Crónica de música Zoque Oaxaqueña

Oaxaca

Crónica de una música maromera

 

Rubén Luengas Pérez

Director de Pasatono Orquesta

 

Tiene que ser de noche para empezar. Antes dicen que se alumbraban con hachones de ocote clavados en la tierra, alrededor del espacio sagrado del cuadro “el trapecio”. Ahora una hilerita de focos amarillos de bajo wattaje medio ilumina la escena, en sí ya es una instalación, “El trapecio”.

Pareciera parte del diseño sonoro de una película, en fade in se acerca poco a poco la intensidad del sonido, sonido de alientos, pero también de cuerdas, de orquesta. Es el convite que viene caminando por las calles del pueblo y la música que camina los acompaña, hasta llegar al sitio señalado. ¿Qué tocan?, una marcha o pasodoble, éste es casi siempre el género más socorrido, y la pieza más famosa: El Zopilote Mojado.

 

Ahora el payaso, director de la maroma, el espectáculo de payasos, acróbatas, funambulismo, música, danza y a veces prestidigitación, pide que se toque la “danza”, una música muy antigua, esa música da y da vueltas hasta que irrumpe “el gracioso”, el payaso, el líder de la maroma. ¡Callen esa coyotera, paren, paren…!, y comienza su saludo, un recitativo que consiste en saludar y disculparse por los errores que se pudieran encontrar en su actuación, al igual que en los trovadores morelenses, poblanos, guerrerenses, del Estado de México, de Tlaxcala y de la Mixteca oaxaqueña, que acompañados con su bajo quinto cantan este género de la poesía popular. El payaso hace su salutación con voz en pecho, ¿acaso la salutación es una herencia indígena prehispánica como la que vemos en el saludo a los cuatro puntos cardinales de la música de voladores en Papantla?, ¿y será tan fuerte, tan mexicana, tan arraigada que el sonidero de la Ramos Millán, del Peñón de los Baños de Tepito lo sigue ejerciendo en sus cumbias sonideras?, como dice el etnólogo Jiménez Lecona que dicen los coras de Santa Teresa del Nayar, “sabe”.

Pero el saludo no es sólo una recitación del payaso, en él interviene la música que crea un contrapunto oratorio-musical, cuando el payaso dice: “Toquen La Diana, maestros filarmónicos, y un aplauso de manos ciudadanas”. Muere el aplauso y llega la hora de que los músicos se suban a la maroma, a esa cuerda floja donde demostrarán si son buenos músicos, donde demostrarán su capacidad de improvisación; a la cuerda floja de la gloria o la muerte social y el escarnio del payaso, el amo y señor de la maroma.

El payaso reta a los músicos, los cala, los mide: “Maistritos filarmónicos, en este tonito”. Y entona una melodía que tiene un tempo, una rítmica, un modo, una melodía que tal vez los músicos nunca han escuchado antes, una “cantada”, así le dice el payaso. Apenas han pasado unos fragmentos de segundo y la gente escucha; el payaso, sonrisa perversa, espera su tropiezo; si no son solventes, el payaso tendrá un gran motivo para el escarnio y la burla: “Malos músicos, guajolotes, ¿qué no les dio de cenar el mayordomo?, ¡ay! cuñado trompa de hule”. Si los músicos son hábiles, reproducirán el tempo, la tonalidad, el modo y el ritmo de la cantada, y el payaso, el amo y señor de la maroma, estará complacido y entonará sus cantadas, mientras que en los intermedios los músicos acompañarán su baile. Así siguen otras cantadas y otras músicas que acompañan a los “juegos”, el alambre, un vals para el trapecio, chilenas, hasta cumbias. Hasta que llega el gran final donde sorprenderán con una suerte donde se juega la vida y la muerte, y puede ser el “despeñadero” o “la muerte del gallo y el gato”.

Vuelve el payaso y entona unas notas tristes, es la despedida. El payaso Manuel Montes, de Tezoatlán, Oaxaca, cantaba: “Ya se va este payasito, repartiendo corazones…”.

La música de la maroma se hace con diversas agrupaciones, con banda y orquesta en la Mixteca Baja y Costa, y con cuerdas en algunos pueblos de la Alta. Hoy los músicos poco quieren acompañar a los maromeros por el reto de la improvisación y cada vez más se sustituyen los repertorios específicos de la maroma, como las músicas del trapecio, del alambre o de los juegos de salón donde ya casi tocan lo que sea, “quebraditas” y hasta “pasito duranguense”.

 

Los músicos debemos hacer algo, ese tema está en nuestra cancha, valorar los repertorios, registrarlos, transferirlos a los nuevos músicos y ser conscientes de sus usos y funciones específicos, porque de no ser así, como dijo un músico de maroma: a nuestra música, a la música de la maroma, “se la cargará el payaso”.