LA HISTORIA DE LA PRENSA
Hugo Gutiérrez Vega
La Jornada
Historia de la prensa
El año 1440 marca el inicio de lo que Marshall McLuhan llama la “Galaxia gutenbergiana”.
Gracias al invento, las hojas manuscritas por los rapportisti ampliaron su esfera de circulación y de influencia.
Las primeras hojas impresas tuvieron funciones diversas; algunas se limitaron a proporcionar noticias para enriquecer a sus impresores, mientras que otras buscaron difundir las nuevas ideas y proponer al público temas de reflexión sobre la realidad sociopolítica.
Las ideas de reforma de Lutero encontraron en las hojas impresas un magnífico medio de difusión.
El perfeccionamiento de los sistemas postales permitió a los impresores recibir y transmitir noticias con una eficacia mayor.
Las gazzete y los zeitung, unidas al correo, ampliaron sus servicios y lograron llegar a un público más amplio.
Salvo contadas excepciones, lo que en un principio había sido un simple negocio de impresores que recibían noticias y la imprimían en hojas (gacetas) que circulaban entre los comerciantes y las personas interesadas en conocer el desarrollo de las guerras, se convirtió muy pronto en objeto de la atención más despierta de los poderes políticos.
En torno a las pequeñas gacetas se crearon rudimentarias, pero muy eficaces, oficinas de información.
En el siglo XVI, la república de Venecia contaba con corporaciones de scrittori d’avisi que se dedicaban a recabar noticias sobre asuntos políticos y comerciales; a redactarlas, imprimirlas y distribuirlas ampliamente entre los miembros de los distintos gremios mercantiles y las personas deseosas de enterarse de los acontecimientos políticos.
En 1631, durante el reinado de LuisXIII, Teophraste Renaudot fundó La Gazette y organizó una red de corresponsales que le enviaban informaciones desde la mayor parte de las ciudades francesas.
El imaginativo médico, amigo del cardenal Richelieu, inventó de esta manera el funcionamiento de las agencias de noticias.
La Gazette demostró muy pronto su importancia en materia de orientación de la opinión pública.
Así lo comprendieron primero Richelieu y, más tarde, Mazzarino. Luis XIII le otorgó carácter oficial y la usó para divulgar informes útiles a sus intereses políticos.
Más tarde, convertido ya en La Gaceta de Francia, se dedicó, hasta 1914, a dar a conocer los puntos de vista de las autoridades francesas.
En los primeros años de la prensa, el poder real estableció un estricto control de la información a través del otorgamiento de permisos y concesiones exclusivas a los impresores dóciles a la política del Estado.
En 1605, el archiduque Alberto de Amberes concedió al impresor Verhoeven el derecho de “imprimir y grabar en madera o metal, y vender, todas las noticias sobre asuntos de la guerra, victorias y toma de ciudades”.
Gracias a una concesión similar, apareció en Alemania en 1609 el primer periódico que registra la historia, el Avija Relation order Zeitung. Palgunov, en su libro La prensa y la opinión pública, hace una relación de las publicaciones periódicas que precedieron a las ya citadas; entre otras figuran las siguientes:
Ordinari Wochenzeitung, de Basilea (1610)
Frankfurter Journal (1615)
Niewe Tydingen, de Amberes (1616)
Kuranti, de Rusia (1621)
El inglés The Weekly News(1622)
La Gazzeta Pubblica, de Italia (1640)
La Gaceta, de Madrid (1661)
El Mercurio Volante, de México (1693)
El Stanford Mercury, de Inglaterra (1695)
Todas estas publicaciones, que aparecían gracias a la concesión de los monarcas, se limitaron en gran parte a difundir las ideas políticas de la aristocracia y a reforzar las normas de conducta propuestas por los Estados absolutistas.
La Gaceta de Leyden, que luchó en contra de la dominación española en Holanda, es una excepción a la regla y el primer ejemplo de periodismo impugnador del sistema establecido.
Las gazzete y corantos pusieron interés en la publicación de noticias de actualidad, mientras que los “mercurios” se dedicaron, preferentemente, a publicar artículos de opinión y comentarios sobre acontecimientos culturales y políticos.
Limitados por el poder real, a través de las concesiones o de gravosas cargas fiscales, procuraban huir de las posiciones críticas.
La competencia comercial hizo que algunas de estas publicaciones inventaran noticias y se inclinaran por la publicación de informaciones sensacionalistas.
Los Papas lanzaron contra ellas múltiples condenaciones, y Ben Jonson censuró a los periodistas embusteros en su comedia La tienda de noticias.
La tecnología, por otra parte, dio a la prensa la oportunidad de imprimir a su desarrollo industrial un ritmo acelerado.
Los inventos fueron enriqueciendo la capacidad productora de la prensa y permitiéndole ampliar su esfera de influencia.
John Walter, el escocés fundador del periódico londinense The Times, adquirió dos máquinas de vapor inventadas por el alemán Koening. Con ellas sustituyó el trabajo manual por un sistema de verdadera producción industrial.
El 21 de noviembre de 1814, el señor Walter, que había trabajado toda la noche con sus nuevas máquinas, anunció al público londinense que con el número de ese día, The Times inauguraba una nueva etapa en el desarrollo de la prensa, e informaba escuetamente que las máquinas de Koening podían imprimir mil 100 hojas en una sola hora de trabajo.
El Siglo de las Luces contribuyó al crecimiento de la prensa con notables inventos: en 1821, W. Church patentó en Inglaterra la máquina de componer y fundir tipos; en 1848 The Times de Londres echó a andar la primera prensa rotativa.
En ese mismo año, en Francia, la rotativa de Marinoni tiraba 6 mil ejemplares por hora.
Al año siguiente, las máquinas de Applegarth y Cooper lograron tirar 7 mil ejemplares por hora.
Mergenthaler dio a conocer, en 1876, el resultado de sus experimentos con una linotipia.
Los adelantos en materia de grabado y fotografía sirvieron también a la prensa de masas, mientras que el perfeccionamiento de las comunicaciones del teléfono y la telegrafía sin hilos favorecieron el desarrollo de las modernas técnicas de transmisión de noticias.
En 1847, el telégrafo eléctrico de origen estadunidense fue utilizado por varios periódicos.
Las primeras agencias de noticias se sirvieron de estos complejos inventos para organizar sus maquinarias y las grandes potencias, ricas en tecnología y en patentes, aseguraron muy pronto las formas de dominio sobre la información, condenando a la dependencia a los países atrasados.
El tercer problema a resolver por la prensa ya maquinizada, fue el alto costo de los ejemplares.
El aumento notable del número de ciudadanos alfabetizados en los países ricos y el predominio de las ideas liberales en materia de libertad de prensa, hicieron que la demanda de periódicos tuviera un desmesurado crecimiento.
Sin embargo, la mayor parte de los ciudadanos no podía adquirirlos.
Inglaterra fue el primer país que se enfrentó a este problema.
El Partido Laborista emprendió una campaña tendiente a abaratar el precio de los periódicos y algunos escritores pidieron a la Cámara de los Comunes la reducción de las cargas fiscales impuestas a la prensa.
El gobierno inglés suprimió el impuesto sobre los anuncios comerciales en 1835; en 1851 abolió el del timbre y en 1861 el del papel.
En Francia, Emile de Girardin, director de La Presse, abarató el precio de su periódico incrementando el número de anuncios y, a partir de 1838, ese diario hizo descansar su economía sobre los anuncios; su venta pasó a ser un aspecto secundario de su vida financiera.
Burke había llamado a la prensa “el cuarto poder”.
En 1848 la afirmación ya no era tan sólo un hallazgo de ingenio.
The Times, dotado de una gigantesca máquina Appleghart, tiraba 10 mil ejemplares por hora, controlaba la publicidad de las grandes industrias y empresas comerciales y criticaba al poder público, basado en la suficiencia económica que le proporcionaban sus múltiples anuncios y sus ligas con los poderes financieros de la burguesía.
A fines del siglo XIX, Alfred Harmsworth, que en 1905 fue nombrado lord Northcliffe, sacudió a la opinión pública inglesa con sus tácticas financieras y periodísticas de inspiración estadunidense.
Fundó el Evening News y, más tarde, el Daily Mail y, con sus métodos audaces y burdos, propios de un Tycoon neoyorquino, organizó un estrecho cerco a las murallas del Times.
Los periodistas del viejo órgano de la opinión pública tradicional resistieron el embate por varios años, pero Northcliffe, mediante maniobras financieras y aprovechándose de la debilidad del nuevo propietario, Walter III, logró que la fortaleza se rindiera y entró en el patio de ceremonias, a tambor batiente y títulos financieros desplegados, en 1905.
En el siglo XIX la competencia comercial entre los periódicos de Estados Unidos tuvo rasgos de ferocidad.
En 1835, The Sun había alcanzado ya una cifra de producción que rebasaba los 20 mil ejemplares (The Times, de Londres, tiraba 17 mil) y el New York Herald costaba solamente un centavo.
Su director, Bennet, no tenía mayores limitaciones morales y consideraba que su periódico debía dar prioridad a las noticias escandalosas “aunque fuese necesario inventarlas”.
En contraste, Horace Greely, director del New York Tribune, estableció su trabajo periodístico sobre premisas diametralmente opuestas. Greely se inclinó por la publicación de noticias y de comentarios políticos de carácter crítico, y nunca permitió que el espacio dedicado a los anuncios fuese mayor al ocupado por las noticias y los artículos de fondo.
Fue, sin duda, un buen representante del periodismo doctrinario, un defensor del liberalismo y de los derechos civiles que caracterizan a las sociedades anglosajonas.
No resulta difícil de explicar el hecho de que el Herald tirara 70 mil ejemplares en 1860, mientras que el Tribune apenas llegaba a los 35 mil.
Los comerciantes de Wall Street se daban cuenta de que el periódico de mayor impacto popular era el dedicado a despertar el morbo de los lectores, y el periodista de mayor importancia era el que dominaba las técnicas del sensacionalismo aplicadas sin el estorbo de un estricto criterio moral.
En 1868, la competencia entre los periódicos estadunidenses llegó a sus momentos más críticos. Charles Dana, propietario y director del Sun, adiestró sus reporteros para que reunieran noticias a granel.
La idea era publicar encabezados sensacionalistas para ganar la atención del público comprador, aumentar la circulación del periódico y llegar a los altares de las grandes empresas con una cifra suficientemente impresionante como para inclinar a los anunciantes a adquirir mayor espacio.
Desde ese momento, los periódicos aumentaron de volumen y los chicos repartidores pasaron grandes trabajos para transportar los diarios del tamaño de un directorio telefónico, plagados de los gigantescos anuncios comerciales que apenas dejaban algunas magras columnitas a los artículos de fondo y a los comentarios editoriales.
Esta complicada etapa de la prensa produjo personajes como Pulitzer y Hearst.
El primero convirtió el vetusto World de Nueva York en un periódico que era, al mismo tiempo, popular y “elitista”.
La obsesión de Pulitzer consistía en evitar que su publicación se derrumbara en el sensacionalismo barato y en impedir que se convirtiera en una solemne gaceta inglesa leída tan sólo por los intelectuales o por los caballeros amantes de la seriedad periodística.
Para lograr sus propósitos, diseñó una habilidosa estrategia: la primera plana del World ostentaba cabezas escalofriantes; las páginas rojas estaban llenas de noticias terribles atenuadas por un moralismo totalmente impostado; en cambio, las páginas editoriales ofrecían a los lectores serios el atractivo de las firmas de escritores, profesores y periodistas especializados en asuntos políticos y económicos.
Con este sistema, Pulitzer logró que su periódico tirara más de 374 mil ejemplares diarios en 1892.
Afirmaban sus competidores que esta gigantesca circulación se debía en gran parte a la ilimitada malicia con que Pulitzer componía los grandes encabezados de la primera plana.
Al margen de esas críticas, el director del World fue entronizado pese a las tácticas que usaba para conseguir sus objetivos.
En los últimos años del siglo XIX, el éxito de Pulitzer estaba asegurado: la edición dominical del World tenía 46 páginas, 23 anuncios comerciales y 23 noticias, artículos, crónicas y reportajes para todos los públicos.
En el país defensor de la libre empresa la prensa podía jugar con el poder político, amparándose en el poder económico.
En última instancia, los conflictos circunstanciales entre las dos fuerzas se suspendían en el momento en el que la estabilidad de la clase dominante corría peligro.
El sistema siempre quedaba a salvo.
Con el desarrollo de la sociedad industrial, la información adquirió un carácter masivo.
En las etapas históricas anteriores el libro impreso y las hojas volantes de circulación reducida lograron, gracias al perfeccionamiento de los sistemas postales y del comercio, llevar noticias a un público compuesto casi exclusivamente por los miembros de la clase dominante.
En nuestro tiempo, la información es una necesidad cotidiana, una exigencia impuesta por el vertiginoso crecimiento de las actividades humanas.
Poseer información oportuna y suficiente de lo que sucede en el mundo es una obligación que el hombre de la sociedad mercantil tiene para con la realidad, y un mecanismo de defensa que le permite planear sus actividades futuras y evadir los golpes de sus competidores.
La sociedad mercantil y el poder político se alimentan con las noticias del día, que proporcionan informaciones e influyen de una manera determinante en el proceso de elaboración de los datos que llegarán al público y servirán para darle la conformación mental deseada por la ideología dominante.
Todo indica que el hombre moderno, perdido por un aparato que le entrega todas las mañanas, junto al vaso del jugo de naranja, un conjunto de noticias, fotografías y artículos de opinión que le permiten ver cómo amaneció la cara del mundo, está más cerca que sus antepasados de la realidad total del ser humano.
Y sin embargo no es así. Nunca como en nuestro tiempo las apariencias habían sido tan engañosas.
El lector de las numerosas y variadas informaciones rara vez se da cuenta que detrás de su rito cotidiano se ocultan las manipulaciones de la clase dominante, que fijan las dosis que les permitirán alcanzar un control cada día más sutil sobre las posibles reacciones que los distintos públicos tienen, respecto de los estímulos creados por la información.
De esta manera, el hombre contemporáneo es alejado del conocimiento de la realidad y limitado hasta el extremo de que sus posibilidades de pensamiento original son abolidas y su concepción del mundo circula, de modo casi exclusivo, a través de los estereotipos.
La posibilidad de una personal forma de entender al mundo es reemplazada por los prejuicios sutilmente reforzados por los medios masivos, especialmente los electrónicos.
El aparato orienta la atención de sus lectores hacia determinados temas y los aparta de los que pueden promover la organización de grupos sociales víctimas de la explotación.
Su función, como afirma Mattelart, es desorganizadora, y por lo tanto tiende a neutralizar la acción de las clases dominadas y a afianzar el mundo de valores de la clase dominante.
En la sociedad capitalista, la información busca que el hombre acepte las características propias de un mundo regido por las leyes mercantiles de la sociedad de consumo. Para lograrlo no vacila en difundir el programa que ha convertido el amor en una transacción comercial, el arte en una actividad sujeta a las leyes de la oferta y la demanda, y a las religiones en defensoras de un orden social injusto y antihumano.
Este programa hace que el aislamiento del hombre, paradójicamente rodeado de noticias de todo lo que pasa en el mundo, sea cada día más grande.
En la selva actual, la actividad humana está regida por las leyes de la competencia y los medios se encargan de fomentar el espíritu competitivo que nos a isla de los demás, deshumanizándonos, convirtiéndonos en bestias de una voracidad inagotable.
Bennet, Dana, Greely y Pulitzer, a pesar de su adecuación a los datos esenciales de un sistema en el cual creían y para el que proponían reformas tendientes a su perfeccionamiento, eran buenos liberales y estaban convencidos de algunos aspectos románticos característicos del periodismo informal; en cambio, William Randolph Hearst se olvidó de las tradiciones del periodismo liberal y, como hombre con los dos pies sólidamente plantados en la tienda de la sociedad mercantil, se desembarazó de prejuicios morales para inaugurar los años y los daños de la prensa burguesa.
Mientras que los teóricos del periodismo estadunidense de la vieja escuela apelaban a la búsqueda de una conciliación, siempre precaria, entre su objetivo y los imperativos económicos o las presiones del poder, el equipo financiero de los periódicos de Hearst se preocupaba por un solo aspecto: el crecimiento de los costos de producción y la necesidad de vencer la competencia, aumentando la circulación.
Esto, a la postre, vino a conformar toda la vida de los diarios de Hearst y a señalarles las líneas políticas y publicitarias más convenientes para enfrentarse a los conflictos económicos.
Lo que se buscaba era el éxito financiero y la influencia política. Para lograr estas metas todos los medios estaban permitidos. Muy pronto, Hearst vio cómo se hundían los periódicos de la vieja escuela.
El nuevo imperio se levantó sobre las bases de una mentalidad y una organización de empresa mercantil. Para destruir la competencia y vender más ejemplares de sus diarios, Hearst no reconoció límites para sus tácticas: inventó noticias, organizó guerras.
Es de citarse un telegrama que envió al fotógrafo Remington que se encontraba en Cuba en los días en que se fraguaba la guerra contra España: “Por favor quédese. Usted pone las fotografías y yo pondré la guerra.”
Las ligas de los periódicos estadunidenses con los distintos grupos del poder político y económico se afianzaron en los primeros años del siglo XX.
En esa época, algunos diarios dedicaban hasta el sesenta y cinco por ciento de su espacio a los anuncios comerciales, y las grandes empresas, con el objeto de reducir los costos de sus campañas publicitarias, decidieron adquirir diarios ya prestigiados, fundar nuevas publicaciones, especialmente revistas semanarias, y echar a andar un complejo proyecto de concentración económica consistente en la organización de cadenas de periódicos que funcionaban en las grandes ciudades y de una manera especial en las pequeñas ciudades de la provincia.
La estructura económica del país, basada en la libre empresa, permitió a los propietarios de los trusts financieros entrar a saco en los terrenos ocupados antes por los periodistas profesionales. Desde ese momento, un buen número de publicaciones periodísticas cambiaron su forma de financiamiento y revisaron sus objetivos.
La prensa era ya un negocio organizado, una industria cuya materia prima era la noticia y en el que los aspectos profesionales y el trabajo intelectual estaban supeditados a los requerimientos y los propósitos del aparato financiero.
Un fenómeno similar se presentaba en la mayor parte de los países del mundo. Los periodistas profesionales pasaron a ser empleados de los propietarios de la industria periodística.
De esta manera los controles y las presiones sobre la prensa se multiplicaron. Ya no sufría, tan sólo, la censura de los poderes políticos: a ésta se sumaban las presiones de los grupos financieros y las decisiones de los propietarios de los negocios informativos.
La corrupción hizo fácil presa de muchos periodistas, quienes aceptaron las reglas del juego del sistema y vendieron su trabajo intelectual al mejor postor.
La prensa domesticada se convirtió no solamente en servidora, sino también en promotora del orden burgués.
Por esta razón, los periódicos que no aceptaron el juego y que siguieron la línea de conducta crítica propia del pensamiento liberal, fueron hostilizados y, en muchas ocasiones, asfixiados por medio de maniobras financieras.
La crítica marxista se enfrentó al manoseado y desnaturalizado concepto de libertad de prensa, desenmascaró las trampas y mostró la cara de los titiriteros que movían los hilos desde la oscuridad de sus gabinetes y de sus salones de juntas de negocios.
La prensa doctrinaria que difundía las ideas revolucionarias tuvo que refugiarse en el clandestinaje y fue objeto de toda clase de persecuciones.
El sistema permitía la crítica, pero la manejaba a su antojo, y sabía cómo mediatizar las voces disidentes.
Esto no nulifica los esfuerzos hechos por los escritores independientes que prestaban sus servicios a las empresas periodísticas de la burguesía.
Todo lo contrario, la complejidad del sistema represivo agrega mérito a quienes no aceptan sus premisas básicas y mantienen su racionalidad en un mundo ocupado por la irracionalidad del orden burgués.
Asimismo, es necesario señalar la meritoria labor de algunos periódicos estadunidenses, franceses, ingleses, mexicanos, etcétera, que, manteniéndose siempre en el filo de la navaja, conservaron algunos rasgos de independencia y abrieron sus páginas, especialmente las de las secciones editoriales, a los escritores libres e impugnadores del sistema.
Este reconocimiento nos impedirá adoptar una actitud maniquea y maximalista al acercarnos a los problemas de la información en nuestros días.
Los gobiernos de la burguesía, en los primeros años del siglo XX, se enfrentaban a los conflictos que el pensamiento político clásico ha llamado“pugnas interburguesas”.
En estas coyunturas, los periódicos encontraban grandes oportunidades para negociar y para intervenir en las pugnas, defendiendo los intereses del grupo que pagaba mejor sus servicios.
Bien conocida es la técnica periodística que consiste en no tomar partido en los inicios de un problema y en ir ubicándose al lado de uno de los grupos contendientes durante el “nudo del conflicto”.
De esta manera, la prensa se convierte en un elemento capaz de orientar el desenlace de los acontecimientos.
Muchos periódicos estadunidenses utilizan estas técnicas para influir, no precisamente por razones críticas, en el desarrollo de los acontecimientos políticos.
La campaña de Hearst contra McKinley es un buen ejemplo de esas maniobras periodísticas que el público, generalmente, no está en actitud de conocer e interpretar.
Decía, al principio de este bazar, que la libertad de prensa es, a pesar de todo, uno de los pocos recursos que nos quedan para evitar el establecimiento del control total del mundo y de las actividades humanas.
Aún quedan periódicos que mantienen, a pesar de las dificultades derivadas de las estructuras políticas y sociales en las que funcionan, un principio crítico (precario, por muchos conceptos) que nos obliga a aferrarnos, como a una tabla de salvación, a la idea de la libertad de prensa y a los derechos, cada día más menoscabados, que de ella se derivan.
Lenin, que tuvo que enfrentarse a los rigores de la censura zarista, consideraba que “no existe otro medio de educar a las organizaciones políticas más que un periódico para toda Rusia”.
Para lograr sus propósitos de dar coherencia y unidad a la lucha de los grupos de Partido Comunista ruso, creó el periódico Iskra.
Su idea era que el órgano periodístico actuara como organizador, que difundiera los programas políticos, las consignas partidistas, y que cumpliera, también, las tareas de proselitismo y de “apoyo a toda protesta y a toda explosión” capaces de acelerar la llegada de la revolución.
Para Lenin, el periódico del Partido debía ser un organizador social, una tribuna en la que pudieran expresarse los problemas políticos y sociales, así como un instrumento importantísimo para la formación de los dirigentes de los cuadros del Partido.
El plan de Iskra consistía en promover una “disposición combativa” y la formación de los dirigentes a través de un “enjuiciamiento sistemático y cotidiano de todos los aspectos de nuestra vida política”.
Para llevar adelante su proyecto, Lenin tuvo que enfrentarse a las influyentes gacetas Rabáchaya Mysl (El pensamiento obrero), órgano de los llamados economistas, y Rabócheie Dielo (La causa obrera), revista oficial de la Unión de Socialdemócratas rusos en el extranjero.
Iskra fue objeto de múltiples represiones, así como de ataques violentos por parte de algunos grupos de la izquierda rusa.
Su primer número fue impreso en Leipzig, en 1900. Más tarde se editó en Munich, Londres y Ginebra. Su tiraje era muy reducido y su circulación corría a cargo de los activistas del Partido Marxista Revolucionario de la Clase Obrera.
Algunos estudiosos de los temas periodísticos opinan que Iskra fue un elemento determinante en la formación y consolidación del partido de los trabajadores rusos.
Es indudable que cumplió su misión de “organizador colectivo”, de “plomada” capaz de dar coherencia a los esfuerzos de los técnicos y de los albañiles para crear una organización política.
Dentro de este programa, el periódico rompía con todas las premisas de la prensa burguesa, refutaba el valor de las noticias dadas al público como anécdotas separadas del contexto sociopolítico y, por lo mismo, privadas de contenido y de significado, y buscaba que en las informaciones, artículos, crónicas, etcétera, “se hiciera el balance, tanto de las condiciones sociopolíticas de Rusia, como de las actividades del Partido”.
De esta manera, el periódico se constituía en “el vínculo efectivo” entre los distintos grupos del Partido y su distribución era una tarea común de gran utilidad para la formación de la solidaridad indispensable en todas las organizaciones revolucionarias.
Otro de los propósitos fundamentales de Iskra era el de someter todos los casos concretos y las explosiones sociales que se registraban en las distintas regiones de Rusia a un análisis y a un enjuiciamiento que provocaría las discusiones y la exposición de los puntos de vista de los lectores militantes.
Este sistema abierto permitía una mayor participación de los agremiados en los trabajos de programación y elaboración del periódico.
Es indudable que Iskra tenía características singulares; cumplía el papel de organizador de un partido y sus mensajes se dirigían primordialmente a lectores ya convencidos del programa partidista, que encontraban en la publicación un auxiliar importantísimo para sus trabajos de análisis de la realidad vista a la luz de un programa político concreto.
Sin embargo, Iskra también buscaba, aunque de modo secundario, ganar adeptos para el Partido y proporcionar al público algunos criterios de interpretación de la realidad sociopolítica.
Lenin resumía en ¿Qué hacer? sus ideas en torno al periódico organizador de la siguiente manera: “El plan de un periódico político para toda Rusia, lejos de ser el fruto de un trabajo de gabinete realizado por personas contaminadas de doctrinarismo y literaturismo es, por el contrario, el plan más práctico para empezar a prepararse en todas partes e inmediatamente para la insurrección, sin olvidar al mismo tiempo ni un instante la labor ordinaria de todos los días.”
No hay que olvidar, por otra parte, que la burguesía rusa y el gobierno zarista poseían un aparato muy rudimentario de control de la información y de divulgación de las pautas de conducta reforzadoras del sistema autoritario.
Esta circunstancia permitió a Iskra llamar de inmediato la atención de una buena parte de la opinión pública.
Lenin mismo tendría que afinar su proyecto para que funcionara en el actual momento de la información y de la comunicación de masas, porque el sistema burgués dispone de suficientes distractores, de numerosas y de muy estridentes formas de “masajeo” para opacar los mensajes críticos; posee, además, grandes máquinas encargadas de controlar la información.
Frente a ellas, la prensa revolucionaria, la doctrinaria y la crítica, ven considerablemente mermadas sus posibilidades de llegar a un número importante de miembros de los distintos públicos.
Su función, por lo tanto, generalmente se limita a formar y orientar a públicos muy concretos y localizados.
En esto radica la importancia de su papel histórico.
Representar, en el mundo de las relaciones mercantiles y de la irracionalidad burguesa, la razón y el deseo de aspirar a una sociedad humana, lo cual es una tarea absolutamente necesaria. “Hay que soñar”, dice en su libro Lenin.
Esas publicaciones sueñan, sabiendo que de su sueño nacerá lo nuevo.
Este sueño se volvió pesadilla con Stalin.
En la sociedad burguesa, la prensa revolucionaria, al igual que la que busca conservar su independencia, se encuentra en una situación de desventaja frente a los órganos periodísticos de carácter comercial.
Esta desventaja no se deriva necesariamente de las formas de represión que el aparato político instrumenta en su contra; se une a las formas de control de la opinión, las actitudes y los criterios que el sistema posee y ejercita con eficacia creciente.
No hay que olvidar que toda la compleja maquinaria de la publicidad comercial tiene un claro contenido ideológico y que, entre la prensa burguesa, las oligarquías económicas y los poderes políticos, se firma cotidianamente un pacto tácito, merced al cual las pugnas entre los grupos pueden darse siempre y cuando no rebasen los límites del juego permitido y no pongan en peligro la estabilidad del sistema.
Antes de seguir adelante conviene detenernos un poco en el análisis de las grandes empresas trasnacionales que controlan la información en el mundo.
Por razones de método, creo que es necesario hacer hincapié en el hecho de que la mayor parte de los periódicos contemporáneos están organizados como empresas mercantiles, que tienden a supeditar las tareas intelectuales a los aspectos estrictamente financieros.
Esta idea general no excluye, de ninguna manera, los aspectos ideológicos y de línea política del periódico.
Es indudable que al constituirse como organizaciones mercantiles, los periódicos adquieren un peculiar compromiso ideológico con el sistema capitalista.
Estas empresas mercantiles, cuya materia prima es la noticia, están inscritas en la complicada maquinaria de una industria trasnacional de tipo monopolístico, cuyos poderes y controles aumentan constantemente. Me refiero a las grandes agencias internacionales de noticias.
En su ya citado libro, dice Vázquez Montalbán que “en los últimos años del periodismo doctrinario que, de una manera clandestina, fue un elemento determinante para el triunfo de la burguesía sobre los poderes absolutistas”, y en los primeros años del periodismo informativo, concebido como instrumento del colonialismo que se apoderaba de todos los rincones del mundo subdesarrollado y sostenía una política de generalización del comercio, nacieron las agencias internacionales de noticias como instrumento al servicio de las principales potencias colonialistas.
Estas agencias profesan la mentalidad y practican las técnicas del llamado periodismo influyente, que se usa como instrumento de orientación mental de la sociedad y busca la uniformación de los comportamientos con base en los modelos propuestos por las grandes compañías trasnacionales, y en la noción de bien común impuesta por los imperialismos políticos.
Las agencias nacieron en el momento en que los comerciantes consideraban que la prensa debía defender a la burguesía ante los primeros ataques del proletariado socialista.
Desde sus orígenes mantuvieron el principio de la unidad entre la prensa conservadora y la liberal en torno a la defensa de una concepción del Estado basada en la continuidad de los mismos usos económicos, y en las relaciones capitalistas entre los factores de la producción.