«A los museos hay que desaburrirlos»
Diario de Querétaro
Manuel Naredo
«Muchas veces es un prejuicio nuestro, de los promotores del arte, el partir del supuesto de que a la gente no le interesa la cultura y que hay que inculcársela a la fuerza», sostiene quien ha sido uno de los impulsores culturales más importantes de la última década en Querétaro. «Más bien es la forma de organizar la oferta: qué les interesa a qué grupos, y que no tengas en los cielos a las bellas artes y en el sótano al rock and roll, o a lo que sea».
Gabriel Horner García, director del Museo de la Ciudad desde hace cerca de catorce años, repite la frase de Edgar Morán que ha servido de lema a ese espacio plural e intenso ubicado en el exconvento de Capuchinas, donde asegura se ha partido de entender y promover la dignidad y la calidad de cada producto artístico: «No se trata de elevar el nivel cultural de la población; se trata de elevar el nivel de la palabra cultura».
Detrás de su escritorio en una oficina que, sobre todo, es también una sala de exposiciones, ejemplifica su idea de partir de los intereses particulares de los grupos para lograr interesarlos en otras cosas relacionadas, cuando asegura: «A los jóvenes que están muy involucrados en los signos de identidad cultural del movimiento punk les puedes enseñar todo el bagaje cultural que tienen estos postulados a lo largo de la historia del arte».
Su fórmula ha convertido al Museo de la Ciudad en un referente del arte, principalmente aquel desarrollado por los jóvenes, no sólo en Querétaro, sino en el país entero. El, sin embargo, se muestra modesto al sostener que quiere pensar que efectivamente ese espacio ha representado una influencia en las nuevas generaciones de artistas queretanos. «Esa es también una de las funciones del promotor cultural: hacer visibles cosas que no son fáciles de percibir en cuanto a los procesos de creación en los diferentes grupos sociales», asegura.
«Ha valido la pena la consolidación de públicos y el hecho de haber podido lograr uno de nuestros objetivos fundamentales, que era ofrecer el Museo como un instrumento de la articulación de propuestas muy diferentes, de disciplinas muy distintas, y de grupos muy disímiles dentro de la sociedad queretana», reflexiona cuando le pido un breve repaso de su paso por la dirección de ese centro cultural. «Y por otro lado, que haya funcionado como una ventana, o un punto de encuentro, de lo que se está haciendo en diferentes partes de México y el mundo con la creación local».
Todo ello, sin duda, lo ha conseguido. Para comprobarlo basta el acercarse a Guerrero 27 sur un fin de semana por la noche y descubrir manifestaciones artísticas diversas y abundantes, desde teatro a música, desde plástica e instalación hasta danza.
«Puede haber una confrontación en este tipo de espacios», sostiene sobre la diversidad de propuestas que llenan de vida al Museo que dirige. «Es muy fácil caer en la exclusión y en los vicios de poder y decir que no te puedes presentar porque no tienes un currículum. Siempre nos ha preocupado mucho la ética de lo que debe ser un espacio público, porque finalmente se tiene derecho al uso de los foros culturales. La apuesta ha sido hacerlo de la manera más inclusiva posible, tratando de profesionalizar las propuestas».
«Yo no lo pondría en términos de calidad, sino de que si algo que se propone es de interés de un público específico, merece un espacio en un lugar público», concluye sobre la apertura que ha demostrado con sus acciones a lo largo de cerca de tres lustros.
Nacido en León, Guanajuato, e integrante de una familia de cinco hermanos, Horner me cuenta algo de esa parte de su vida poco conocida al recordar a su padre, abogado y notario público recientemente fallecido: «Le interesaba mucho la literatura, la filosofía y la historia de México; tenía una biblioteca bastante interesante y surtida».
«Bien sabemos que lo que no vives en tu casa es muy difícil que lo desarrolles. No conozco a nadie que no haya leído de niño y que ahora lea», reconoce al tiempo que confiesa el gusto de su madre, descendiente de familia de los Altos de Jalisco, por las bellas artes y en especial por la pintura y la escultura.
Frente a quien hoy porta una tupida barba rojiza, mediando un escritorio que refleja bien lo complejo y diverso de las entrañas del Museo, le inquiero sobre sus estudios primarios y, atendiendo a lo controvertido de varias de sus propuestas artísticas, hasta le bromeo sobre si los hizo en un colegio de monjas.
«Estudié en colegio de jesuitas en una época en que se estaban cuestionando los principios pedagógicos tradicionales, cuando se traía muy de moda la escuela activa y las teorías de Pierre Faure», rememora sobre aquella su etapa de estudiante. «Fue una formación religiosa, pero de alguna manera muy liberal, muy enfocada hacia las humanidades y la apertura. Pienso que fue una buena formación».
Incluso para cursar su carrera profesional, «mal llamada Ciencias de la Comunicación, porque de ciencias no tiene nada», Gabriel escogió la Unidad León de la Universidad Iberoamericana, dirigida por la orden religiosa con la que cursó sus estudios elementales.
«Sí, lo pensé, pero me interesaban demasiadas cosas y era muy difícil elegir», reconoce cuando le pregunto si pensó algún día dedicarse profesionalmente a alguna disciplina artística. «Por eso escogí esa carrera: porque es muy dispersa y te permite acercamientos con diferentes disciplinas y modos de expresarse. Y luego es un poco abrumador la excelencia y la calidad que encuentras en cada disciplina artística como para agregar algo más a lo que ya se ha hecho».
«Decía Guillermo Faranelli que él no escribía sobre cine porque eso lo tenía reservado para su puro placer», sigue confiando. «Creo que lo que más me gusta es la literatura, en particular la narrativa, y nunca he promovido ese aspecto, porque lo tengo reservado para mi puro placer, para mi ámbito privado».
Fue su relación con la música la que, sin embargo, lo hizo un día llegar hasta Querétaro, pues la entonces Filarmónica del Bajío, donde trabajaba haciendo la promoción y las relaciones públicas, se convirtió en la actual Filarmónica de Querétaro.
«Me gustó desde el principio, sobre todo porque era un terreno muy fértil para mis intereses», dice sobre Querétaro. «Me gusta mucho la escala de la ciudad y que todavía siga siendo un espacio caminable. Se ha dicho mucho, pero hay que repetirlo: Querétaro es una ciudad muy bella y un entorno muy amable para desarrollar tus actividades».
«Y me gusta la gente», abunda sobre una sociedad calificada como conservadora desde siempre. «Pienso que, lejos de lo que se dice o parece, es gente civilizada, tolerante y con un genuino interés por las diferentes manifestaciones de la cultura».
Para recalcar su dicho me cuenta el ejemplo de los cineclubs que ha organizado desde su adolescencia: «En León tuve muchos años un cineclub en la Casa de la Cultura y jamás pude formar realmente un público; iban y venían, y a veces no tenía a nadie en las proyecciones. Y en Querétaro, desde la primera ocasión en el Museo Regional hace veinte años, llegaron quinientas gentes. Eso me entusiasmó mucho… Hay una avidez de la población por los productos artísticos y culturales».
Entre cigarro y cigarro -por supuesto sin filtro-, acompañados por los gritos constantes de los trabajadores de la construcción -necesariamente presentes por la rehabilitación que sufren las instalaciones del Museo de la Ciudad actualmente- que aceleran el paso ante la llegada del fin de la jornada y de la semana, Horner responde a mi inquietud sobre sus mayores satisfacciones, pese a que quizá no sea ésta la mejor pregunta para un personaje de sus características.
«Espero nunca llegar al punto de decir esto ya lo hice y ya fue», sostiene antes de recordar una organización especialmente significativa para él. «Algo que me resultó muy satisfactorio fue el encuentro que hicimos sobre el tatuaje, que fue muy completo y un buen ejemplo de lo que es interesar al público por cosas relacionadas con aquello que le apasiona. Para ese encuentro tuvimos una exposición de arte contemporáneo, una de piezas prehispánicas con evidencias de alteraciones corporales, tatuadotes, presentamos performances, bandas de rock y conferencias sobre distintos aspectos del fenómeno del tatuaje… Me gustó también porque fue un asunto reivindicatorio de un fenómeno mal visto por sectores muy tradicionales de la población, y que por lo demás, ha estado presente en todas las épocas y todas las culturas de la historia».
Por el Museo de la Ciudad han pasado infinidad de artistas, la mayoría jóvenes, que han encontrado en ese escaparate posibilidades de desarrollo. Muchos de los que ahí iniciaron sus experiencias artísticas hoy son profesionales de su trabajo creador. Horner destaca a la plástica entre las diferentes disciplinas que han aprovechado el espacio que dirige como foro para mostrar su trabajo.
«En las artes plásticas ya han pasado por lo menos dos generaciones de artistas jóvenes que han estado relacionados con las actividades del Museo, y ahora surge una tercera», asevera con un sincero tono de esperanza. «Tenemos ahora una colectiva de instalaciones de alumnos de octavo semestre de la Facultad de Bellas Artes de la UAQ, y algunas de las propuestas son muy interesantes, de gente que va a dar de qué hablar, por la que yo apostaría a su desarrollo personal».
«Algo que llama mucho la atención de Querétaro es el cultivo de la pintura, que se ha estado abandonando en muchos lados, porque a veces es más fácil entrar a circuitos de exhibición de arte contemporáneo con otras disciplinas o desde otra plataforma. En Querétaro hay todavía una fuerte tradición pictórica», sostiene al tiempo que alude a una exposición en el Museo Centenario en Nuevo León que exhibe obra de pintores de toda la República y donde pueden encontrarse, de un espectro de una docena de artistas, a por lo menos cuatro queretanos, como son Rafael Rodríguez, Gonzalo García, Luis Sánchez y Román Miranda.
«En música, probablemente lo más interesante es la electroacústica», sigue haciendo un repaso por el panorama actual del arte queretano. «Tenemos varios compositores jóvenes que están haciendo obra importante, que han tenido proyección fuera de la localidad y de una calidad impresionante».
Se muestra, sin embargo, más crítico con las otras disciplinas, pese a que algunas de ellas mantienen en la ciudad, y en el propio Museo de la Ciudad, una actividad profusa. «Se tendrían que plantear metas de excelencia artística. Siento que en las artes escénicas ha faltado un poquito el plantearse metas y que éstas se cumplan», afirma.
«No sé si sea bueno o malo, pero nunca he hecho planes personales», me responde cuando le pregunto por lo que piensa hacer en el futuro inmediato, y ejemplifica nuevamente su dicho al recordar sus inicios en los museos: «Nunca me imaginé trabajar en un museo. Cuando salí de la Orquesta, me ofrecieron un trabajo en el Museo Regional y recuerdo que lo primero que pensé fue: hijo, que aburrición trabajar en un museo».
Hoy Gabriel Horner ha hecho historia, una historia brillante y apasionada, en el Museo de la Ciudad, porque como él mismo asegura como complemento: «Ya que te empapas de la materia te das cuenta que es apasionante».
Y remata: «A los museos hay que desaburrirlos».
El, sin duda, lo ha logrado con creces.
Un comentario en «Un sentido reconocimiento a nuestro Gabriel Horner y su concepto de cultura en los museos»
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