Para conocer Chiapas y el origen de sus luchas sociales solo con Rosario Castellanos
La infancia y adolescencia de Rosario Castellano (1925-1974) trascurrieron en Comitán Chiapas, y su vida está marcada por los mayenses de la zona con Oficio de Tinieblas y Balun Canan dos obras maestras de la narrativa latino-americana que retrata en toda la crudeza la expresión del mundo mayense chiapaneco que consigue sobrevivir al despojo de los ladinos o europeizante.
Oficio de tinieblas*
(fragmento)
Rosario Castellanos
E 1 lugar que las deidades de los antepasados escogieron manifestarse está
después de una distancia larga. Pero no importa. Camina tú adelante,
venteador. En la vereda angosta te seguiremos. Detente aquí, a respirar, por-
que la cuesta es áspera y no termina pronto. Defiéndete del aguacero al
cobijo de aquellos árboles copudos, en aquella enramada bajo la que se gua-
recen las ovejas. ¡Cuidado! No vayas a resbalar en el lodo ni a tropezar con
la piedra. Acomódate biep el fardo para que la ofrenda llegue cabal: incien-
* Rosario Castellanos, «Oficio de tinieblas», en Obras, v. 1, Narrativa, México, Fondo de
Cultura Económica, 1989 (Letras Mexicanas), pp. 555-556. Antología de literatura femenina
so silvestre, pom, el humo que se deshace en alabanzas; velas de cera, lentas
para arder; medidas de aguardiente que suscitan en quien las bebe la fluidez
de la oración. ¿Acaso ignorabas que siempre que Dios mira con malevolen-
cia al mundo y quiere destruirlo (porque lo irritan nuestros pecados, porque
se avergüenza de nuestra miseria), los hombres lo aplacan con estos regalos?
Dios establece su alianza entre libaciones sagradas, entre luces mortecinas,
entre salmodias agradables; eso lo saben quienes pactan con él, los que escu-
chan sus mandatos y sirven de guía al pueblo.
Lo que dice Catalina Díaz Puiljá, lo repiten quienes van tras ella. Si antes
conociste la gruta en que aparecieron los dioses, ya no acertarías a recono-
cerla. Mira: donde no había más que monte y maleza hay caminos, caminos 191
frecuentemente andados. Y el interior, una vez oscuro y húmedo, ahora está
limpio, regado y oloroso de juncia. En el centro ¿qué se levanta! Es una caja
de madera, una especie de altar donde reposa el ídolo. La caja es tosca, está
mal cepillada y si no la manejas con precaución te astillas los dedos. Pero es
que la han hecho aquí las manos de los indios.
No cabe duda de que en Jobel hay mejores operarios. Pero no es bueno
profanar nuestras ceremonias, permitir a los caxIanes que se mezclen en
ellas. Nadie extraño debe tocar ni una tabla. Las velas, el trago, también los
hemos hecho nosotros. Y, eso que envuelve al santo ¿qué es? Es un chal.
Vino de lejos, de Guatemala; fue tejido allá también por manos de indios.
Tiene, además, una virtud: ha sido propiedad de una mujer que tiene fuego
en la cabeza; llamaradas le brotan, se le derraman por la espalda y no la
queman. No receles maldad de ella, no es coleta, no es de Ciudad Real. Es
extranjera y esposa de nuestro protector y padre Fernando Ulloa. Se llama
Julia Acevedo.
Entre los caprichosos colores del chal ;cómo resalta la negrura pétrea del
ídolo! Mira su rostro inmóvil, su boca sellada, sus ojos fijos en un día que no
existe. Ha renacido aquí, en medio de nosotros, y sin embargo ;qué distan-
cia de estrella hay entre su oído y nuestro lamento!
De Huistán y Yalcuc, de Jolnautic y Yaltem, de Zacampot y Milpoleta, de
todos los puntos hemos llegado. El hilo de lágrimas que sala una mejilla se
une al otro hilo de lágrimas y al otro y al otro, para desembocar aquí, para
anegar el llano, para cubrir el cerro.
Y el dios jacaso se conmueve? ¿Acaso dice: ¡basta!? Ha renacido, es ver-
dad; es verdad que ante nosotros yace. Pero olvidó nuestro idioma y ya no
acierta a hablarnos. Calla tú también, peregrino. Inútilmente gritas; tu co-
secha de maíz no ha de bastar, por eso, al hambre de tus hijos; tus deudas
engordarán al patrón y las potencias malignas se cebarán, como siempre, en
tus rebaños. Y tú, mujer, ¿qué cuchicheas en un rincón?
Balún-Canán, Rosario Castellanos.
?»XXIVCuando llegué a la casa busqué un lápiz. Y con mi letra inhábil, torpe, fui escribiendo el nombre de Mario. Mario, en los ladrillos del jardín. Mario en las paredes del corredor. Mario en las páginas de mis cuadernos.
Porque Mario está lejos. Y yo quisiera pedirle perdón.»Fragmento de Balún-Canán, de Rosario Castellanos.