La vida cotidiana en América Latina más allá de la violencia
Rossana Silva Madrid
Una cosa “vaga” e “imprecisa” llamada fotografía latinoamericana protagoniza en Tabacalera de Madrid una muestra que no pretende dar a conocer a un grupo homogéneo y representativo de lo que se está retratando en el continente, sino de su riqueza y pluralidad. La exposición (Re)presentaciones. Fotografía latinoamericana contemporánea,parte de la sección oficial de PhotoEspaña 2013, presenta hasta el 25 de agosto la obra de 14 fotógrafos emergentes de México, Venezuela, Costa Rica, Argentina, Brasil y Perú. Casi nada hay en común entre ellos aparte de que estén trabajando “más esquemas conceptuales que documentales”, según Ana Berruguete, comisaria de la exposición.
La selección de los trabajos busca subrayar la pluralidad de estilos, estéticas y lenguajes, que Berruguete considera como el principal aporte de la producción fotográfica latinoamericana a este arte en el siglo XXI.
En el enmarañado cruce de estilos que impregna las más de 85 obras caben desde la serie La casita de Turrón, donde el mexicano Roberto Tondopó (Chiapas, 1978) registra fragmentos de la vida de sus sobrinos con una enorme diversidad de colores vivos, hasta el sepia con que la venezolana Irama Gómez (Maturín, 1964) capta con cámara analógica el silencio de una pareja de ancianos en Los matrimonios viejos no se dan los buenos días.
Aquí lo que hemos intentado mostrar es una posible mirada acerca de la fotografía latinoamericana, pero realmente no hay algo que la defina tal cual
Ana Berruguete, comisaria
La exposición busca alejarse de los temas clásicos que suelen asociarse a la fotografía latinoamericana, como los conflictos sociales y la violencia. Así que la mirada documental, cuando aparece, es abordada desde “otro ángulo”. Es el caso de los retratos en blanco y negro que componen La tercera frontera. En esta serie, la peruana Leslie Searles (Arequipa, 1978) utiliza el recurso de la proyección para mostrar escenas del largo viaje emprendido por los haitianos que emigraron a Brasil tras el terremoto de 2010.
En los pasillos del edificio de Tabacalera se cuelgan imágenes que hacen referencia a situaciones o estados intermedios entre lo pasado y lo nuevo, entre lo visible y lo sugerido, lo evidente y lo intuido. En tres de ellas, tituladas Espacios de control, el mexicano Eduardo Jiménez (México DF, 1971), muestra los comedores industriales de fábricas del norte de su país. Al exponer estos espacios vacíos de presencia humana, invita a reflexionar sobre la cultura del trabajo en los estados fronterizos con Estados Unidos. “Fotografiarlos con gente sería muy evidente”, explica Jiménez, quien por su trabajo como ingeniero industrial de una empresa proveedora de bebidas transita a diario por estos territorios: “Tras iniciar mis estudios en fotografía empecé a reflexionar sobre mi forma de actuar en estos lugares. Son espacios tan perfectos, limpios, buenos y bien pensados que despiertan desconfianza. Pero nada puede ser tan perfecto, todo tiene una intención”.
Para la comisaria, en este momento en que, por ejemplo, un autor mexicano puede utilizar el mismo lenguaje que un alemán o un japonés, ya no está tan definido lo que es la fotografía de su continente, frente a la europea o a la asiática. De ahí la dificultad de ponerle un sello a lo que se produce en la región, aclara Berruguete. “Hay un debate que desde hace años se está defendiendo, que decir fotografía latinoamericana es decir algo muy vago e impreciso por la gran diversidad de lenguajes. Aquí lo que hemos intentado es mostrar que no hay nada preciso que la defina”.