Una historia muy intersante: La Hacienda San Antonio

La hacienda más bella del mundo: San Antonio

Carlos Tello Díaz

Letras Libres

En el verano de 1987, Sir James Goldsmith tomó una decisión que, además de salvar su fortuna del crack de octubre (la revista Time lo llamó, en su portada, The Lucky Gambler), transformó su vida para siempre: vendió todo lo que tenía, absolutamente todo, sus empresas, sus casinos, sus revistas, sus cadenas de supermercados, incluso su mansión en Nueva York. Con esa decisión abrió un capítulo en su vida. Nunca más habría de consagrar su tiempo a los negocios: a partir de entonces sus intereses serían otros. Fue como una conversión. En 1990 fundó la Goldsmith Charitable Foundation, uno de cuyos objetivos era dar apoyo a proyectos para conservar el medio ambiente en Europa y América. James Goldsmith, que tenía fama de ser un tiburón financiero con ideas conservadoras, íntimo de Nixon y Kissinger, amigo de Reagan, empezó por esos años a colaborar con grupos de presión que defendían el trabajo y la naturaleza, al lado de activistas como Ralph Nader. En 1993 dio a conocer un libro que hacía una crítica minuciosa y devastadora de la economía capitalista, por sus efectos desastrosos sobre la sociedad y la ecología. El libro fue un best seller en Francia (Le piège) e Inglaterra (The Trap), países en los que residió Goldsmith. Plaza & Janés lo publicó en México como La trampa. En ese libro, el hombre de negocios más exitoso de los ochenta combatía la idea de que el crecimiento económico debía ser el parámetro para evaluar el éxito de un país. ¿Lo podía ser, aun a costa del planeta? “Los últimos cien años han sido testigos del desastre más grande que el mundo ha visto”, afirmó. “Hemos destruido el medio ambiente y hoy todo carece de importancia comparado con la protección del planeta”.1 Uno de sus objetivos por esos años fue, de hecho, la compra de grandes extensiones de tierras para proteger sus hábitats. No lo hizo nada más en el país donde nació, Francia. Lo hizo también en la Patagonia de Chile y el Occidente de México. Fue ahí, en Colima, donde sus ojos vieron por primera vez uno de los lugares más bellos del mundo: la hacienda de San Antonio, enclavada en la región de El Jabalí.

La hacienda de San Antonio era una propiedad situada en las tierras templadas del municipio de Comala, sobre las faldas del Volcán de Fuego, a unos 30 kilómetros al norte de Colima. La hacienda, que tenía originalmente tres mil 392 hectáreas, había sido propiedad de un alemán que llegó a la región a sembrar café a fines del siglo XIX. Era un lugar muy bello, poblado de lagos, valles y bosques de nogales y cedros, dominados por el Volcán de Fuego. Su entorno natural, además, estaba protegido desde principios del siglo. En 1920, en efecto, el Diario Oficial publicó que, por causa de interés público, se decretaba zona de protección forestal y refugio de fauna silvestre el área conocida como El Jabalí, en Colima. Aquel mandato fue ratificado más tarde, en 1981, por otro decreto que protegía una superficie de cinco mil 178 hectáreas en el municipio de Comala, en la que estaban incluidas las dos mil hectáreas que compraría más tarde Goldsmith. Este decreto, firmado por el presidente José López Portillo y dos secretarios, el de Agricultura y Recursos Hidráulicos y el de Reforma Agraria, consideraba “que en la región conocida como El Jabalí, que se localiza en el municipio de Comala, estado de Colima, existen tres lagunas permanentes, arroyos que provienen de las partes altas del volcán de Colima, bosques de nogal, cedro, fresno, encino y pino, todo lo cual, además de su extraordinaria belleza natural, constituye un refugio para la fauna silvestre”.2 Así, el decreto de 1981 establecía al más alto nivel que la región de El Jabalí, la naturaleza donde estaba ubicada la hacienda de San Antonio, sería protegida para siempre, estaría a salvo de la destrucción bajo el cobijo del Volcán de Fuego. Este decreto, fundamental, había sido publicado en los tiempos en que los azares de la vida habían puesto en otras manos la hacienda de San Antonio.

La historia de la hacienda de San Antonio estaba íntimamente ligada a un hombre que nació en los Andes a fines del siglo XIX. Era uno de los hombres más ricos del mundo, heredero de una fortuna legendaria en Bolivia, donde su familia había sufragado golpes de Estado y había financiado la larga y cruenta guerra del Chaco contra los ejércitos de Paraguay. El fundador de la fortuna era su padre, Simón Patiño, contemporáneo y congénere de Carlos Aramayo y Mauricio Hochschild, con quienes llegó a controlar todas las minas de estaño en Bolivia. Sus ingresos eran superiores a los del gobierno de su país. Cuando falleció a los 87 años en el Hotel Plaza de Buenos Aires, en 1947, su hijo Antenor heredó una de las grandes fortunas del mundo: “200 millones de dólares”, de acuerdo con un periodista financiero del Sunday Times.3 La revolución de 1952 nacionalizó las minas de estaño que sustentaban su riqueza, pero ya para esos años él mismo era presidente de Thailand Tin Mines y British American Tin Mines. Fue diplomático en Madrid, París y Londres, y más tarde en México. Pero en México no tenía el cargo de ministro de Bolivia. Antenor Patiño estaba ahí por una razón totalmente distinta: su divorcio. Fue su divorcio lo que lo llevó a México —lo que lo condujo hasta Colima, donde descubrió la hacienda de San Antonio.

En 1931 Antenor Patiño contrajo nupcias en Madrid, por el régimen de separación de bienes, con María Cristina de Borbón, quien era parte de la familia real de España. Antenor tenía entonces 35 años: había nacido en 1896 en Oruro, Bolivia, hijo de don Simón Patiño, al que la gente llamaba el Rey del Estaño. María Cristina, en cambio, tenía sólo 17 años: había nacido en 1913, hija del duque de Durcal, primo a su vez del rey Alfonso XIII, un hombre con alcurnia pero sin dinero, aunque con la ilusión de adquirirlo por medio de su hija, menor de edad en el momento de su matrimonio con Patiño. El desenlace de su casamiento por conveniencia, un desastre, culminó en una batalla legal por el divorcio que sería uno de los episodios más célebres en la historia del derecho internacional privado. Porque ¿qué corte podía juzgar el matrimonio de un boliviano y una española casados en Madrid, que tenían residencia conyugal en Francia?

Al cabo de una década de buscar la separación sin perder su fortuna, Patiño llegó a México. Ahí, el presidente Adolfo Ruiz Cortines, al tanto de sus tribulaciones, le ofreció su apoyo para resolver el asunto de su divorcio… si hacía una buena inversión en México. Patiño empezó así la construcción del Hotel María Isabel, un edificio muy elegante, situado en la zona más exclusiva de la capital, donde concibió y planeó lo que sería su obra más espectacular: el Hotel Las Hadas, en la costa de Colima. Ese mismo año Patiño solicitó la separación de su cónyuge, María Cristina de Borbón, ante un juzgado de la ciudad de México. El juez que falló a su favor invocó la causal de divorcio llamada abandono de hogar, pues esa causal justificaba la intervención de las cortes de México. “La regla de excepción, tratándose de juicio de divorcio por abandono de hogar”, decía la sentencia de la corte, “es la de señalar como competente al juez del domicilio del cónyuge abandonado”.4 Y Patiño estaba domiciliado en México. Era el lugar donde tenía, añadía el dictamen de la corte, “inversiones de cuantía”.5 La historia de su divorcio con la duquesa María Cristina de Borbón —costoso, bochornoso e interminable— estaba así en el origen, no sólo del Hotel María Isabel y del Hotel Las Hadas, sino también de la hacienda de San Antonio.

Patiño compró la propiedad en 1973, con el proyecto de reconstruirla para hacer ahí un hotel de montaña que pudiera complementar el que tenía en la playa, en Las Hadas. Lo compró por medio de un intermediario, sin decir a sus dueños quién era el interesado, para que no pidieran el cielo y las estrellas. Más tarde, en 1980, creó la empresa Hacienda de San Antonio SA de CV, que aparecía como propietaria de 510 hectáreas en el municipio de Comala. Patiño fue el primer presidente de su consejo de administración. Reubicó las casas de los peones que trabajaban en la propiedad y construyó una pista de aterrizaje en El Jabalí, y comenzó después a restaurar el casco de la hacienda con el arquitecto Mauricio Romano. La hacienda, caída en la ruina desde fines de los años veinte, habría de resucitar en la década de los ochenta. Don Antenor había dado el primer paso, pero no viviría para ver terminada la propiedad que vislumbró. Ésa sería la obra de su yerno.

James Goldsmith estaba emparentado con Patiño. Don Antenor había sido su suegro. Hacía de eso varios lustros, pero el recuerdo de su relación con él estaba todavía presente, pues permanecía ensombrecido por la tragedia.

Antenor Patiño y María Cristina de Borbón tuvieron dos hijas, Cristina y María Isabel, a quienes quisieron casar con la nobleza de Europa. Cristina contrajo matrimonio en 1952 con un príncipe francés que no tenía dinero, Marc de Beauveau-Craon. María Isabel, a su vez, tenía 18 años cuando en 1953 conoció a Jimmy Goldsmith en una fiesta en Londres. Su historia de amor duraría menos de un año, pero estuvo llena de sucesos. En septiembre, Goldsmith anunció su intención de contraer matrimonio con ella, pero topó con los prejuicios de los Patiño. Poco después, Jimmy huyó con María Isabel al único sitio donde era posible casar a menores de edad sin el consentimiento de sus padres: Escocia. El matrimonio tuvo lugar en enero de 1954, en Edimburgo. Los abogados de Patiño no lo pudieron evitar. Fue una fuga romántica y legendaria, cubierta por toda la prensa europea, que terminó en tragedia. Pues dos meses antes de dar a luz, en mayo de 1954, María Isabel sufrió una hemorragia cerebral masiva, mientras dormía, y murió unas horas después de dar a luz por cesárea a una bebita: Isabel Goldsmith Patiño. A mediados de los ochenta, aquella bebita que había nacido en circunstancias tan trágicas, Isabel, era una de las herederas de la hacienda de San Antonio. Pero el sitio no le había gustado nunca: decía que llegaba siempre mareada con las curvas del camino que subía por la montaña. “Todo el mundo lo adora”, admitía. “Es espectacularmente bello. But it’s not my cup of tea”.6 En 1987 Goldsmith le compró la propiedad a ella y las otras dos herederas, la hija y la esposa de Patiño. Fue una compra emotiva, sin motivos comerciales. Sir James había sido conquistado por la belleza del lugar.

Desde su llegada a México, en los ochenta, Goldsmith promovió ser visto como el sucesor de Antenor Patiño. Tenía la intención de impulsar varias de sus iniciativas, como la hacienda de San Antonio. Su relación con él, además, era útil para hacer contactos a alto nivel, recuerda el empresario José Carral. “A mí me ve Jimmy Goldsmith, me busca para que le consiga yo una cita con Miguel de la Madrid”, comenta. “La cita fue en Los Pinos. El presidente se sintió muy halagado, pues sabía que había conexión con Patiño”.7 Miguel de la Madrid tenía, en efecto, razones personales para estar agradecido con Goldsmith, quien pensaba invertir en su estado natal, Colima, al igual que lo había hecho antes don Antenor. Goldsmith sucedió a Patiño en la presidencia del consejo de administración de la Hacienda de San Antonio SA de CV, que adoptó la forma jurídica que describió él mismo en el perfil biográfico que hizo luego circular en México: “fideicomiso turístico-ecológico ubicado en el municipio de Comala, Colima”.8 Ese perfil subrayaba su relación con Patiño: “El señor Goldsmith tomó el relevo de su suegro, don Antenor Patiño, que había iniciado el proyecto de San Antonio en los años setenta”.9 Y anunciaba el monto que había invertido en la propiedad, así como el número de sus trabajadores: “Inversión: más de 12 millones de dólares. Empleos directos: 204”.10 La inversión de Goldsmith habría de transformar en casa de campo —y con los años, por medio de sus hijos, en hotel de lujo— lo que había sido una hacienda dedicada a la producción de café desde el siglo XIX. Pero todas esas cosas, la casa, el hotel y la hacienda, muy distintas, tenían algo en común: fueron todas intensamente amadas por sus dueños. Y ese amor hacía resplandecer a San Antonio.

El 21 de agosto de 1925 Arnoldo Vogel escribía desde Colima una carta al secretario de Agricultura y Fomento del general Calles. “Soy alemán de nacimiento, de padres pobres”, le decía, “y con consentimiento de ellos tomé la resolución de buscar mejor suerte en este país, pues mi jefe en Hamburgo, el finado señor H.J. Blume (en paz descanse), me contó de su larga vida en México”.11 Vogel llegó a los 19 años al puerto de Manzanillo, en 1868, para radicar desde entonces en el estado de Colima. Ahí, 10 años más tarde, era uno de los dueños de la hacienda de San Antonio. “Apelo al testimonio de todas las personas que sean y conozcan la propiedad”, desafiaba en su carta, “que de un terreno sin cultivo, de espesos montes y sin modo de hacer riegos, he hecho la única grande plantación de café que existe en el estado”.12 Tenía toda la razón. Había levantado una hacienda en la montaña y la había hecho prosperar, y la había defendido durante los años sin paz de la Revolución. Había evitado su quiebra, como decía en su carta: “Con el afán de salvar la hacienda, ya de todo mi cariño por la hermosura que la naturaleza había desplegado sobre ella, he metido en la finca todo lo que tenía”.13 Al igual que todos los que vivieron en la propiedad, también él era sensible a la hermosura de la naturaleza, cosa extraña en tiempos cuando la naturaleza no era lo que es ahora: algo que debe ser protegido de los hombres, sino todo lo contrario: algo de lo que los hombres debían ser protegidos. Vogel moriría menos de un año después de escribir aquella carta, que fue también su testamento.

“Dos grandes amores hubo en la vida de don Arnoldo”, escribió una persona que lo conoció, “el que profesaba a La Niña, su esposa, y el que lo fundía en ese supremo deliquio creador, característico de los constructores de genio: San Antonio”.14 Ambos amores, en el origen, estaban relacionados, pues fue su esposa, doña Clotilde Quevedo, originaria de Tepic, quien lo condujo a la sociedad que formó en 1877 la hacienda de San Antonio. Esta es la historia:

El 23 de octubre de 1867, derrotado el imperio de Maximiliano, poco antes de llegar Vogel a México, el francés Arturo Le Harivel compró una parte de la hacienda de Montitlán conocida con los nombres de La Joya y La Joya Chiquita, al norte de Comala, en la frontera con Jalisco. 10 años después, por escritura del 29 de octubre de 1877, Enrique Stoldt, Adolfo Kebe y Arnoldo Vogel, casado con la hermana de la esposa de Kebe, establecieron, junto con Le Harivel, una sociedad llamada Compañía de San Antonio para la plantación de café en La Joya y La Joya Chiquita. En 1885 Le Harivel enajenó los derechos de propiedad que le correspondían a Vogel, a Stoldt y a Luisa Quevedo, viuda de Kebe. “Un ingeniero francés y cuatro alemanes fundaron la hacienda”, recordaría un historiador. “Tres de ellos murieron en la Primera Guerra Mundial”.15

La propiedad creció con Vogel, quien entre 1879 y 1890 construyó el casco de la hacienda, la Casa Grande. Era una hacienda cafetalera que llegó a ser conocida más allá de México. El café de San Antonio, consumido por el Hotel Waldorf-Astoria de Nueva York, era servido también en la mesa de la familia imperial alemana en su palacio de Berlín. “La vida en la hacienda comenzaba temprano, apenas si cantaban los gallos antes de despuntar el alba y ya todo mundo arriba, de pie, tempranito a las puertas de la casa grande”, recuerda un labrador. “Ahí todos reunidos cantábamos ‘El Alabado’. Hasta que nos abrían. En cuanto esto sucedía, todos a trabajar”.16 Otro trabajador la recuerda de manera similar: “Había una precisión germánica en la organización de la hacienda”, dice, “humanizada por el sentido de generosidad de su dueño”.17 Todos le reconocían a don Arnoldo el buen trato que daba a los trabajadores de San Antonio. Hasta los propios revolucionarios. El 13 de julio de 1916 el ministro de Relaciones de Carranza envió un cuestionario sobre Vogel al gobernador de Colima, el general Juan José Ríos. En la parte relativa a carácter y cualidades personales, el general le respondió así: “Es imperativo, aunque se le reconoce como hombre de ideas avanzadas y protector con sus mozos y dedicado por completo a sus trabajos agrícolas”.18

Todas las personas que vivieron en la hacienda recuerdan la belleza de la naturaleza que la rodeaba. “San Antonio es un prodigio vegetal”, afirma una de ellas.19 La propiedad estaba tachonada de ríos, el Cordobán, el Zarco y la Lumbre, y salpicada por tres lagos: el Calabozo, el Epazote y el Jabalí, que reflejaban en el agua la cumbre del Volcán de Fuego. El volcán estaba siempre presente, a veces protector, otras veces amenazador. Su presencia dominaba la vida de la hacienda, que estaba —está— a sólo 10 kilómetros en línea recta de su cráter. El volcán tiene tres mil 860 metros de altura sobre el nivel del mar: es la octava cima más alta de México. La tradición dice que en 1913 hubo una erupción tan violenta que la esposa de Vogel, en agradecimiento por haber sido salvada la propiedad, mandó erigir una capilla en honor a San Antonio. La erupción más importante ocurrió en realidad en 1903 (el mismo Vogel la reportó en el Boletín Mensual del Observatorio Meteorológico Magnético Central de México). Pero lo demás es cierto. En la capilla de San Antonio perdura esta inscripción: In Memoriam de mi querida esposa, doña Clotilde Quevedo de Vogel, fundadora de esta capilla. Murió el 1 de noviembre de 1924. Rogad por ella, Arnoldo Vogel. El propio don Arnoldo moriría poco después, el viernes 30 de julio de 1926.

La hacienda se vino abajo con la muerte de Vogel. En 1955 la propiedad fue fraccionada por sus descendientes, para protegerla del reparto agrario. Goldsmith la compró en 1987, luego de una fiesta de leyenda en la que el torero Manuel Capetillo, emparentado con los Vogel, le llevó mariachis de Tecalitlán. La hacienda ocupaba alrededor de 200 hectáreas, además de las mil 800 hectáreas de El Jabalí, donde fue reactivado el cultivo del café que había sido abandonado desde la muerte de don Arnoldo. Su elevación —mil 120 metros sobre el nivel del mar— le daba un clima fresco y delicioso que contrastaba con el calor de la otra propiedad que, ese año, adquirió Sir James en la costa de Jalisco: Cuixmala. Para restaurar y renovar la hacienda de San Antonio —y construir las casas de Cuixmala— Goldsmith contrató a un joven y talentoso francés, egresado del Ecole Camondo de París, que había decorado su casa en la Calle 80 en Nueva York. Robert Couturier era diseñador, no arquitecto. No había construido nada más que la casa de Dino de Laurentis en la costa de Carolina del Norte, así como el restaurante La Coupole en París. Pero fue una elección que resultó perfecta. Couturier transformó los seis mil 131 metros cuadrados que tenía el casco de la Casa Grande. Construyó el comedor y la sala alrededor del patio, y terminó las obras en el segundo piso de los portales, donde están hoy las habitaciones del hotel, que unió a la planta baja con una escalera monumental en forma de L. Couturier también diseñó los jardines de la hacienda, llenos de fuentes, inspirados en Le Nôtre, muy franceses, que supo concertar a la perfección con la exuberancia del trópico.
La decoración interior acentuó la mezcla —perfecta, excepcionalmente bien lograda— entre el alma de la hacienda tradicional y el espíritu de la arquitectura clásica que tiene San Antonio. Estuvo a cargo de Alix Goldsmith, la hija mayor de Sir James, quien trabajó junto al diseñador francés Armand Aubery y el arquitecto americano Donald Barhart, restaurador de la capilla de San Antonio. Alix planeó la terraza que domina los jardines: El Mirador, a los pies del volcán, y pobló de arte mexicano los cuartos, los patios y los corredores de la hacienda: tejidos de estambre huichol de Mezquitic, talavera de Puebla, esculturas de plata de Taxco, cofres de madera laqueada de Olinalá, tapetes de lana de Teotitlán del Valle, en Oaxaca. Fueron 10 años de trabajo que Goldsmith supervisó mientras dirigía otras cosas: el takeover de British-American Tabacco, las obras de Cuixmala, la escritura de La trampa, la creación de la Reserva de la Biosfera Chamela-Cuixmala y la fundación del Referendum Party en Inglaterra, así como su trabajo en el Parlamento Europeo, al que fue electo con un movimiento dirigido por él, Majorité pour l’autre Europe, que ganó más del 12 por ciento de los votos en 1994. La muerte lo sorprendió en el remolino de esa actividad, en 1997. Su hacienda fue convertida por sus descendientes en hotel de lujo, inaugurado en 2000 por la cadena Aman Resorts, pero sin perder el aire de una casa, la de Sir James Goldsmith. San Antonio guarda la marca del hombre que la planeó. Es un extraordinario matrimonio, único en el país, entre el refinamiento francés y la belleza salvaje de la naturaleza mexicana. n

Carlos Tello Díaz. Escritor. Entre sus libros: El exilio: un relato de familia, La rebelión de las Cañadas, En la selva y 2 de julio.

1 Citado por Ivan Fallon, Billionaire: The Life and Times of Sir James Goldsmith, Arrow Books, Londres, 1992, p. 482.
2 Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos, “Decreto que por causa de interés público se establece zona de protección forestal, y refugio de la fauna silvestre, la región conocida como El Jabalí, localizada en el Municipio de Comala, Colima, dentro de una superficie aproximada de 5,178-56-00 hectáreas”, Diario Oficial, 14 de agosto de 1981.
3 Ivan Fallon, op. cit., p. 87.
4 Citado por Jorge Aurelio Carrillo, “El caso Patiño-Borbón ante el derecho internacional privado”, El Foro, abril-junio de 1961.
5 Ídem.
6 Citado por Ivan Fallon, op. cit., p. 445.
7 Entrevista con José Carral, México, 24 de julio de 2006.
8 Perfil de Sir James Goldsmith que circuló entre la prensa en México.
9 Ídem.
10 Ídem.
11 Citado por Servando Ortoll, Vogel: las conquistas y desventuras de un cónsul y hacendado alemán en Colima, El Colegio de Sonora, Hermosillo, 2005, p. 33.
12 Ibíd., p. 50.
13 Ídem.
14 Ibíd., p. 166.
15 Ibíd., p. 65.
16 Ibíd., p. 61.
17 Ibíd., pp. 166-167.
18 Ibíd., p. 125.
19 Ibíd., p. 167.

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