Miguel Concha
“ética de la convicción”y la
“ética de la responsabilidad”. Para el sociólogo alemán la primera se ajusta a principios y máximas que puede tener individualmente cada persona en el ámbito privado. La segunda, en cambio, toma en cuenta las repercusiones que pueda tener su acción en el ámbito público, lo que algunos autores también denominan como la responsabilidad antecedente. Ello no significa, aclara el jurista mexicano, que ambas se excluyan entre sí, y que conducirse según las propias convicciones sea equivalente a una falta de responsabilidad. O, al revés, que actuar responsablemente suponga claudicar de los principios en los que uno cree. Sino que dependiendo de la esfera de actuación de cada quien, el ámbito privado o el ámbito público, debe prevalecer la una sobre la otra, en razón de las consecuencias que se provoquen con nuestros actos.
El tema me saltó a la mente al analizar el texto que dio a conocer Carmen Aristegui el pasado miércoles en la Casa Lamm, en el que honestamente explica a la sociedad las verdaderas razones de su despido de la radioemisora que durante más de dos años se honró y se benefició de su excepcional trabajo. En él, Aristegui exige con toda justicia que se reivindique su integridad personal y profesional, lo que se podría colocar en el campo de la ética de la convicción, aunque también en el terreno de la responsabilidad moral de la estación de radio para con ella y la sociedad. Pero también, asumiendo las repercusiones más amplias que su salida del aire tiene en el trabajo de su equipo, en sus numerosas audiencias, y en la necesidad urgente que la sociedad mexicana tiene de seguir contando con información completa, veraz, oportuna y crítica, para poder decidir responsablemente sobre su destino sobre todo en las actuales circunstancias dramáticas del país, Carmen plantea generosamente a la radioemisora una “salida digna, decorosa e inteligente”
para solucionar este desagradable entuerto, en el que MVS nos ha metido a todos.
Ahora que el gobierno federal ha declarado abiertamente que las decisiones en el ámbito de las telecomunicaciones se toman “sin ninguna otra consideración, más que la concordancia con los principios de cobertura, convergencia y competencia”
, lo que esperamos que en el futuro sea cierto –en todo caso desde la sociedad le seguiremos exigiendo–, y aparentemente refrendado su compromiso con la libertad de expresión y de prensa, “en un marco de pluralidad, bajo la convicción de que el ejercicio pleno de estas libertades revitaliza la democracia y fortalece las instituciones”
, pienso que ha llegado el momento para que la radioemisora actúe ahora responsablemente con la sociedad y sus propias audiencias. Es decir, rectificando con ello su error de cálculo, mostrándose tolerante, salvaguardando la integridad personal y profesional de Carmen, reinstalándola con su equipo en el noticiero matutino, y reivindicando así de paso su propia imagen. Por ello nos hacemos eco y nos sumamos a la carta abierta que ayer cientos de organizaciones y personas de todo el país dirigieron a los directivos de MVS (La Jornada, p. 13), invitándolos a recapacitar y reconsiderar con seriedad esta posibilidad.
“Este hecho –afirma con razón el desplegado– demostrará coherencia y compromiso con su audiencia. Asimismo, nos enriquecerá como sociedad moderna y tolerante, en la que el derecho a la información y a la libertad de expresión sean respetados. Consideramos que estos valores son imprescindibles en el México contemporáneo, sumido en la violencia y la desesperanza. Castigar por opinar no debe ser bandera de nadie”. Porque es esto precisamente lo que está en el fondo de este conflicto y de este debate: la libertad de expresión como derecho humano individual y colectivo, y el derecho a la información de las personas y de la sociedad como elemento fundamental en el que se basa la existencia de una sociedad realmente democrática.
Tiene razón el Centro Nacional de Comunicación Social (Cencos) cuando expresó el pasado martes que la salida de Carmen Aristegui de MVS constituye otra forma de agresión, ciertamente más sutil, contra la libertad de expresión: la censura indirecta. Y que pone en el centro del debate de nuestro país la relación entre los medios y el poder político, la relación entre la ética y la transparencia de los medios, así como la relación laboral entre los dueños de los medios y los periodistas de México. Como también expresó Carmen el pasado miércoles, está también concernido el derecho de los periodistas a preguntar, y el derecho de la sociedad a saber sobre conductas o datos privados relacionados con la aptitud de los políticos en el desempeño de sus funciones, entre ellos su salud física y mental.
Así lo han determinado, a propósito de su intimidad, en varios casos, la Suprema Corte de Justicia de la Nación y varios mecanismos internacionales de protección de los derechos humanos.