhaustiva, precisa y con una aguda conciencia de que al hacerlo están jugando su parte en la misión de la Iglesia. En un entorno social que alienta la expresión de una variedad de opiniones sobre cada cuestión que se plantea, es importante reconocer la disidencia por lo que es, y no confundirla con una contribución madura a un debate equilibrado y amplio. Es la verdad revelada a través de la Escritura y la Tradición, y articulada por el Magisterio de la Iglesia, la que nos hace libres. El cardenal Newman se dio cuenta de esto, y nos dejó un ejemplo extraordinario de fidelidad a la verdad revelada siguiendo esta “luz amable» donde quiera que lo llevó, incluso a un costo personal considerable. En la Iglesia de hoy se necesitan grandes escritores y comunicadores de su estatura e integridad, y mi esperanza es que la devoción hacia él sirva de inspiración a muchos para seguir sus pasos.
Mucha atención se ha concedido a la erudición de Newman y a sus extensos escritos, pero es importante recordar que él se vio a sí mismo ante todo como sacerdote. En este Año Sacerdotal, os exhorto a difundir entre vuestros sacerdotes el ejemplo de su dedicación a la oración, de su sensibilidad pastoral hacia las necesidades de su rebaño, y de su pasión por predicar el Evangelio. Vosotros mismos debéis dar un ejemplo parecido. Sed cercanos a vuestros sacerdotes, y reavivad en ellos el sentido del gran privilegio y alegría de estar en el pueblo de Dios como alter Christus. En palabras de Newman, «los sacerdotes de Cristo no tienen sacerdocio propio, sino el de Él… lo que hacen, Él lo hace, cuando bautizan, Él está bautizando, y cuando bendicen, Él es la bendición» (Parochial and Plain Sermons, VI 242). De hecho, ya que el sacerdote desempeña un papel insustituible en la vida de la Iglesia, no escatiméis esfuerzos en fomentar las vocaciones sacerdotales y en subrayar a los fieles el verdadero significado y la necesidad del sacerdocio. Alentad a los fieles laicos a expresar su aprecio por los sacerdotes que les sirven, y reconoced las dificultades que a veces enfrentan a causa de su disminución y del aumento de las presiones. El apoyo y la comprensión de los fieles es especialmente necesario cuando las parroquias tienen que fusionarse o los horarios de Misas deben ajustarse. Ayudadles a evitar toda tentación de considerar al clero como meros funcionarios, sino más bien a alegrarse del don del ministerio sacerdotal, un regalo que nunca se puede dar por sentado.
El diálogo ecuménico e interreligioso reviste gran importancia en Inglaterra y Gales, dado el perfil demográfico variado de la población. Además de animaros en vuestra importante labor en estos ámbitos, yo os pido que seáis generosos en la aplicación de las disposiciones de la Constitución Apostólica Anglicanorum Coetibus, a fin de ayudar a los grupos de anglicanos que desean entrar en plena comunión con la Iglesia Católica . Estoy convencido de que, si se les da una bienvenida cálida y de corazón abierto, esos grupos serán una bendición para toda la Iglesia.
Con estos pensamientos, encomiendo vuestro ministerio apostólico a la intercesión de San David, San Jorge y de todos los santos y mártires de Inglaterra y Gales. Que Nuestra Señora de Walsingham os guíe y proteja siempre. A todos vosotros, a los sacerdotes, religiosos y fieles laicos de vuestro país, os imparto de corazón mi bendición apostólica como prenda de paz y gozo en el Señor Jesucristo.