El empresario más importante de Querétaro y su empresa

ENTRE LENGUAS Y CAMPANAS
Roberto Ruiz Rubio: «Hay que tener mente ágil, abierta y oportuna»

Diario de Querétaro

 

«Me hubiera gustado que mi papá viera como está ahora la planta de San Juan del Río», me dice, en un momento de reflexión, durante nuestra charla. «Es increíble cómo empezó y cómo está ahorita… Yo que me acuerdo de cómo trabajaba mi papá en 1945, y que veo como se trabaja ahora…»

Roberto Ruiz Rubio, uno de los descendientes de don Roberto Ruiz Obregón, sabe bien de lo que habla. Nació en aquella casa de la calle de Deleite número doce, en la llamada «Otra Banda», en la que su padre fabricaba refresco, y ha visto crecer y consolidarse a la más importante empresa queretana de todos los tiempos.

«Los momentos difíciles han sido casi a diario, por tratar de administrar de la mejor forma, sin dañar a nadie, procurando que todo salga bien, procurando tomar la decisión correcta», asegura cuando le pregunto por las etapas oscuras de la vida, pero de inmediato sonríe cuando se refiere a las luminosas: «El ver a los hijos, ya a la tercera generación, entrar a ocupar un puesto».

Y es que son efectivamente los nietos del difunto don Roberto los que se han hecho ahora cargo de la empresa familiar, siempre bajo la tutelar mirada de Roberto hijo y sus hermanos desde las cómodas oficinas que hoy ocupan y donde me recibe para platicar un poco sobre su vida.

En algún momento de nuestra conversación, en ese su espacio privado donde abundan los relojes, las botellas de colección y tractocamiones a escala con la leyenda «Coca Cola», le recuerdo que hace tiempo se le mencionó para algún puesto en el servicio público.

«¿A quién no le hace cosquillas eso?», me pregunta y se pregunta. «Pero creo que no era mi papel… Que no es mi papel. Nos debemos más al trabajo. La política hay que dejársela a los políticos».

Vienen, poco a poco, los recuerdos de infancia. Le pregunto sobre aquellos en la casa de la hoy calle de Filomeno Mata, donde inició la aventura de Embotelladora La Victoria, y donde Roberto Ruiz vivió sus años de niño.

«La bodega era la sala comedor de la casa, y el salón de embotellado era la cocina», recuerda. «El azúcar lo subían por una escalera y lo bajaban por unos ductos a los tanques de acero inoxidable para hacer el jarabe».

«Mis juegos eran entre botellas, y una vez, cuando yo tenía dos o tres años, se me cayó una botella y se me incrustó en la pierna. Mi mamá me llevó con el doctor Paulín, que era el médico de la familia».

Quien lograra ver, con el paso del tiempo, la consolidación de una empresa con varias fábricas embotelladoras, cuenta los inicios en aquella casa de «la otra banda»:

«Mi tía Sara era la que preparaba los jarabes. Tenía dos o tres trabajadores nada más.

Embotellaban y tapaban con la corcholatas los refrescos. Luego, cuando llegaba mi papá de trabajar, los sacaba a vender en unos carritos de mano con dos ruedas».

Aquel hombre que salía, todos los días, a vender el refresco familiar, había ya cumplido con su horario laboral en la estación del ferrocarril.

«Sí, todavía lo vi trabajando en el Express de Ferrocarriles», me cuenta. «Yo acompañaba a mi mamá a llevarle la vianda a su oficina que estaba en el segundo piso de estación, viendo hacia la calle de Héroes de Nacozari».

Y surge entonces la conexión entre aquel trabajo y el nombre que acabó por identificar a la legendaria empresa queretana:

«Mi papá llegó a ser jefe de estación en Empalme, Escobedo, que era muy importante, porque ahí se juntaban las vías de Ciudad Juárez y de Laredo. Y ahí encontró a Anastasio Soto, del que se hizo muy amigo y que fue mi padrino de bautizo. Don Anastasio tenía la tienda del pueblo, que se llamaba La Victoria, y de ahí a la fabriquita mi papá le puso Embotelladora La Victoria, Sociedad de Responsabilidad Limitada».

Me dice que particularmente le hubiera gustado que su padre admirara la planta en San Juan, planta que él mismo, en compañía del entonces gobernador Rafael Camacho, inauguró: «La fachada es la misma, pero por dentro ha cambiado muchísimo. En tecnología y en tamaño. Empezamos con veinticinco mil metros y ahora ya son ochenta mil metros los que tiene la planta».

Los cambios, con el paso del tiempo, han sido muchos, como bien lo explica:

«La forma de trabajar ha cambiado muchísimo, sobre todo por la nueva tecnología. Ahora estamos trabajando con varios tipos de azúcares, no solo de caña, y líquida también… Ha cambiado muchísimo todo».

Queretano de nacimiento, como sus hermanos todos, me cuenta sobre la relación de su familia con esta ciudad en la que han hecho su trayectoria empresarial:

«Es una relación muy bonita, porque la gente nos ha respondido muy bien. Sientes que Dios te dio la oportunidad de crecer y tienes que dar algo a la comunidad. Es una gran satisfacción porque el esfuerzo que haces es correspondido».

Habla no sólo de la Fundación creada con el nombre de su padre, sino también del Club de Industriales por el que muestra especial afecto. «El Club de Industriales nos ha dado una satisfacción increíble, y con la Fundación vamos muy bien, ya incluso está reconocida a nivel internacional, y eso gracias a la labor de mis hermanas que están al frente de ella»

Las fotos de sus nietos dominan el ambiente, y sobresale, quizá por el marco que la sostiene, a dos de ellos retratados con el Gobernador del Estado.

Quizá por eso le pregunto por su relación con los políticos, recordando que su empresa ha crecido y se ha consolidado durante las etapas de gobernantes de distintos colores partidistas. «No nos identificamos con ningún color», me dice con seriedad. «Con el Gobernador siempre hay que participar, convivir, ayudar y compartir».

La conversación nos lleva por sus años de estudiante, primero con las hermanas Carrillo y luego en el Queretano -«salíamos a pescar con pañuelo al río»-, antes de partir a estudiar a Dallas, Texas, todo el Bachillerato, y la carrera de Contador Público en el Tec de Monterrey, en la capital regiomontana.

«La vida de estudiante la viví en toda forma y muy feliz», asegura antes de reconocer: «Aunque es un poco difícil estar lejos de la familia».

«Me enseñó a trabajar», me contesta de inmediato cuando le pregunto sobre las cosas que aprendió de ese empresario sobresaliente que fue su padre; «me enseñó a tenerle cariño al trabajo».

«Y fue durísimo conmigo», me reconoce al rememorar su relación con don Roberto; «si me faltaba una botella del inventario me hacía quedarme hasta encontrarla, así fueran las cuatro de la mañana».

Y luego con un tono de ternura en las palabras concluye: «No me arrepiento. Lo extraño muchísimo… Quisiera tenerlo aquí sentado conmigo».

Mientras mí entrevistado contesta una llamada telefónica, observo el entorno. Me llama la atención que tres de los relojes, colocados en diferentes estantes, muestran sus entrañas mecánicas. Me imagino los muchos engranajes que deben considerarse para administrar una empresa tan exitosa como Embotelladora La Victoria.

«Disfruto mucho el éxito», reconoce sin tapujos cuando le toco el tema. «Disfruto que el negocio esté creciendo, que mis hermanos y mis sobrinos estén bien. Ahora ya no tengo tanto trabajo, porque mi hermana Chelo se está haciendo cargo del negocio».

Para él, el secreto de ese éxito empresarial consiste en tomar la decisión correcta en el momento necesario, y a decir del crecimiento, éstas se han tomado adecuadamente:

«Antes se embotellaban treinta botellas por minuto, ahora son tres mil latas por minuto».

Me habla de sus metas personales alcanzadas y de cómo ha ido alcanzando, con su empresa, una productividad cada vez mayor: de doscientos cincuenta mil a quinitas mil cajas al mes, primero, hasta logar producciones de seis millones en treinta días.

«Que las cosas sigan como van», me responde cuando le pregunto sobre sus deseos para el futuro inmediato, «que los muchachos sigan entendiéndose de los negocios, y que nosotros nos dediquemos a pasear».

Luego se ríe abiertamente y me platica, ya para terminar, sobre sus doce nietos:

«Te llenan de satisfacciones. Todos tienen su cosita especial, son muy distintos, muy especiales, y el cariño que profesan es increíble».

Un cariño que se siente a cada una de esas sus frases que los recuerdan. Un cariño que adereza las palabras también cada vez que viene a la memoria el recuerdo de su padre.

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