El Manual del peor periodismo

El Manual del peor periodismo

Hace un año, en la edición 1997 de la revista Proceso, se publicó una entrevista con Umberto Eco a propósito de lo que, ahora podemos decir, fue su última novela: Número cero. Es la historia de un grupo de periodistas sin escrúpulos que prepara la edición de un nuevo cotidiano. El semiólogo y teórico de la comunicación teje una trama a partir de una prensa dedicada al chantaje y a hundir a personajes públicos a base de medias verdades y chismes. Es, en suma, un manual del peor periodismo posible. Con esa novela, Eco regresó a la ficción. La charla con Isabel Jácome se reproduce íntegra a continuación.

ROMA

Proceso

El escritor italiano Umberto Eco –erudito, semiólogo y ensayista– incursiona en su más reciente libro, Número cero, en el mundo de la información y la comunicación para contar con estilo ligero y divertido los mecanismos de manipulación de la prensa corrupta.

Eco, de 83 años, abandona sus reflexiones intelectuales para describir las tácticas y maniobras que se fraguan en una redacción de siete periodistas durante la preparación de los “números piloto” de un diario, los números cero.

“Desde hace 40 años reflexiono y discuto sobre los límites y las posibilidades del periodismo”, confesó Eco en una larga charla con el periodista antimafia italiano Roberto Saviano en la cual ambos analizaron las carencias y los abusos de los medios de comunicación y de las redes sociales en internet.

A diferencia de su novela El cementerio de Praga, en la que a través de un texto inventado, el Protocolo de los Sabios de Sión, se demoniza a todo un pueblo y una religión –una escalofriante antología de la injuria al diferente–, ahora Umberto Eco sitúa al lector en la Italia de 1992, año del escándalo por corrupción descubierto por el operativo Manos Limpias: Las investigaciones judiciales derrumbaron entonces a toda una clase política, lo que significó el fin de la llamada Primera República y el nacimiento del “berlusconismo”, la era protagonizada por el controvertido magnate de las comunicaciones Silvio Berlusconi.

Como emblema de esa fase histórica, Eco cuenta por capítulos –que corresponden a fechas específicas– las reuniones de los integrantes de una redacción, celebradas en el lapso de un año. Ellos trabajan en torno a un periódico que está por salir, Domani (Mañana), financiado por “el Comendador” Vimercate, “nuevo rico” propietario de canales privados de televisión, en una clara alusión a Berlusconi (llamado en Italia el Cavaliere), patrón de la derecha italiana durante 20 años.

Para realizar los borradores del diario se confeccionan y escogen noticias particulares, aquellas que sirven para sembrar dudas, para calumniar a enemigos y poderosos y luego chantajearlos y entrar a formar parte de su círculo, en un retrato perfecto de lo que Eco llama la “maquinaria para enlodar”.

Un ejemplo de ese sutil estilo de manejo del poder: la investigación que ordena el director del diario, Simei, sobre un juez intachable que a su vez indaga acerca de un célebre caso de millonarios sobornos en una casa de reposo para ancianas de una de las sociedades del patrocinador del diario.

“¿Usa calcetines de colores, anaranjados, verde esmeralda? ¿Tenis también? ¿Es un dandi o uno de esos hijos de las flores? Quizá fuma mariguana. Esta es la conclusión a la que deben llegar los lectores. Trabajen ese tema. Saquen un retrato lleno de sombras oscuras. Y acabemos con él como se debe. De una noticia sacamos una noticia. Y sin mentir”, explica Simei en una de las reuniones de mayo.

Autor de best sellers que han dado la vuelta al mundo –El nombre de la rosa, El péndulo de Foucault, La misteriosa llama de la Reina Loana–, Eco escribe por primera vez de una época reciente, aunque recurre a sus tramas preferidas: confabulaciones, falsos mitos, planes oscuros, espionaje y contraespionaje y lo que está detrás: la “dietrología”, como dicen en Italia.

El año crucial

Uno de los protagonistas de la novela, Colonna, no es, como en otras obras de Umberto Eco, un refinado pensador, sino un simple periodista fracasado que está por cumplir 50 años, un perdedor innato que ha trabajado para diarios locales y que corrige novelas de otros. Pero ahora cree haber encontrado el trabajo que le podría cambiar la vida: jefe de redacción de Domani.

Encargados de crear noticias, suscitar reacciones, cuestionar verdades, generar sospechas, los reporteros de Domani ofrecen verdaderas lecciones de mal periodismo y cumplen su cometido sin saber que el diario no saldrá jamás publicado y sin sospechar que éste es sólo un arma infalible de chantaje.

“Para mí es un manual de la comunicación de nuestros días”, resume Saviano, quien considera que las redes sociales han multiplicado esa forma de enlodar iniciada en los noventa, llegando a generar verdaderos “monstruos”.

“Quise dar una imagen grotesca del mundo. Aunque el mecanismo de la máquina para enlodar, de lanzar insinuaciones, se usaba ya durante la Inquisición”, explicó Eco, quien de alguna manera señala al magnate de las comunicaciones y exprimer ministro Berlusconi, por considerarlo emblema de esa era marcada por la combinación de chismes con información, vida pública y vicios privados, de bunga-bunga (orgías) con crisis económica.

“Escogí 1992 porque considero que ese año marca el momento de un declive en la historia de la sociedad italiana”, admitió Eco en una entrevista con el diario Corriere della Sera al referirse a un año crucial para Italia que abrió el camino a la entrada en la política del magnate de las comunicaciones.­

No es la primera vez que Eco inculpa al Cavaliere de ser la vanguardia de una “nueva forma de liderazgo populista-democrático”, como escribió en uno de sus artículos para la revista L’Espresso, aunque en esta ocasión prefirió ilustrarla a través de 200 páginas de ficción, que se inspiran en muchos hechos reales pero también en leyendas, en teorías estrafalarias, que terminan por crear y entrelazar verdades y mentiras.

En el libro, Umberto Eco se divierte cuando –con ironía– aborda el uso del lenguaje y su capacidad para desfigurar o subvertir el sentido de lo escrito o lo dicho, un tema que ha analizado en sus ensayos y que en esta ocasión ilustra con frases hechas y lugares comunes del periodismo, con sus contradicciones y malabarismos lingüísticos.

“El lector no entiende y se espera que lo informen con las frases que está acostumbrado a escuchar”, reconoce Colonna, quien dedica una reunión entera a ofrecer la lista de frases cliché del periodismo italiano, como “en el ojo del huracán”, “salir del túnel”, “un duro revés”, “con el agua al cuello”, “ingente esfuerzo”, “tomar cartas en el asunto”, “el político clama”…

Gracias a los delirios de un redactor paranoico, Romano Bragadaccio, Eco aborda hechos y personajes de los últimos 50 años de historia de Italia, como la organización paramilitar clandestina Gladio, fundada contra la hipotética invasión de la Unión Soviética; ofrece una versión del presunto asesinato del papa Juan Pablo I; revela quiénes son los cómplices de las Brigadas Rojas que trabajaban para los servicios secretos; habla de los tentáculos de la CIA y hasta de la existencia de un falso cadáver de Benito Mussolini con el cual lograron salvar al dictador para que pudiera vivir tranquilamente en Argentina.

En todas estas historias el lector no logrará determinar si se trata de hechos inventados o la descripción de la realidad, según reconoció el mismo escritor.

“Este libro revela a la perfección los mecanismos de la llamada maquinaria del fango, del mal periodismo”, explicó Elisabetta Sgarbi, directora de Bompiani, la editorial que ha publicado la mayoría de las siete novelas y 43 ensayos de Umberto Eco.

Número cero, cuyo título original era Es la prensa, querido, si bien figura entre los más vendidos en Italia desde su lanzamiento a inicios de enero, ha decepcionado a algunos de los lectores de Ibs, página web especializada en literatura, que le reprochan a Umberto Eco la superficialidad en la trama aunque reconocen que de todos modos se trata de una gigantesca metáfora sobre el mundo de la información de nuestros días.

Odiaba los lugares comunes y las frases hechas, y tal vez para evitar las inevitables —“Italia está de luto”, “Ahora somos más pobres”, “El hombre que lo sabía todo”—, el escritor, filósofo y semiólogo italiano Umberto Eco dispuso que la noticia de su muerte, acaecida la noche del viernes a los 84 años en su casa de Milán, fuese acompañada por la de la publicación de un nuevo libro, como una invitación a recoger el testigo de su mirada crítica, a veces divertida y a veces voraz, de ese ensayo del mundo que es Italia. “A la hora de su muerte”, dijo el editor Mario Andreose tras dar el pésame a su familia, “los deseos de Eco eran coherentes con su vida profundamente laica”. Su despedida, por tanto, se celebrará el martes en un acto civil en el Castello Sforzesco, una joya arquitéctonica del siglo XV que el autor de El nombre de la rosa (vendió 30 millones de ejemplares) y El péndulo de Foucault podía ver desde la ventana de su casa.

A la mañana siguiente de conocerse la noticia, los alumnos de Eco se acercaron a la plaza Castello para, silenciosamente, dejar rosas blancas bajo la casa de un maestro que, como escribe Juan Cruz, “era un sabio que conocía todas las cosas simulando que las ignoraba para seguir aprendiendo”. Esa es la clave. Umberto Eco nunca atropelló a nadie con su infinita sabiduría. De ahí que, de todos los artículos laudatorios que publica la prensa italiana, tal vez el que menos chirría con el carácter de Il Professore sea el del periodista Gianni Rotta en La Stampa de Turín: “Filósofo, padre de la semiótica, escritor, profesor universitario, periodista, experto en libros antiguos: en cada una de sus almas Umberto Eco era una estrella internacional, pero con sus estudiantes, lectores, colegas, jamás Eco exhibió la pose snob que tal vez otros escritores sí habrían adoptado de haber publicado best sellers como El nombre de la rosa o El péndulo de Foucault. Umberto Eco reía, se informaba de las novedades y —encendiendo un cigarro— contaba la última broma antes de presentar una nueva teoría lingüística”. Ese, y muchos otros, era el intelectual que ahora despide Italia.

Abandono de la fe

Hijo de comerciantes, Umberto Eco nació en la ciudad piamontesa de Alessandria en 1932. Formó parte activa de los movimientos juveniles de Acción Católica, estudió Filosofía en Turín y se doctoró en 1954 con una tesis sobre la estética de Santo Tomás de Aquino, quien, según publicó entonces en una nota irónica, tuvo mucho que ver con su descreimiento progresivo y su abandono final de la Iglesia católica. Aquella nota rezaba: “Se puede decir que él, Tomás de Aquino, me haya curado milagrosamente de la fe”. Tras doctorarse, Eco se estableció en Milán, participó en un concurso de la RAI —la televisión pública italiana— que venció y que lo convirtió en compañero del periodista Furio Colombo y del filósofo Gianni Vattimo en una aventura siempre enfocada a difundir el mundo de la cultura.

A sus coetáneos les asombraba, como subraya Gianni Rotta, que “un semiólogo, un crítico, todo un filósofo, se ocupase de cómics, o que un profesor predicase que, para entender la cultura de masa, antes hay que amarla, que no se puede escribir un ensayo sobre las máquinas flipper sin haber jugado con ellas”. Durante los años sesenta trabajó como profesor agregado de Estética en las universidades de Turín y Milán y participó en el Grupo 63, publicando ensayos sobre arte contemporáneo, cultura de masas y medios de comunicación. Entre estos ensayos los más conocidos son Apocalípticos e integrados y Obra abierta. El semiólogo también fue catedrático de Filosofía en Bolonia, en la que puso en marcha la Escuela Superior de Estudios Humanísticos, conocida como la Superescuela, porque su objetivo es difundir la cultura entre licenciados con un alto nivel de conocimientos. También fue fundador de la Asociación Nacional de Semiótica, de la que aún era su secretario.

Crisis del periodismo

La última de las obras de su fecunda carrera, Año cero, una mirada crítica del gran experto de la comunicación sobre la crisis del periodismo. La trama de Año cero está ambientada en 1992, un año clave de la historia italiana por el caso Tangentopolis, y se desarrolla en la redacción de un periódico en ciernes donde confluyen todas las plagas que golpeaban el país: la logia masónica P2, las Brigadas Rojas, el fin de una era y la aparición de otra con Silvio Berlusconi a punto de saltar al escenario. Eco combatió a Berlusconi —su antítesis total— de forma frontal, pero a quien le preguntaba si el protagonista turbio de su novela estaba inspirado en el líder de Forza Italia, le respondía: “Si quiere ver en Vimecarte un Berlusconi, adelante, pero hay muchos Vimecarte en Italia”.

Tras su muerte, tanto políticos como intelectuales han intentado apresar su personalidad. Según el jefe del Gobierno italiano, Matteo Renzi, Umberto Ecco fue “un gran italiano y un gran europeo”. Por su parte, el presidente de Francia, François Hollande, se acercó un poco más al referirse a él como un inmenso humanista, que se interesaba por todo y que estaba “igual de cómodo con la Historia medieval que con los cómics”. Como subrayó Hollande, “nunca se cansó de aprender y de transmitir su inmensa erudición con elocuencia y humor”.

En cierta ocasión, Umberto Eco dijo: “El que no lee, a los 70 años habrá vivido solo una vida. Quien lee habrá vivido 5.000 años. La lectura es una inmortalidad hacia atrás”. El viernes a las 22.30, en Milán, frente al castillo Sforzesco, Italia perdió un pedazo de inmortalidad.

SU LIBRO PÓSTUMO APARECE EL PRÓXIMO FIN DE SEMANA

A finales del pasado mes de noviembre, Umberto Eco —junto a Sandro Veronesi, Hanif Kureishi y Tahar Ben Jelloun— decidió fundar una nueva editorial, La nave di Teseo, tras oponerse sin éxito a la fusión entre Mondadori y el grupo RCS. Fue la última batalla de un escritor que desde hacía dos años luchaba contra el cáncer sin perder jamás tres de los rasgos de su carácter: la curiosidad, la ironía y un vaso de whisky . “Ha trabajado hasta el final”, contaba ayer el editor Mario Andreose, “exceptuando los tres últimos días. Escribía y escribía, era un trabajador formidable. A pesar de que desde hacía dos años tenía problemas de salud, continuaba trabajando”. En su libro póstumo Pape Satàn Aleppe —construido a partir de las columnas que publicaba en el semanario L’Espresso—, está, según su editor, “la historia de los últimos 15 años, de ahí su subtítulo: Crónicas de una sociedad líquida”. Dice su editor que hay pasajes que son de una comicidad espléndida, y otros en los que Eco “analiza la identidad del papa