Gobiernos, ¿para qué?
León Bendesky
La deuda gubernamental en Europa y Estados Unidos es hoy el referente clave de la crisis económica.
Durante meses, los gobiernos de los países miembros de la Unión Europea han lidiado a medias y sin gran convicción con los problemas del endeudamiento.
Las intervenciones que han hecho junto con el Banco Central Europeo y mediante los fondos de emergencia, no han sido suficientes para librar el escenario de quiebra que sigue vigente.
Irlanda, Portugal y Grecia están hundidos en un mar de deudas sin recobrar la mínima confianza de sus acreedores que exigen un premio que, paradójicamente, encarece los créditos y hace más difícil pagarlos.
Así sólo se alarga el problema y se agrandan los costos financieros y económicos. pero principalmente se tensa la articulación social que es el límite real.
La fragilidad financiera se propaga como una llama en campo seco.
Italia, la tercera economía de la región, anunció apenas fuertes ajustes presupuestales que indican la magnitud del endeudamiento, el desorden presupuestal y la presión de los mercados para garantizar el pago.
España sigue en la mira.
Todo el esquema que enmarca a la deuda pública indica que en las condiciones prevalecientes sólo puede esperarse que el problema crediticio se convierta cada vez más en un conflicto político de dos caras.
Una de ellas externa y tiene que ver con los acreedores;
otra interna, con la población sobre la que se imponen los ajustes, típicamente con aumentos de impuestos y recortes de gastos sociales y pensiones.
Este paso de lo que constituye un problema a la gestación de un conflicto es relevante para seguir y analizar la dinámica de la crisis de deuda.
Así fue en América Latina en la década de 1980, de nuevo en México en 1994 y, en ese mismo decenio, en Asia y Rusia; luego en Argentina, en 2001. Ahora el proceso se ha trasladado a los países más ricos: Europa Occidental y Estados Unidos.
El gobierno de Obama está en pugna con la mayoría republicana en la Cámara de Representantes, precisamente por el asunto de la deuda del gobierno. Esta suma ahora 14 billones 353 mil 380 millones de dólares (allá son 14 trillones), y representa poco menos del valor del producto interno bruto.
El debate es eminentemente político, y no podría ser de otra forma. Hay concepciones muy distintas entre las partes sobre lo que debe hacer y no hacer el gobierno.
El ala más radical del Partido Republicano, el grupo del llamado Tea Party, presiona para reducir lo más posible la intervención gubernamental en la arena social y encuentran en deuda una palanca.
Se olvidan que en la era de Bush II se gestó la enorme burbuja de especulación financiera y se dio rienda suelta a los bancos para jugar con el patrimonio de mucha gente. Fue al final de ese gobierno que se autorizaron enormes fondos públicos para un rescate de los bancos que se ha cargado de modo efectivo sobre la población.
El gobierno de Obama no ha podido o sabido desprenderse de ese modo de hacer las cosas y eso se paga.
La reducción de la deuda en medio de la crisis es un tema controvertido, pues hay cuando menos dos aspectos que la enmarcan. Uno es el persistente desempleo a pesar de las diversas intervenciones de la Reserva Federal para intentar promover la inversión y el consumo privados.
Otro es la creciente competencia externa y la perdida relativa de poder económico estadunidense. China es el principal tenedor de los bonos del Tesoro.
La globalización centrada en los mercados financieros ha reducido sensiblemente la capacidad de las políticas monetaria y fiscal para incidir de modo decisivo en la determinación de las tasas de interés, sobre todo las de mediano plazo. Tampoco pueden adaptar las condiciones internas en materia de empleo y competencia, sobre todo mediante el cambio en los precios relativos de las mercancías y los servicios, por ejemplo, por medio de una devaluación.
Este fenómeno se aprecia claramente en le caso de las economías que usan el euro y en las que los ajustes frente a la deuda pública, como ocurre en Grecia, sólo deja la posibilidad de refinanciar los créditos en condiciones cada vez más adversas y, al mismo tiempo, recortar de modo muy severo el gasto público. Lo mismo está ocurriendo con variantes, por supuesto, en el caso de Estados Unidos.
La capacidad política de los gobiernos y de los ciudadanos en un régimen democrático se ha trasladado de facto a las empresas calificadoras de la deuda que son las que marcan las pautas. Este es un tema que requiere de una urgente revisión. El mercado manda, la sociedad entera acata.
La disputa política entre Obama y los republicanos apunta a cuestiones más cruciales que la gestión de la deuda. Está en cuestionamiento el papel mismo del gobierno y el papel del mercado y las decisiones individuales en la conformación y el funcionamiento de la sociedad. La crisis actual pone en el centro de las disputas ideológicas al Estado mismo y a los gobiernos que lo administran.
El debate es viejo y recurrente. Ahora reaparece en un entorno de grandes enfrentamientos suscitados luego de tanto entusiasmo por el neoliberalismo y la globalidad. Hoy se advierte que al bajar la marea han quedado varados en las costas toda clase de seres que no pueden volver a la “normalidad” de un sistema económico y social que en realidad es bastante disfuncional.