Ángeles González Gamio
Aunque según nos recordó en estas páginas el querido Miguel Concha, fray Servando Teresa de Mier sostenía que siglos atrás la imagen se había plasmado en la capa del apóstol Tomás, quien llegó a evangelizar estas tierras en la forma de Quetzalcóatl.
Sea como fuere, el hecho es que la Virgen de Guadalupe es considerada por gran parte de los mexicanos como la madre de México, lo que ha llevado a que a lo largo de centurias se hayan levantado diversas construcciones para venerarla, en los alrededores del sitio en donde se dice que fueron las apariciones.
La primera fue una modesta ermita que habría de ser la base para los distintos templos que se edificaron durante siglos sobre el mismo lugar. Durante el XVIII se contrataron a los mejores arquitectos, artistas y orfebres para construir las más bellas edificaciones. Una de ellas es el templo barroco, obra del excelente arquitecto virreinal Pedro de Arrieta, que aún podemos admirar, al lado de la moderna basílica que se edificó en 1975.
En su interior trabajaron los mejores artistas de la época: pintores, escultores, talladores, plateros y muchos más. La obra se inició en 1695, sobre las ruinas de un templo artesonado; a lo largo de los siglos se le fueron haciendo agregados y modificaciones, tanto para ponerlo a la moda arquitectónica del momento como por deterioro, un caso es el altar barroco que se dañó por la construcción del convento de capuchinas, lo que se aprovechó para que Manuel Tolsá edificara uno nuevo en 1787, en estilo neoclásico. Al bello inmueble se le denomina Colegiata de Guadalupe desde 1749, año en el que se le concedió dicho rango.
En su interior se encuentra el Museo de la Basílica de Guadalupe, que alberga colecciones de pintura, escultura, grabados, porcelanas, cobre, tapices, e imaginería. Sobresalen obras de artistas de renombre como Juan Correa, Cristóbal de Villalpando, Nicolás Rodríguez Juárez y Miguel Cabrera. De arte popular hay una sala con deliciosos exvotos y otra con los retratos de los abades de la basílica.
Debido a que este templo padecía severos daños estructurales, se tomó la decisión durante el gobierno de Luis Echeverría, de construir uno nuevo. Se encargó la obra al arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, quien diseñó una impresionante basílica, en forma circular, con estructura de concreto, revestido de laminas de cobre e iluminada a través de amplios vitrales de vidrio de Monterrey. En el extremo de la modernidad, un pasillo eléctrico colocado debajo del nivel del piso, permite admirar a los millones de peregrinos la hermosa imagen de la Virgen, sin poder detenerse por el movimiento constante de la banda, lo que no impide que muchos se suban decenas de veces.
Un auténtico tesoro de La Villa es la capilla del Pocito. Cuenta la tradición que en ese lugar la Guadalupana esperó a Juan Diego en una de sus apariciones y brotó un manantial; por tal razón, se le encargó al notable arquitecto barroco Antonio de Guerrero y Torres la construcción de una pequeña capilla. El resultado fue una bellísima edificación de tezontle y cantera rematada con graciosas cúpulas y linternillas, revestidas de azulejos blancos y azules. El interior resguarda magníficos lienzos de Miguel Cabrera. Se le considera entre las 10 mejores obras barrocas de América.
Después de ver tantas maravillas seguro estarán hambrientos. No se preocupen, hay muchas fondas y restaurantes en los alrededores y por supuesto, no se pueden dejar de saborear las clásicas “gorditas de La Villa”
, calientitas y aromáticas, recién preparadas en los comales y envueltas en colorido papel de china.