Perdió Nole la final de Wimbledom y Murray ganó 77 años de esperanzas

Si Nole fuera humilde sería un gran tenista

A Nole le pudo, quizás, el cansancio, y le carcomió la moral la grada. Acabó superado por la caldera de Wimbledon. El serbio se enredó en la trampa. Gritó. Chilló. Miró al cielo mientras soltaba demonios por la boca, y en una ocasión dirigió su ira contra el juez de silla. Finalmente, tomó una decisión. “Andy! Andy!”, tronaba la grada, y Djokovic que decidió que el mejor antídoto para que el público no jugara el partido era impedirle entrar en los peloteos. Él, que es el rey del ritmo, el patrón de la cadencia y el juego de fondo, enlazó varios minutos de juego relampagueante. Intentó algún saque volea. Tiró muchas dejadas, intentando que Murray abandonara su zona segura. Quiso acabar con el debate de tiro en tiro. Desenfocado, empezó a contar ocasiones perdidas: 4-1 en la segunda manga; 4-2 y saque en la tercera manga, tras remontar un 0-2… el número uno llegó a perder ocho de nueve juegos, luego enlazó tres, enfrascado en un tiovivo.

 

Djokovic cae al suelo durante un momento del partido

ADRIAN DENNIS (AFP)

 

Murray, también presa de los nervios, como demostró la indigestión que le causó verse 6-4, 7-5 y 2-0, consiguió eso con inteligencia. En la medida de lo posible, el escocés intentó negarle los ángulos a Djokovic, porque sabe que ahí Nole es un asesino. Murray, que vive cómodamente anclado en la línea de fondo, donde defiende todo lo defendible, buscó pelotazos profundos y centrados; bolas difícilmente atacables que obligaron a su contrario a arriesgar muchísimo para abrirse la pista por los laterales. Negada una de las claves de su juego, Djokovic rebuscó en sus otras señales vitales. Está la defensa, y bien que defendió, pero se resbaló y besó la hierba más veces que en el resto del torneo junto. Está la derecha, y bien que la utilizó, pero en varios momentos fundamentales la tiró a la red y el pasillo, esposado por la grandeza del momento. Está, finalmente, el resto, pero en eso dependió mucho de Murray, que encontró sus mejores saques cuando de verdad importaba.

 

“Murray! Murray! Murray!”, gritó la grada. “Murray!, Murray!, Murray!”, rugió el gentío, cuando, finalmente, el escocés se alzó con su segundo grande y cerró una sequía histórica para su país en Wimbledon. Ocurrió en 3h 10m: una tarde de sol para enterrar 77 años de fantasmas.