CIUDAD DEL VATICANO
– Publicamos el discurso que el Papa Benedicto XVI dirigió el pasado sábado a los participantes en el congreso nacional Testigos digitales. Rostros y lenguajes en la era crossmediática, promovido por la Conferencia Episcopal Italiana.
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Eminencia,
Venerados hermanos en el episcopado,
queridos amigos,
estoy contento de esta ocasión para encontraros y concluir vuestro congreso, que lleva un título cuando menos evocador: Testigos digitales. Rostros y lenguajes en la era crossmediática. Agradezco al Presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, el cardenal Angelo Bagnasco, por las cordiales palabras de bienvenida con las que, una vez más, ha querido expresar el afecto y la cercanía de la Iglesia que está en Italia a mi servicio apostólico. En sus palabras, señor cardenal, se refleja la fiel adhesión a Pedro de todos los católicos de esta amada Nación y la estima de tantos hombres y mujeres animados por el deseo de buscar la verdad.
El tiempo que vivimos conoce un enorme ensanchamiento de las fronteras de la comunicación, realiza una convergencia inédita entre los diversos medios de comunicación y hace posible la interactividad. La red manifiesta, por tanto, una vocación abierta, tendencialmente igualitaria y pluralista, pero al mismo tiempo abre una nueva brecha: se habla, de hecho, de digital divide. Este separa a los que están dentro de los que están fuera, y se añade a las demás brechas que ya alejan a las naciones entre sí y en su interior. Aumentan también los peligros de homologación y de control, de relativismo intelectual y moral, ya bien reconocibles en la flexión del espíritu crítico, en la verdad reducida al juego de las opiniones, en las múltiples formas de degradación y de humillación de la intimidad de la persona. Se asiste entonces a una “contaminación del espíritu, que hace nuestros rostros menos sonrientes, más oscuros, que nos lleva a no saludarnos entre nosotros, a no mirarnos a la cara…» (Discurso en la Plaza de España, 8 de diciembre de 2009). Este Congreso, en cambio, apunta precisamente a reconocer los rostros, y por tanto a superar esas dinámicas colectivas que pueden hacernos perder la percepción de la profundidad de las personas y aplanarnos sobre su superficie: cuando esto sucede, éstas se vuelven cuerpos sin alma, objetos de intercambio y de consumo.
¿Cómo es posible, hoy, volver a los rostros? He intentado indicar el camino también en mi tercera Encíclica. Éste pasa por esa caritas in veritate, que resplandece en el rostro de Cristo. El amor en la verdad constituye “un gran desafío para la Iglesia en un mundo en progresiva y penetrante globalización» (n. 9). Los medios de comunicación se pueden convertir en factores de humanización “no sólo cuando, gracias al desarrollo tecnológico, ofrecen mayores posibilidades de comunicación y de información, sino sobre todo cuando están organizados y orientados a la luz de una imagen de la persona y del bien común que respete sus valores universales” (n. 73). Esto requiere que “éstos se centren en la promoción de la dignidad de las personas y de los pueblos, estén expresamente animados por la caridad y estén puestos al servicio de la verdad, del bien y de la fraternidad natural y sobrenatural» (ibid.). Solamente en estas condiciones el cambio de época que estamos atravesando puede revelarse rico y fecundo en nuevas oportunidades. Sin temores queremos adentrarnos en el mar digital, afrontando la navegación abierta con la misma pasión que desde hace dos mil año gobierna la barca de la Iglesia. Más que por los recursos técnicos, aún necesarios, queremos cualificarnos habitando este universo con un corazón creyente, que contribuya a dar un alma al ininterrumpido flujo comunicativo de la red.
Esta es nuestra misión, la misión irrenunciable de la Iglesia: la tarea de cada creyente que trabaja en los medios de comunicación es el de “allanar el camino a nuevos encuentros, asegurando siempre la calidad del contacto humano y la atención a las personas y a sus verdaderas necesidades espirituales; ofreciendo a los hombres que viven en este tiempo ‘digital’ los signos necesarios para reconocer al Señor» (Mensaje para la 44a Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, 16 de mayo de 2010). Queridos amigos, también en la red sois llamados a colocaros como “animadores de comunidades”, atentos a “preparar caminos que conduzcan a la Palabra de Dios”, y a expresar una particular sensibilidad por cuantos “han perdido la confianza y tienen en el corazón deseos de absoluto y de verdades no caducas” (ibid.). La red podrá convertirse así en una especie de “pórtico de los gentiles”, donde “hacer espacio también a aquellos para los cuales Dios es aún un desconocido» (ibid.).
Como animadores de la cultura y de la comunicación, vosotros sois signo vivo de cuanto «los modernos medios de comunicación han entrado desde hace tiempo a formar parte de los instrumentos ordinarios, a través de los cuáles las comunidades eclesiales se expresan, entrando en contacto con su propio territorio e instaurando, muy a menudo, formas de diálogo de alcance más amplio” (ibid.). Las voces, en este campo, no faltan en Italia: baste recordar aquí al diario Avvenire, a la emisora televisiva TV2000, al circuito radiofónico inBlu y a la agencia de prensa SIR, junto a los periódicos católicos, a la red capilar de los semanarios diocesanos y a los ya numerosos sitios de internet de inspiración católica. Exhorto a todos los profesionales de la comunicación a no cansarse de nutrir en su propio corazón esa sana “pasión por el hombre” que se convierte en tensión a acercarse cada vez más a sus lenguajes y a su verdadero rostro. Os ayudará en esto una sólida preparación teológica y sobre todo una profunda y alegre “pasión por Dios”, alimentada en el continuo diálogo con el Señor. Las Iglesias particulares y los institutos religiosos, por su parte, no duden en valorar los itinerarios formativos propuestos por las Universidades Pontificias, por la Universidad Católica del Sacro Cuore y por las demás Universidades católicas y eclesiásticas, destinando a ello con longanimidad personas y recursos. El mundo de la comunicación social debe entrar a título pleno en la programación pastoral.
Mientras os agradezco el servicio que hacéis a la Iglesia y por tanto a la causa del hombre, os exhorto a recorrer, animados por el valor del Espíritu Santo, los caminos del continente digital. Nuestra confianza no está acríticamente depositada en instrumento alguno de la técnica. Nuestra fuerza está en ser Iglesia, comunidad creyente, capaz de testimoniar a todos la perenne novedad del Resucitado, con una vida que florece en plenitud en la medida en que se abre, entra en relación, se dona con gratuidad.
Os confío a la protección de María Santísima y de los grandes santos de la comunicación y os bendigo de corazón.