Rafael Nadal es un hombre de mar
Gastón Saiz
MELBOURNE.- Rafael Nadal es un hombre de mar. A los 4 años disfrutaba caminar por la orilla de las playas de Manacor, sentir con el tacto a los cangrejos y soltarlos nuevamente al agua. Instantes felices de un chico que a los 10 ya le había tomado el gusto a la pesca. Los domingos en casa, junto con sus padres Ana María y Sebastián, servía en su plato lo que él mismo había extraído del mar. Aún busca superar su récord de cien peces en una mañana de pulso firme y pique inolvidable.
Hay una historia detrás de la gran historia que está escribiendo este chico multicampeón de 24 años, que en el Abierto de Australia persigue su cuarto título de Grand Slam en serie y el 10° de su carrera. Un relato en el que la ingenuidad y el esfuerzo se volvieron cómplices sin premeditación. En el que la fantasía, por qué no, agregó un condimento especial y decisivo para un crecimiento sin límites.
El ingenio de Toni Nadal, su tío, representa el maná de la fiereza competitiva de este superatleta. Rafa recibió la educación que le inculcó su padre, pero con Toni aprendió a disciplinarse, a ser siempre duro y a no buscar excusas. A aceptar las dificultades de un partido. Muchos consiguen ganar, pero pocos durante tanto tiempo. Rafa se adjudicó su primer título grande con los 19 años recién cumplidos (Roland Garros 2005) y hoy es el defensor del título del polvo parisino, de Wimbledon y el US Open. Sus récords de precocidad son incontables. Sus marcas de vigencia, también.
Para ganarse la confianza del niño de flequillo, su tío se inventó el personaje del mago «Natali», capaz de lograrlo todo. En un campeonato infantil de Baleares, un Rafa de 8 años se medía con un rival de 12 y perdía 3-0 en el primer set, hasta que descontó para colocarse 3-2. «Quédate tranquilo, si las cosas van mal, yo, que soy un mago, haré que llueva y se aplazará el partido», le confió su entrenador en un descanso. De pronto, se desató un aguacero que obligó a la suspensión. «Toni, para la lluvia ahora que yo a este tío creo que le gano», respondió Rafa en la espera. Parecía imposible, pero luego ganó.
En esa incesante tarea de seducción, Toni siguió con sus cuentos para que, cada vez que su pupilo utilizara la pista de entrenamiento, demostrara una total contracción al trabajo. Por eso le juró que «Natali» había sido años atrás un legendario goleador de Milan, cuya hinchada se le volvió un día tremendamente en contra, lo que lo obligó a huir de Italia y a refugiarse en Mallorca. Debido a que el otro tío de Rafa, Miguel Angel, fue defensor de Barcelona, muchos jugadores del Barça acostumbraban visitar la casa de los Nadal. La primera vez que Txiki Beguiristain golpeó la puerta y entró, se dirigió a Toni y le dijo con un guiño cómplice: «¡Pero Natali, tu sí que eras bueno!» Y claro, el pequeño chaval quedaba alucinado y quería jugar al fútbol siempre al lado de su tío, aunque con el tiempo comprobó que no era tan bueno…
En otra ocasión, coach y alumno veían por televisión un partido de Ivan Lendl contra un ignoto rival en el US Open. Toni empezó con las críticas: «Estoy tan harto de lo mal que se mueve ese jugador que quiero que se vaya. Voy a hacer que se lesione, no lo aguanto más». Efectivamente: el tenista se lesionó dos minutos después y se retiró, pero Rafa, sorprendido, nunca se enteró de que estaban viendo un encuentro en diferido.
La familia también colaboró graciosamente con estos trucos mentales. El mago Natali solía transmitirle invisibilidad al chico, y éste, convencido de sus poderes, se paseaba por la mesa haciendo morisquetas en la cara de los comensales. «¿Dónde está Rafa? Es como que lo siento pero no lo veo», indicaban sus padres. Todos estos juegos permitieron que el actual N°1 tuviera una fe ciega en su entrenador, al punto de aceptar tomar la raqueta con la mano izquierda, pese a ser diestro por naturaleza. Lo mismo si debía correr diez vueltas a la cancha, quedarse peloteando o puliendo su técnica durante horas. Así se forjó su mentalidad de hierro, su imparable marcha al Olimpo del tenis.
Rafael Nadal era muy tímido y lo sigue siendo; sólo que ahora debe responder ante el público, los sponsors y el periodismo. Pero esa timidez lo ayudó a mantenerse fiel a su círculo íntimo, a no buscar afuera compañías poco aconsejables. Sus amigos son los de toda la vida en Manacor, allí donde nadie le reclama un autógrafo, lo frena ni lo molesta. Es uno más en ese municipio de la isla de Mallorca, de 40.548 habitantes. Sólo los paparazzi intentan alterar su intimidad para robarle una foto con su novia, Xisca Perelló, mientras surcan juntos el mar en jetski. Aunque Rafa jamás se prestará a la prensa rosa.
Lejos de que su cabeza se fundiera de tanta exigencia en forma prematura, Nadal sigue amando al tenis porque respeta rutinas, dosifica descansos y elige en qué torneos participar. Excepto cuando duerme, es un competidor mil por mil. Da batalla hasta cuando juega a los dardos o a la PlayStation. Capaz de desafiar a sus compinches a ver cuántas veces pueden hacer rebotar una piedra en el mar manacorí. Eso sí: no busca ganar para humillar, sino para medir su propia valía.
Es un rey también en el fair play: cuando le preguntaron en el debut aquí si no le parecía mal haberle ganado 6-0 y 5-0 al brasileño Marcos Daniel, que abandonó por lesión, comentó: «Si le regalas un game y se nota, estás subestimando a tu rival. Siempre busco jugar bien hasta el final». Incluso, tras el final de su último partido aplaudió al joven australiano Bernard Tomic, valorando su proyección.
Nadal es el de toda la vida, pero cada día muta en otro más grande, cada vez más campeón.