Vicente Leñero en sus 80 años
José María Espinasa
2013 es un año de celebraciones para Vicente Leñero, uno de los más importantes narradores mexicanos de la segunda mitad del siglo XX. Leñero nace en Guadalajara en 1933 –cumple, pues ochenta años– y en 1961, después de terminar sus estudios de ingeniería, se da a conocer como escritor con el libro La voz adolorida. Rápidamente se vuelve protagonista de las letras mexicanas, y suma a su incansable trabajo como editor y periodista una constante actividad literaria que no se limitará a la narrativa, sino que se extenderá con el tiempo a otros géneros, como el teatro y el guión de cine.
la aparición en 1963 de Los albañiles, que cumple cincuenta años, distinguida con el Premio Biblioteca Breve, pareció proyectarlo, junto a Carlos Fuentes, como el otro protagonista mexicano del boom. La novela es hoy por hoy un libro de referencia y ha aguantado mucho mejor que otras novelas de sus contemporáneos el paso del tiempo. Pero Leñero no fue el protagonista que se esperaba del boom, simplemente siguió siendo un gran escritor. El libro Más gente así, de reciente publicación, se abre precisamente con un retrato de su relación –sus desencuentros– con Carmen Balcells, pieza fundamental del tinglado económico-publicitario que llamamos el boom.
Siempre me ha llamado la atención el alto nivel cualitativo de la literatura de Leñero, y la presencia tan evidente de eso que llamamos oficio. Es, entre los novelistas de su generación, la que va digamos de Carlos Fuentes (1927) a Fernando del Paso (1935), el más profesional de los escritores. Utilizo, al menos en esta ocasión, el calificativo como un elogio. Cada vez que leo un libro suyo, su capacidad me sorprende, ya sea en sus novelas más directamente literarias o en esas non fiction novel, como Los periodistas o Asesinato. Cuando leí esta última me dejó atónito que el mamotreto de quinientas páginas me lo hubiera leído de corrido y, como dice la cursilería popular, en un suspiro. Su condición estrictamente documental no evitaba leerla como un thriller político-psicológico.
Ese profesionalismo, ese oficio, está puesto al servicio de la obra con gran inteligencia. Todos los textos de Leñero son obra personal, incluso los que se pueden considerar estrictamente pedidos laborales –como un guión de cine, por ejemplo–, y eso los vuelve notable literatura. Más allá del experimentalismo de algunas de sus novelas, es un autor ligado al realismo, a un realismo deudor de las prácticas del reportero. Hace unos años, cuando apareció Gente así, a la que podemos considerar primera parte del libro que la publicación de Más gente así completa, mi entusiasmo fue absoluto y lo leí dos veces una detrás de otra, y después vuelvo a sus relatos-reportajes con frecuencia. Su homenaje a Rulfo me hace reír con ganas y me permite ver su capacidad para homenajear al amigo y al escritor incluso en la parodia.
Hacer del chisme una obra maestra requiere sin duda un gran talento. Leñero consigue, además, que al ser extraordinarios retratos de época, dejen de ser chismes. Juegos anecdóticos y verbales, entramados referenciales y auto referenciales (en muchos de los textos el protagonista es el propio Leñero, como figura pública pero también como figura familiar o personal, los puentes entre los diferentes niveles están trazados por el trato, la amistad y la admiración) le permiten distanciar los textos, emotivos y emocionantes, pero sin chantaje dramático.
Leñero es a veces un novelista realista con tintes políticos, y rinde por ello homenaje a modelos como Martín Luis Guzmán, Rulfo o Revueltas, o incluso a compañeros de generación como Ibargüengoitia. A la vez es un gran lector de Arreola, de la literatura fantástica, de la policíaca y de la experimental (en “Las uvas estaban verdes” cuenta las desgracias de Estudio Q, cuando el mercado reclama realismo mágico). Eso le permite ser muy versátil. A eso agrega su capacidad de escuchar el habla, su oído para los giros idiomáticos (sólo comparable al de Ricardo Garibay). Por eso prolonga las búsquedas de la narrativa de la Revolución Mexicana en un contexto urbano y con introspecciones psicológicas e intimistas.
Por eso puede afrontar la vida de Morelos como materia narrativa desde una historia de amor y no desde el carácter épico de la lucha independentista en Más gente así. Leñero admira el sesgo negro con que Ibargüengoitia retrató a Hidalgo en Los pasos de López, pero no es ese su tono. El guanajuatense humaniza al subrayar en los héroes la condición de claroscuro; Leñero en cambio los humaniza al volverlos sujetos de pasiones menores en las que se conserva el sino trágico.
En este díptico –Gente así y Más gente así– Leñero muestra su extraordinario nivel como cuentista. A la vez que propone una condición contextual o circunstancial del relato, pues disfraza el cuento de crónica, de reportaje, de confesión, de confidencia e infidencia, o hasta de ensayo, es decir de cuento en un sentido muy intenso. La palabra “gente” en ambos títulos encierra una de las claves. Antes, no sé si se sigue haciendo ahora, los profesores de redacción señalaban el peligro del término, su condición de plural singular, y el retintín un tanto despectivo del término: la gente es distinto de las personas, parece darles (a ellas, a quienes designa) un sentido ordinario, gregario, común, las despersonaliza precisamente.
Leñero hace exactamente lo contrario: las individualiza y las vuelve relevantes en su condición común, él incluido. Por eso su Gente así resulta profundamente iconoclasta, divertida, con humor y con profundidad al mismo tiempo. La gente se vuelve(n) gentes sin desdoro gramatical. La verdad, con minúscula o con mayúscula, es un personaje más de la ficción. El maestro del periodismo y del teatro, del guion cinematográfico y de la novela, es también, en una tradición que los tiene extraordinarios, uno de nuestros mejores cuentistas. Así, agradeciéndole el placer de leerlo, me quiero sumar a la celebración de sus ochenta años.