Muere Vicente Leñero

Muere Vicente Leñero

 

 (apro)

Uno de los más destacados y entrañables hombres de las letras nacionales, Vicente Leñero (Guadalajara, 9 de junio de 1933), pilar fundador del semanario Proceso del cual fue subdirector y era aún vicepresidente del consejo de administración, falleció esta mañana de cáncer pulmonar a los 81 años en su casa de San Pedro de los Pinos en esta ciudad, a las 7:56 horas.

Con estudios de ingeniería en la UNAM, estudió periodismo en la Escuela Carlos Septién García, más atraído por las letras, donde incursionaría en el cuento, la novela, el teatro y el guionismo de televisión y cine. Saltó a la palestra literaria con una novela que lo situaría en la escena mexicana e internacional, Los albañiles, con la cual obtuvo en 1963 el Premio Biblioteca Breve Seix Barral otorgado en España. De hecho, fue el primer narrador mexicano en llevarse una presea a nivel mundial.

Fue becario del Instituto de Cultura Hispánica de Madrid en 1956 y, a finales de la década siguiente, del Centro Mexicano de Escritores y de la Fundación Guggenheim.

Además de ser designado miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, se le distinguió con innumerables reconocimientos hasta alcanzar la mayor presea mexicana, el Premio Nacional de Letras, en 2001.

Destacan sus libros, además de Los Albañiles, Estudio Q (1965), El garabato (1967), Redil de ovejas (1972), Los periodistas (1978), El evangelio de Lucas Gavilán (1979), Asesinato (1985) y La vida que se va (1999).

Su carrera periodística comenzó en la revista católica Señal, y fue director de la revista Claudia entre 1969 y 1972, con un equipo integrado por escritores de su generación como José Agustín, Gustavo Sáinz e Ignacio Solares; de ahí, Julio Scherer García, director de Excélsior, lo invitó a conducir la revista más antigua de nuestro país, Revista de Revistas, a cuyo frente permaneció de 1973 a 1976, dejando una huella notable en la generación emergente de narradores y cronistas. Pues fue del género de la crónica uno de sus baluartes, con algunos de los textos clásicos del oficio recogidos en Talacha periodística y republicados este año en Conaculta la colección periodismo cultural como Periodismo de emergencia.

En al ámbito del teatro no lució menos, sus obras trocaron la realidad con un lenguaje dirigido a la actualidad como no había conocido la dramaturgia mexicana; primero con Ignacio Retes y más tarde con Luis de Tavira integró una mancuerna formidable en puestas como La mudanza, Nada sabe nada, La noche de Hernán Cortés y El martirio de Morelos.

Para la pantalla grande trabajó con los mejores directores de México, llevando sus guiones a películas imborrables como Los albañiles, Los de abajo, El callejón de los milagros y El crimen del Padre Amaro.

Desde una perspectiva católica heterodoxa cuestionó las posturas de la Iglesia y se acercó a la Teología de la Liberación, sobre todo en su novela (luego llevada al teatro) El evangelio de Lucas Gavilán. Se interesó en esa misma línea por los movimientos liberadores en el cristianismo contemporáneo al testimoniar las luchas de Gregorio Lemercier y Sergio Méndez Arceo.

En 1976, Vicente Leñero condenó el llamado golpe a Excélsior asestado por el gobierno de Echeverría contra la dirección de Excélsior que, con Julio Scherer García al frente, había iniciado un periodismo crítico de enorme rigor. El 8 de julio de ese año Leñero fue uno de los más de 200 miembros de la cooperativa Excélsior que respaldó a Scherer, quien de inmediato se alistó para responder al régimen con una nueva publicación: la revista Proceso.

Su recuento de aquellos sucesos los plasmó en la novela de no-ficción Los periodistas dos años más tarde. En Proceso llegaría a realizar trabajos de primer nivel, y su entrevista con el comandante Marcos alcanzó difusión internacional en 1994, no sólo por ser la primera sino por su impecable trabajo informativo y como un testimonio de crónica acuciosa.

Desde su puesto como subdirector general del semanario, verdadero brazo derecho de Julio Scherer durante 20 años, animó su sección cultural con ahínco y experiencia singular, impulsando la información de ese territorio al mismo nivel que el de las noticias de política y economía.

El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) y el Instituto Nacional de las Bellas Artes (INBA) rendirán mañana a las 12 horas un homenaje al escritor jalisciense, cuyos restos serán cremados esta tarde en una ceremonia privada de la familia Leñero Franco: Su esposa, Estela y sus cuatro hijas Estela, Isabel, Eugenia y Mariana.

Desde mayo se supo de su enfermedad. Se hallaba escribiendo el tercer volumen de una trilogía de cuentos entre la realidad y la ficción, cuyos dos títulos fueron Gente así y Más gente así.

 

 

La Jornada

El periodista, escritor y dramaturgo Vicente Leñero, de 81 años, falleció en su casa hoy 3  de diciembre del 2014 a las 9:00 horas a causa de un cáncer pulmonar que le tenía delicado de salud. Mañana a las 12:00 horas se le rendirá un homenaje en el Palacio de Bellas Artes.

Nacido el 9 de junio de 1933 en Guadalajara, Leñero estudió ingeniería civil en la Universidad Autónoma Nacional de México y periodismo en la Escuela Carlos Septién García. Entre sus obras destacan Los albañiles (1963), que fue llevado al cine, El garabato (1967), El evangelio de Lucas Gavilán (1979), Asesinato (1985) y La vida que se va (1999).

Fue subdirector de la revista Proceso de 1977 a 1998.

Entre los reconocimientos que recibió figuran el Premio Xavier Villaurrutia por su antología La inocencia de este mundo y el Premio Nacional de Ciencias y Artes, en el área de Lingüística y Literatura, ambos en 2001.

En 2011 ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua.

Hace un año, en 2013, Vicente Leñero no aceptó homenajes ni festejos en su onomástico. «Siempre fui muy tímido y aislado», dijo el reconocido autor.

Enfatizó: «Me choca cumplir años y no lo voy a celebrar, ya se lo dije a todo mundo. Uno puede celebrar publicar un libro y el acierto o la fortuna de los amigos y de la amistad, pero no debería hacerlo con los cumpleaños».

Del autor de Los albañiles, su esposa Estela Franco, subrayó -en esos días- la armonía y la amorosa relación que imperó en su matrimonio por más de 50 años.

«Lo admiro como persona y como escritor. Siempre lo he alentado, lo he acompañado en toda nuestra convivencia. Es un hombre obsesivo en su trabajo. Por fortuna, tiene muchos años que se dedica a ello en su biblioteca y siempre lo veo escribiendo y muy dedicado. Claro, esto ha ido bajando un poco, porque antes escribía muchísimo».

Sin embargo, prosiguió Franco, siempre lo veo ocupado, “porque es muy generoso; a sus alumnos, a gente que le pide que le revise sus novelas o guiones, responde siempre con mucha responsabilidad.»

De hecho, subrayó que la admiración hacia su esposo radicaba en que “era un hombre muy comprometido. Estábamos muy unidos en la cuestión religiosa, y que sea un hombre tan trabajador para mí ha sido muy respetable. Siempre ha estado conmigo, en las buenas y las malas».

De su biografía el promotor cultural y editor José María Espinosa dio cuenta en un texto que se publicó en La Jornada Semanal, suplemento cultural de esta casa editorial, con el cual se sumó a las celebraciones y homenajes que recibió “uno de los más importantes narradores mexicanos de la segunda mitad del siglo XX” en sus ocho décadas de vida.

 

Espinasa recordó: “En 1961, después de terminar sus estudios de ingeniería, se da a conocer como escritor con el libro La voz adolorida. Rápidamente se vuelve protagonista de las letras mexicanas, y suma a su incansable trabajo como editor y periodista una constante actividad literaria que no se limitará a la narrativa, sino que se extenderá con el tiempo a otros géneros, como el teatro y el guión de cine”.

En 1963, prosiguió, con la aparición de Los albañiles, distinguida con el Premio Biblioteca Breve, pareció proyectarlo, junto a Carlos Fuentes, como el otro protagonista mexicano del boom.

“La novela es hoy por hoy un libro de referencia y ha aguantado mucho mejor que otras novelas de sus contemporáneos el paso del tiempo. Pero Leñero no fue el protagonista que se esperaba del boom, simplemente siguió siendo un gran escritor”.

Incluso, destacó Espinasa, “ese profesionalismo, ese oficio, está puesto al servicio de la obra con gran inteligencia. Todos los textos de Leñero son obra personal, incluso los que se pueden considerar estrictamente pedidos laborales –como un guión de cine, por ejemplo–, y eso los vuelve notable literatura”.

También, “Leñero es a veces un novelista realista con tintes políticos, y rinde por ello homenaje a modelos como Martín Luis Guzmán, Rulfo o Revueltas, o incluso a compañeros de generación como Ibargüengoitia”.

A la vez, prosiguió Espinasa, “es un gran lector de Arreola, de la literatura fantástica, de la policíaca y de la experimental (en “Las uvas estaban verdes” cuenta las desgracias de Estudio Q, cuando el mercado reclama realismo mágico). Eso le permite ser muy versátil. A eso agrega su capacidad de escuchar el habla, su oído para los giros idiomáticos (sólo comparable al de Ricardo Garibay). Por eso prolonga las búsquedas de la narrativa de la Revolución Mexicana en un contexto urbano y con introspecciones psicológicas e intimistas”.

Vicente Leñero estudió ingeniería en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y periodismo en la Escuela Carlos Septién García. Se desempeñó como director de famosas revistas mexicanas y fue integrante del Sistema Nacional de Creadores desde 1994.

Además fue galardonado con los premios Biblioteca Breve, en 1963, por Los albañiles; Premio Mazatlán de Literatura 1987, por Puros cuentos; Premio de Dramaturgia Juan Ruiz de Alarcón 1992, por su trayectoria como dramaturgo.

Asimismo,obtuvo los premios Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez 1997; el Xavier Villaurrutia 2000, por La inocencia de este mundo, y el Nacional de Literatura y Lingüística 2001, entre otros galardones.

 

 

 

 

 

 

 

Vicente  Leñero

en sus ochenta años

José María Espinosa

2013 es un año de celebraciones para Vicente Leñero, uno de los más importantes narradores mexicanos de la segunda mitad del siglo XX. Leñero nace en Guadalajara en 1933 –cumple, pues ochenta años– y en 1961, después de terminar sus estudios de ingeniería, se da a conocer como escritor con el libro La voz adolorida. Rápidamente se vuelve protagonista de las letras mexicanas, y suma a su incansable trabajo como editor y periodista una constante actividad literaria que no se limitará a la narrativa, sino que se extenderá con el tiempo a otros géneros, como el teatro y el guión de cine.

La aparición en 1963 de Los albañiles, que cumple cincuenta años, distinguida con el Premio Biblioteca Breve, pareció proyectarlo, junto a Carlos Fuentes, como el otro protagonista mexicano del boom. La novela es hoy por hoy un libro de referencia y ha aguantado mucho mejor que otras novelas de sus contemporáneos el paso del tiempo. Pero Leñero no fue el protagonista que se esperaba del boom, simplemente siguió siendo un gran escritor. El libro Más gente así, de reciente publicación, se abre precisamente con un retrato de su relación –sus desencuentros– con Carmen Balcells, pieza fundamental del tinglado económico-publicitario que llamamos el boom.

Siempre me ha llamado la atención el alto nivel cualitativo de la literatura de Leñero, y la presencia tan evidente de eso que llamamos oficio. Es, entre los novelistas de su generación, la que va digamos de Carlos Fuentes (1927) a Fernando del Paso (1935), el más profesional de los escritores. Utilizo, al menos en esta ocasión, el calificativo como un elogio. Cada vez que leo un libro suyo, su capacidad me sorprende, ya sea en sus novelas más directamente literarias o en esas non fiction novel, como Los periodistas o Asesinato. Cuando leí esta última me dejó atónito que el mamotreto de quinientas páginas me lo hubiera leído de corrido y, como dice la cursilería popular, en un suspiro. Su condición estrictamente documental no evitaba leerla como un thriller político-psicológico.

Ese profesionalismo, ese oficio, está puesto al servicio de la obra con gran inteligencia. Todos los textos de Leñero son obra personal, incluso los que se pueden considerar estrictamente pedidos laborales –como un guión de cine, por ejemplo–, y eso los vuelve notable literatura. Más allá del experimentalismo de algunas de sus novelas, es un autor ligado al realismo, a un realismo deudor de las prácticas del reportero. Hace unos años, cuando apareció Gente así, a la que podemos considerar primera parte del libro que la publicación de Más gente así completa, mi entusiasmo fue absoluto y lo leí dos veces una detrás de otra, y después vuelvo a sus relatos-reportajes con frecuencia. Su homenaje a Rulfo me hace reír con ganas y me permite ver su capacidad para homenajear al amigo y al escritor incluso en la parodia.

Hacer del chisme una obra maestra requiere sin duda un gran talento. Leñero consigue, además, que al ser extraordinarios retratos de época, dejen de ser chismes. Juegos anecdóticos y verbales, entramados referenciales y auto referenciales (en muchos de los textos el protagonista es el propio Leñero, como figura pública pero también como figura familiar o personal, los puentes entre los diferentes niveles están trazados por el trato, la amistad y la admiración) le permiten distanciar los textos, emotivos y emocionantes, pero sin chantaje dramático.

Leñero es a veces un novelista realista con tintes políticos, y rinde por ello homenaje a modelos como Martín Luis Guzmán, Rulfo o Revueltas, o incluso a compañeros de generación como Ibargüengoitia. A la vez es un gran lector de Arreola, de la literatura fantástica, de la policíaca y de la experimental (en “Las uvas estaban verdes” cuenta las desgracias de Estudio Q, cuando el mercado reclama realismo mágico). Eso le permite ser muy versátil. A eso agrega su capacidad de escuchar el habla, su oído para los giros idiomáticos (sólo comparable al de Ricardo Garibay). Por eso prolonga las búsquedas de la narrativa de la Revolución Mexicana en un contexto urbano y con introspecciones psicológicas e intimistas.

Por eso puede afrontar la vida de Morelos como materia narrativa desde una historia de amor y no desde el carácter épico de la lucha independentista en Más gente así. Leñero admira el sesgo negro con que Ibargüengoitia retrató a Hidalgo en Los pasos de López, pero no es ese su tono. El guanajuatense humaniza al subrayar en los héroes la condición de claroscuro; Leñero en cambio los humaniza al volverlos sujetos de pasiones menores en las que se conserva el sino trágico.

En este díptico –Gente así y Más gente así– Leñero muestra su extraordinario nivel como cuentista. A la vez que propone una condición contextual o circunstancial del relato, pues disfraza el cuento de crónica, de reportaje, de confesión, de confidencia e infidencia, o hasta de ensayo, es decir de cuento en un sentido muy intenso. La palabra “gente” en ambos títulos encierra una de las claves. Antes, no sé si se sigue haciendo ahora, los profesores de redacción señalaban el peligro del término, su condición de plural singular, y el retintín un tanto despectivo del término: la gente es distinto de las personas, parece darles (a ellas, a quienes designa) un sentido ordinario, gregario, común, las despersonaliza precisamente.

Leñero hace exactamente lo contrario: las individualiza y las vuelve relevantes en su condición común, él incluido. Por eso su Gente así resulta profundamente iconoclasta, divertida, con humor y con profundidad al mismo tiempo. La gente se vuelve(n) gentes sin desdoro gramatical. La verdad, con minúscula o con mayúscula, es un personaje más de la ficción. El maestro del periodismo y del teatro, del guion cinematográfico y de la novela, es también, en una tradición que los tiene extraordinarios, uno de nuestros mejores cuentistas. Así, agradeciéndole el placer de leerlo, me quiero sumar a la celebración de sus ochenta años.