El celibato no es intocable dice el obispo Arizmendi

“El celibato no es intocable”
Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel

SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 8 de mayo de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título «El celibato no es intocable».

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Tal es la afirmación que hizo en Barcelona el Cardenal Tarcisio Bertone, el colaborador más cercano del Papa Benedicto XVI, en una entrevista a un diario local. También dijo que el celibato es «una tradición positiva», y que la pederastia clerical no tiene una relación «directa» con el mismo. En efecto; el celibato no es un dogma de fe, que lo haría intocable; no es una imposición arbitraria e inhumana; tampoco es causante de los abusos de niños por clérigos, pues se dan muchísimos más casos de este delito en las familias y por parte de personas casadas.

Comentaristas ignorantes de la vida de la Iglesia, pero que presumen y alardean como si supieran, de inmediato dijeron que se abría una puerta para acabar con el celibato obligatorio para los sacerdotes. Otros repitieron lo que siempre dicen: que el celibato es antinatural, que es una aberración contra la naturaleza, que es imposible de vivir, que es un control eclesial para tener poder y dinero, etc. ¡Cuánta insensatez! Como ellos no viven ni siquiera castos, se imaginan que este estilo de vida no es humano. Como para ellos el libertinaje sexual es su norma de vida y no pueden vivir sin goces genitales de cualquier tipo, se burlan de quienes hemos hecho del celibato una opción gozosa y fecunda. El hecho de que haya fallas, no justifica su abolición. Es como si, por el hecho de que muchos esposos y esposas son infieles, por ello habría que eliminar la unidad y la indisolubilidad del matrimonio… O pedir que, porque muchos se emborrachan, se drogan, mienten y roban, por ello fueran legítimos estos excesos… Nada más absurdo.

JUZGAR

El celibato sacerdotal no es una cadena, sino un don, una gracia, un carisma que no a todos se concede, un llamado de Dios, una vocación, a la que respondemos libremente si queremos; quien no quiere, o no puede mantenerse casto, o no descubre signos de ser llamado a este estilo de vida, no se compromete a vivir célibe. Es una libre opción de vida, inspirada en el modelo que escogió Jesús para sí y que recomendó vivamente. La Iglesia latina, por una experiencia sostenida por el Espíritu Santo, pide para el sacerdocio hombres consagrados en su totalidad a este ministerio. Sin embargo, como Jesús advirtió, «no todos entienden esto, sino solamente aquellos a quienes se ha concedido» (Mt 19,11).

El Concilio Vaticano II, que marca el sendero por el que el Espíritu sigue guiando a su Iglesia, expresó: «La perfecta y perpetua continencia por amor del reino de los cielos, recomendada por Cristo Señor, aceptada de buen grado y laudablemente guardada en el decurso del tiempo y aún en nuestros días por no pocos fieles, ha sido siempre altamente estimada por la Iglesia de manera especial para la vida sacerdotal. Ella es, en efecto, signo y estímulo al mismo tiempo de la caridad pastoral y fuente particular de fecundidad espiritual en el mundo. No se exige, ciertamente, por la naturaleza misma del sacerdocio, como aparece en la práctica de la Iglesia primitiva y por la tradición de las iglesias orientales… El celibato, empero, está en múltiple armonía con el sacerdocio… Por el celibato guardado por amor del reino de los cielos, se consagran los presbíteros de nueva y excelente manera a Cristo, se unen más fácilmente a El con corazón indiviso, se entregan más libremente, en El y por El, al servicio de Dios y de los hombres, sirven más expeditamente a su reino y a la obra de la regeneración sobrenatural y se hacen más aptos para recibir más dilatada paternidad en Cristo» (PO 16).

ACTUAR

¡No es fácil mantenerse célibes, en este mundo tan erotizado en que vivimos! Por ello, la comunidad debe ayudarnos a vivir nuestra vocación, y corregirnos, si nos desviamos. Los presbíteros han de ser prudentes, vigilantes, orar mucho y no dejarse engullir por el medio ambiente. Dice el Concilio: «Cuanto más imposible se juzga por no pocos la perfecta continencia en el mundo del tiempo actual, tanto más humilde y perseverantemente pedirán los presbíteros, a una con la Iglesia, la gracia de la fidelidad, que nunca se niega a los que la piden, empleando al mismo tiempo todos los subsidios sobrenaturales y naturales, que están al alcance de todos. No dejen de seguir, señaladamente, las normas ascéticas que están probadas por la experiencia de la Iglesia, y que no son menos necesarias en el mundo actual» (Ib).

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