Un año en la vida de José Revueltas
Gilberto Guevara Niebla
La Jornada
El realismo socialista fue una excrecencia del totalitarismo soviético. Aunque en su inicio la revolución rusa de 1917 produjo un florecimiento de las artes de vanguardia (dadaísmo, impresionismo, surrealismo, etcétera), pronto esa creatividad se topó con la repulsa airada del Partido Comunista de
En 1932 José Stalin dio la primera señal de malestar con los artistas innovadores y, con la ayuda de Zdanov, proclamó que la creación artística propia de la revolución debería de ser realista (al estilo de Gorki), reflejar la vida del proletariado y proclamar el futuro luminoso del socialismo.
Toda forma de arte alejada de este patrón merecía la condena de los comunistas. Esa orientación oficial del PCUS repercutió en otros países y no cabe duda de que en México los espectaculares murales de Diego de Rivera y David Alfaro Siqueiros se inspiraron en la retórica estética de los comunistas.
Pero no todos los artistas de la izquierda mexicana se plegaron a la línea oficial: el caso más notable de infidencia fue el de José Revueltas, que en 1950 publicó Los días terrenales (novela) y puso en escena una obra dramática, El cuadrante de la soledad, en el teatro Abreu.
Las obras de Revueltas dan vida a personajes del pueblo (del lumpen y la clase obrera) pero se trata –como en toda la obra de este autor iconoclasta y revolucionario– de hombres torturados, patéticos, tristes o airados, envueltos en una dinámica compleja de contradicciones y dilemas penosos. En Los días terrenales aparecen dos personajes centrales, ambos militantes comunistas: Fidel Serrano, encadenado ciegamente al dogmatismo oficial del Partido y Gregorio Saldívar, un hombre que, por el contrario, muestra serias dudas sobre la doctrina y la política de la organización a la que pertenece. Esto ilustra en síntesis la orientación irreverente de la novela de Revueltas. La reacción de condena que suscitó esa obra entre los “intelectuales de izquierda” (Vicente Lombardo Toledano, Enrique Ramírez y Ramírez, Pablo Neruda, etcétera) fue demoledora.
Revueltas fue calificado de “nihilista”, “existencialista”, “corrompido y corrupto” por sus furiosos críticos –algunos de ellos de dudosa calidad intelectual, como Antonio Rodríguez. En contraste, algunos miembros del grupo de los Contemporáneos, destacadamente Salvador Novo y Xavier Villaurrutia, y el insigne poeta Efraín Huerta, declararon que la novela de Revueltas era muy meritoria. Los primeros llegan a decir, por ejemplo, que en algunas partes la obra evoca la escritura de Marcel Proust (lo que no es elogio menor).
La historia de este debate es recogida en sus pormenores por Roberto Escudero en su obra de reciente aparición, Un año en la vida de José Revueltas (Universidad Autónoma Metropolitana, 2009.) Amigo entrañable de Revueltas, Escudero aporta a este acontecimiento una visión personal que revela, entre otras cosas, las turbulencias y contradicciones internas con las que reacciona el autor ante las críticas de los dogmáticos. Reaccionó, primero, dice Escudero, plegándose y –sorprendentemente– reconociendo que sus detractores tenían razón, pero más tarde, contraatacó, revelando su lado más característico.
Revueltas declara que la obra criticada debe ser retirada de circulación y admite sus “desviaciones”. “En algún momento –dice Escudero–, parece que Revueltas está a punto de convertirse en el payaso de las bofetadas”, pero lo que en realidad se muestra, dice, es su hipersensiblidad y la vigencia de sus ataduras con el credo estalinista.
Escudero acude, por momentos, al detalle de los hechos, revelando el clima de asfixia intelectual que reinaba no sólo en el mundo de la izquierda, sino en el país entero, y nos recuerda la suerte que tuvieron obras como Los olvidados, de Luis Buñuel que, por su sincera crudeza, convocó a los demonios de