La séptima vida de Karra Elejalde

Durante 20 años, el actor ha sido “el de ‘Airbag”. Y ahora está empeñado en que la historia no se repita con Koldo, el entrañable marinero de ‘Ocho apellidos’. Su recuperado éxito le ha garantizado nuevos proyectos , pero también le ha hecho darse de bruces con la fama en tiempos de Twitter y Facebook.

VIRGINIA COLLERA
“Se acabó el vasco de las barbas. Se acabó. Se acabó. Se acabó”. Karra Elejalde(Vitoria, 1960) rechaza enérgicamente la idea de volver a encarnar a Koldo en la saga de Ocho apellidos. En su profesión, apostilla vehemente, siempre ha evitado lo fácil, siempre ha buscado sorprender, arriesgar, el vértigo de interpretar un nuevo personaje. Y, enumera, no es ni la primera ni la segunda vez que da vida a ese marinero vasco. Hizo “un apunte” en Acción mutante (1993), de Álex de la Iglesia, en la piel de ese tullido llamado José Óscar Tellería, Manitas, el mecánico de la banda terrorista que, para superar los controles policiales rumbo al Planeta Axturias, insiste –y convence– a la autoridad competente de que en la naveVirgen del Carmen solo llevan “pescao congelao, delicias de merluza, cocretas de bacalao y tronquitos de cangrejo y así”. Ha recurrido a él muchas veces en el teatro, siempre le ha funcionado eso de “hacer el casero” en reuniones de amigos. Y, por último, está el anuncio de La Gula del Norte. Basta. “Yo tengo la suerte de desenvolverme en la comedia y en el drama, ¿por qué agarrarnos a una ubre que nos va a dar seguridad económica pero no es un reto profesional? Debemos acabar con él porque no es estratégicamente inteligente. No ha lugar a que lo abonemos más. Llevo veintipico años siendo el de Airbag y hay que intentar que la gente se olvide de este personaje. De lo contrario, seré Koldo para los restos”.

Ocho apellidos vascos es la película española más taquillera de la historia. En 2014, recaudó 56,2 millones de euros y la vieron casi 9,5 millones de espectadores. La segunda parte, Ocho apellidos catalanes, estrenada contra reloj 20 meses después, acumula casi 34 millones de euros y 5,4 millones de espectadores. Ha sido la que más entradas ha despachado en 2015 en España –y todavía está en salas de cine–. Para Ghislain Barrois, consejero delegado de Telecinco Cinema, estos filmes son “lo más parecido a una revolución. Por fin han conseguido que el público español no dé la espalda a su cine”. Por tanto, a diferencia de Elejalde, ya piensa en la tercera (y última) entrega de la saga. “Antes de estrenar Ocho apellidos catalanes ya teníamos en la cabeza que fuera una trilogía. Otra cosa distinta es que demos en el clavo con una historia que seduzca a director, actores y productores”, explica. “Antes de Navidad nos reunimos con los guionistas y surgieron ideas divertidísimas que hay que ver dónde nos llevan. Ahora lo único que puedo garantizar es que vamos a intentar que haya una tercera parte”.

 

–Karra Elejalde insiste en que no volverá a interpretar a Koldo.

 

–Eso mismo decía con la segunda, incluso con la primera. Si no quiere, buscaremos una solución. Pero no nos planteamos una nueva película sin él. Si le presentamos una historia cojonuda, yo supongo, espero, que dirá que sí.

 

Airbag, hoy considerada por muchos una película de culto, fue idea del actor vitoriano. “Creo que corre el año 1995, voy en un taxi con otro amigo y Karra Elejalde. Estamos borrachos y de pronto Karra se pone a contarle al taxista que somos riojanos, que venimos de pisar uva, nos han pagado 800.000 pesetas y que hemos estado de puticlubs y él ha perdido su anillo de compromiso en el culo de una mulata, y que tenemos toda la noche para encontrarlo. Yo pensé que era algo tan absurdo que podía ser verdad y que podía ser una película”, recordaba el director Juanma Bajo Ulloa en los extras del DVD remasterizado de esa road movie que no tuvo el respaldo de la crítica –ni siquiera de algunos exhibidores por su duración: 124 minutos eran demasiado para una comedia–, pero sí, masivamente, el del público joven. Esa generación que, casi dos décadas después de su estreno en cines, sigue repitiendo aquello de “el concepto es el concepto”, “hondonadas de hostias” o “nada en la ambulancia”, entre otros chascarrillos del calamitoso sicario Pazos, ­interpretado por Manuel Manquiña. Con guion de ­Elejalde, Bajo Ulloa y Fernando Guillén Cuervo, el éxito de Airbag pilló a todos, ellos tres incluidos, totalmente desprevenidos: la vieron casi 2,2 millones de espectadores. “Pero no puedo comparar ambos fenómenos: Airbag no fue ni un 10% de lo que estoy viviendo con Ocho apellidos. Airbag fue muy irreverente y novedosa, pero no aceptaba todo tipo de edades. Había putas, farlopa… En cambio, los apellidos son para todos los públicos. Todos los yayos han ido a verla y, por la calle, mocos de 8 o 9 años me llaman ‘¡Koldo, Koldo!”.

 

Hasta los 14 años Karra Elejalde vivió en Leintz-Gatzaga (Gipuzkoa), en aquel entonces “un pueblo de 20 casas y 30 caseríos”. Hijo de un músico “que tenía un bar” y de un ama de casa, nunca se había planteado dedicarse a la actuación. Podría haber estudiado cualquier cosa, pero “como era vago”, le pareció que su mejor opción era ser electricista. Un trabajo en el que llevas chaquetita y tijeras no parecía exigir demasiado esfuerzo. También cursó estudios de pintura y escultura en la escuela de artes y oficios de Vitoria. Fue en la mili donde se encontró con “un tío cojonudo, muy buen actor y de derechas”, Toño Sampedro. “Me dijo: ‘Tú eres muy gracioso. Cuentas muy bien los chistes. Estás siempre haciendo el payaso. Yo soy de un grupo de teatro, ¿por qué no te vienes?”. Poco después debutaba en el espectáculo Adiós, hasta huevo, en el que interpretaba 11 personajes. En su largo y variado periplo, Elejalde ha fundado grupos de teatro, ha escrito canciones para conjuntos del rock radical vasco como Hertzainak o Korroskada y ha participado en filmes como Alas de mariposa y La madre muerta, de Juanma Bajo Ulloa; Vacas y Tierra, de Julio Medem; Días contados, de Imanol Uribe; Salto al vacío, de Daniel Calparsoro; La pistola de mi hermano, de Ray Loriga; Los sin nombre, de Jaume Balagueró; Los cronocrímenes, de Nacho Vigalondo. Y ha dirigido Año Mariano –con Fernando Guillén Cuervo– y Torapia. En 2011, cuando recibió el Premio Goya al mejor actor de reparto por la película También la lluvia, aprovechó la ocasión para agradecer a su directora, Iciar Bollain, que lo hubiera “sacado de boxes” tras una temporada de sequía de proyectos cinematográficos. “Los actores somos flor de un día. Estamos arriba y luego abajo. Hay compañeros que esperan que suene el teléfono y, si no lo hace, se desesperan, pero yo siempre he generado proyectos. Cuando no salía nada de cine, escribía mis monólogos: me he tirado 20 años haciéndolos. Nunca me he cortado a la hora de escribir y dirigir, de interpretar, de escribir sketches o poesía. Siempre me he sabido buscar la vida. En esto de la interpretación yo soy chusquero, no de academia”, relata. “Esta profesión es cíclica. Tienes cuatro años buenos, uno malo, otros cuatro buenos. No hay justiprecio. De repente estás de moda, y no significa que seas mejor actor, pero todo el mundo te desea”.

 

En estos momentos, Elejalde está en la cresta de la ola. Pronto empezará a rodar 100 metros junto a Dani Rovira, prepara un programa gastronómico y de viajes –al estilo Un país para comérselo, de Juan Echanove e Imanol Arias–, tiene “tres o cuatro películas en perspectiva y varias series de televisión” y la próxima semana estrena Embarazados, una película protagonizada por Alexandra Jiménez y Paco León, en la que Elejalde interpreta a un ginecólogo demasiado aficionado a las metáforas deportivas.

E milio Martínez-Lázaro, director de las dos entregas de Ocho apellidos, recuerda el ataque de risa que le dio en el primer ensayo con los actores cuando Elejalde se alejó del guion escrito por Borja Cobeaga y Diego San José en “castellano coloquial” y pronunció la frase “como la hubiera dicho su padre”. “Karra es de Vitoria y en su casa todos hablaban castellano menos su padre, que se expresaba en ese idioma tan raro. A partir de entonces fui yo quien le propuso que nos detuviéramos en todas sus frases para que pudiera pensar cómo las diría él”.

 

Cuando Elejalde recibió el guion de Koldo (que le procuraría su segundo Goya) pensó que, si aceptaba interpretarlo, recaía sobre él una gran responsabilidad. “A mí, que fui uno de los que metieron a un lehendakari negro en Airbag, vi que me tocaba ser el representante de lo vasco. Koldo es un personaje que tiene un barco que se llama El Sabino III, por tanto, nacionalista del PNV. Yo, desde luego, no soy ni católico ni conservador y podría haber denostado al personaje, haberlo llenado de tics, apayasarlo. Pero pensé: ‘Coño, Karra, hagamos un vasco que sea como viene en el guion, pero démosle emoción, lágrimas, que sea un hombre que quiere a su hija. Peligroso pero tierno”, explica. “Y construí un personaje por el cual dos señores del PNV me tendrían que estar muy agradecidos porque la verdad es que ha caído muy bien. Y, efectivamente, para hacerlo eché mucho de cómo hablaban, de cómo pensaban y se desenvolvían, de la torpeza con la que abordaban el castellano mi tío Ramón y mi aita”.

 

Actor y director se conocían, pero nunca habían trabajado juntos. “Lo he pasado muy bien. No solo nos hemos hecho muy amigos, sino que he descubierto a un gran actor. Sabía que era muy bueno porque lo había visto en También la lluvia, pero últimamente en cine le daban unos papeles tan pobres… Siempre de poli secundario. Cuando vi la de Iciar me dije: ‘Este sí es Karra”, comenta Martínez-Lázaro, quien, además, destaca su poderosa vis cómica. “A las pruebas me remito. Él había hecho comedia, pero de otro tipo. Era una comedia de hacer el gamberro, muy desinhibida, que a él le gusta mucho porque es un muchachote vasco. Pero no tiene ni la quinta parte de valor que la de Ocho apellidos porque esta es una comedia desde un personaje serio y que consigue desplegar una risa enorme”.

 

–Karra Elejalde insiste en que no volverá a interpretar a Koldo.

–Si él no está, tendrán que buscar a otro director. Si la hacemos y nos ponemos todos de acuerdo, habrá una posibilidad. Ya se verá.

Hasta ahora Elejalde, con más de tres décadas de profesión a sus espaldas, era conocido. “A mí me apasiona mi profesión. Lo que mejor vivo es el proceso de leer un personaje, contrastarlo con el director y mis compañeros y abonar ese trabajo. Esa labor de investigación, de resolución, de entendimiento, de llegar a una comunión. Pero la parte de promoción y todo lo demás, me es totalmente ajena. Yo soy hablarín con mis amigos, pero fundamentalmente soy actorín. A mí lo que me gusta es levantarme a la mañana, ir, hacer y volver a casa”. Pero desde marzo de 2014, cuando llegó a las salas Ocho apellidos vascos –su rostro enfurruñado, mirando de reojo a Clara Lago, su hija en la ficción, impreso en el cartel del filme–, es famoso. Y vive con incomodidad su nueva condición. “Estas dos películas me han dado una tranquilidad profesional, pero hay mucha dejación de tu vida personal. Se resiente. Ya no te vas a tomar gin-tonics tan tranquilo a las dos de la madrugada por los sitios, y también es un poco triste tener que hacerte las fiestas en casa”. Aunque esto no debe interpretarse como una queja, aclara: “No lo es, pero a mí nunca me ha gustado ser famoso. Yo siempre he deseado ser prestigioso. Independientemente de a lo que me hubiera dedicado en la vida. Pintor, chapista o arquitecto. Me gustaría ser un actor de prestigio pero desconocido, un ser anónimo más que anda por ahí, pero es un binomio que no se puede conseguir en nuestra profesión”. Ahora, se lamenta, no tiene tiempo ni para atarse los zapatos. “¿El éxito? ¿Qué comporta el éxito? Pues estar de zascandil de aquí para allá y desatender lo que más quieres. A día de hoy no puedo mantener ni un huerto”. Tampoco terminar un guion sobre la minería del coltán o dedicar tiempo a dos de sus aficiones: la pintura y la poesía. “Lo que escribo es cándido, a veces es naíf, a veces amargo, a veces es alcohólico. Con todo lo extravertido que puedo parecer, soy tímido para algunas cosas, las canciones son canciones, pero dudo mucho que llegue a editar mi poesía”.

Visceral. Bocazas. Un volcán a punto de estallar. La descripción es del propio actor –y la hemeroteca lo refrenda–. Elejalde siempre ha sido vehemente. Siempre ha entrado al trapo de todo. Pero, a sus 55 años, reconoce que quizás sea el momento de ensayar la diplomacia. Durante la charla, mientras fuma sin parar, zanja varias de sus respuestas con precavidos “pero ya entiendes lo que quiero decir, ¿verdad?”. Ni un paso en falso. “Yo soy el mismo pájaro. Sigo pensando igual. Pero ahora vamos a tener que medir mucho lo que decimos y no decimos. Ya no me va a dar la gana, pese a que yo pienso como pienso, hacer declaraciones de enjundia política o sobre deportes. ¿Por qué si digo que me gusta el Barça voy a enfadarme con seis millones de personas de Madrid? No voy a entrar en ese juego. Voy a ser diplomático, pero no dejar de ser coherente. Me va a gustar decir no lo sé”.

Durante la promoción de Ocho apellidos catalanes, primero Clara Lago y Dani Rovira en el programa El hormiguero, después Elejalde en una entrevista con el diario As, desataron la ira de las redes sociales. Los primeros reconocían a Pablo Motos que el efecto de Ocho apellidos era tal que salir a la calle juntos era “un coñazo”, según Lago. “Como Jim Carrey en El show de Truman. Nos sentimos muy observados”, remató Rovira. El pecado del intérprete vitoriano, que no tiene ni Twitter, ni Facebook, ni siquiera Whats­App, fueron unas declaraciones a propósito de la política de fichajes del Atlhetic de Bilbao. “Ahora van a ser vascos hasta los riojanos y los de Toledo, no digamos los navarros. En ese equipo juega gente de varias comunidades […] Me parece un poco peregrino que hagan eso si su sello es el personal de Euskadi”. Los tres fueron reprendidos con esos linchamientos 2.0 que hoy ya no sorprenden por habituales –y que son sufridos por famosos, fundamentalmente, pero también por ciudadanos anónimos, nadie está a salvo–. “Estamos en un momento crítico y cualquier patinazo se eleva y se desmesura. De repente te ves en el ojo del huracán y todo el mundo en las redes tiene algo que decir. Acaban deseando hasta tu muerte. Al final aprendes a no crearte problemas porque las cosas dichas desde el desenfado, escritas, cobran un peso enorme. Y es una pena, porque no hay pregunta impertinente sino contestación inoportuna. Hay que tener mucho cuidadito, así que, a capear el temporal, que es lo que haría un buen marinero, y a seguir navegando”. Al despedirse, insiste en que borre, si las hubiera, sus salidas de tono. Todavía está ensayando.

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