Benito de Nursia, el gran civilizador

Benito de Nursia, el gran civilizador

Eugenio Andrés Lira Rugarcía

Artículo publicado en La Razón

Vivimos un cambio de época, no cabe duda. Pero ¿cómo encauzar las profundas transformaciones sociales y culturales que se están suscitando para que desemboquen en un mundo más libre, justo y en paz en el que a todos se haga posible un verdadero desarrollo integral? Aprendiendo del ejemplo de gente que, en su momento, supo hacerlo. Una de estas personas fue Benito de Nursia.

Nacido en el siglo V, a Benito le tocó vivir también un cambio de época; la sociedad enfrentaba una profunda crisis de valores, agravada por el colapso del Imperio Romano y la invasión de otros pueblos. Terminaba una era en la que Roma había extendido su dominio, logrando una unidad política, económica y cultural conformada por numerosos pueblos de la cuenca del Mediterráneo. Esto suscitó un enorme desconcierto en el momento presente y de cara al futuro.

En medio de esta compleja situación, Benito, que había comenzado estudios en Roma, al percatarse del ambiente superficial que se vivía en la gran metrópoli, y que incapacitaba a la gente para entender lo que estaba aconteciendo, decidió buscar una luz que le permitiera mirar la realidad en su dimensión más profunda, para poder elegir mejor. Primero se unió a una comunidad de monjes que vivían en los montes al este de la ciudad. Luego se hizo eremita en Subiaco, donde aprendió a vencer las tres tentaciones fundamentales: el egoísmo, la sensualidad y la ira.

En el año 529 se trasladó a Montecassino, con el fin de dar visibilidad a la fe como fuerza de vida. Ahí se dedicó al diálogo casi permanente con Dios mediante la oración, con cuya luz, tanto él como los monjes que lo siguieron, pudieron comprender que, caído el Imperio Romano, venía una nueva realidad para lo que hoy llamamos “Europa”, y se dispusieron a servir de puente entre el mundo antiguo y el medioevo, rescatando y transmitiendo el gran patrimonio grecorromano, enriqueciéndolo con el Evangelio.

De esta manera ofrecieron a las personas y los pueblos de su época el gran servicio de orientarles positivamente en su nueva configuración social, cultural, política, jurídica, económica y religiosa, contribuyendo al surgimiento de una nueva unidad espiritual y cultural, basada en la fe cristiana compartida por los pueblos del continente.

Benito, que frente a los retos de su época no se dejó configurar por el miedo, la confusión, el desaliento, la indiferencia o el conformismo, sino que supo ser pionero de una nueva civilización, que ha marcado a Europa y a Occidente, sigue siendo, como afirmaba Benedicto XVI, “un verdadero maestro que enseña el arte de vivir el auténtico humanismo”.