Vida y obra de Huberto Eco
He llegado a creer que el mundo entero es un enigma,
un enigma inofensivo que se hace terrible
por nuestro enloquecido intento de interpretarlo
como si contuviera una verdad subyacente.
Umberto Eco
La Jornada Semanal
“Para sobrevivir, hay que contar historias”, reza una de las máximas legadas por Umberto Eco, el sabio italiano que no cejó un momento en su vocación de narrador –siempre aparejada con la de profuso lector–, a la que fue fiel tanto en su obra literaria como en su labor teórica, durante las seis décadas de su prolífica carrera hasta la muerte, tras una larga batalla contra el cáncer, el 19 de febrero pasado.
Delinear al erudito nacido en Alessandria, Italia, en la región de Piamonte, no resulta sencillo, ya que su constante curiosidad lo condujo por caminos aparentemente disímiles, pero que logró interconectar con maestría. Con un espíritu crítico, una vasta cultura universal y la manía de la precisión, exploró y realizó importantes aportes en literatura, periodismo, estética, lingüística, semiótica, comunicación, historia medieval, filosofía y epistemología, a la manera de los hombres
de espíritu universal del Renacimiento que se abocaban a varios campos del conocimiento a la vez.
Interesado en todo, no se preocupaba por limitar su quehacer intelectual. Se autoconcebía como “medievalista, filósofo, semiótico, lingüista, crítico literario y novelista” y negaba ser un “hombre renacentista”, idea totalmente contrapuesta con el corpus teórico, literario y ensayístico que dejó a su paso, gracias al cual más de uno lo ha descrito como un polímata de los siglos XX y XXI.
“Disfruto la idea de narrar y se puede decir que es un escape de mi trabajo teórico. Pero también satisfago mi gusto por la narración, de ser un contador de historias, cuando escribo mis libros teóricos”, confesó en una entrevista en 2002, quien fuera uno de los pocos intelectuales que logró saltar con desenfado del ensayo científico y su lenguaje altamente especializado, a la novela y su jerga literaria.
La pasión narrativa que fue su impronta vital completó el binomio del frenesí lector que lo convirtió en un bibliófilo total. Gracias a su abuela materna, una ávida lectora que devoraba sin distingo libros de Stendhal o de la baronesa de Orczy de la biblioteca pública, fue que Eco leyó Papá Goriot, de Balzac a los doce años de edad.
El renacentista proustiano
En mayo de 2015, confesó en su última entrevista al diario francés Le Figaro: “Cada mes voy a la gran feria de libros de viejo de Milán y vuelvo a comprar las lecturas de mi pasado. Soy ‘proustiano’: encuentro el sentido de la vida en mis recuerdos de la infancia.” En su departamento milanés resguardaba alrededor de 30 mil libros, la mayoría ediciones especiales y de colección, y en su cercana casa de descanso en Rimini, otros 20 mil.
Su vena narrativo-lectora se trifurcó en los ramales de la novela, la teoría y la academia, en los cuales escudriñó e interconectó, a la manera de un laberinto borgeano, la realidad y la ficción.
Umberto Eco escribió siete novelas, “más que Radiguet, pero menos que Balzac”, según su autocrítica, de las cuales, la puntera fue El nombre de la rosa (1980), la cual lo condujo a la fama a los cuarenta y ocho años y no antes, porque previamente consideraba a “la escritura novelesca un juego de niños que no tomaba en serio”. “Soy un filósofo… Escribo novelas sólo los fines de se-mana”, se cansaba de repetir, pero esa fue la única de las obras del políglota que se tradujo a cuarenta y tres lenguas, la que vendió más de 50 millones de ejemplares y se convirtió en película, bajo la dirección de Jean-Jaques Annaud, en 1986.
El novelista tuvo dos hijos con su esposa, la profesora de arte alemana Renate Ramge, a quienes contaba historias de pequeños; sin embargo, cuando crecieron, se quedó sin público, por lo que decidió escribir una novela. Fue así como surgió El nombre de la rosa, su gran éxito, pero también su gran grillete.
“A veces lo odio”, llegó a decir el filósofo en más de una ocasión. “Soy prisionero de ese libro como lo fue García Márquez de Cien años de Soledad.” Hasta sus últimos años de vida, no dejaron de interrogarlo sobre ese texto en particular, sin tomar en cuenta las demás decenas de volúmenes que publicó de otros temas tan variados como la estética medieval o la historia de la belleza y la fealdad.
Después de esa primera obra literaria, escribió otras seis que podrían clasificarle en lo que él mismo denominó “novela postmoderna”, que puede ser apreciada por cualquiera que guste de una buena historia, pero también contiene “delicias escondidas” para los conocedores, a quienes el autor se refería como “lectores modelo” en otro de sus ensayos; es decir, los más especializados, capaces de comprender por su vasta cultura los fragmentos en latín, italiano o francés sin traducción, así como otras alusiones históricas y filosóficas que introducía en sus libros y ensayos.
Umberto Eco mismo era un “lector modelo”, capaz de recitar de memoria Cyrano de Bergerac, al tiempo de ser uno de los más conocedores del críptico James Joyce o uno de los mejores exégetas de Tomás de Aquino (fue con un estudio estético del filósofo dominico y teólogo medieval con el que se doctoró en la Universidad de Turín en 1954, mismo que publicó en forma de libro dos años más tarde).
Las siete novelas de Eco en realidad son sólo una pequeña muestra de su producción como crítico y científico social. Su trabajo teórico es diez veces más copioso que el literario. Como académico, escribió sobre semiótica, estética, lingüística y filosofía. Estudió los signos y símbolos del lenguaje, así como su uso, al profundizar en la semiótica creada por Roland Barthes. Entre sus estudios más importantes en esta materia se cuentan Obra abierta (1962) y La estructura ausente (1968).
En su faceta crítica, también se interesó hasta el final en el análisis de los medios de comunicación masiva. Apocalípticos e integrados (1965) es un libro que hasta la fecha se lee y analiza en todas las carreras de Comunicación.
El escritor y semiólogo fue nominado más de una vez al máximo galardón de las letras: el Premio Nobel de Literatura, reconocimiento que nunca se le concedió, ni cuando compitió con Dario Fo en 1997, a quien la mayor parte de los italianos consideraban con menos méritos, como consigna el biógrafo intelectual de Eco, Daniel Salvatore Schiffer, en El laberinto del mundo (1997).
El análisis de los fenómenos comunicacionales lo acompañó hasta sus últimos días, cuando no dejaba de reflexionar en torno al periodismo impreso e internet, como se desprende de su última novela Número cero (2015). “Hay un retorno al papel, el papel no desaparecerá, al menos por los años que aún me queden por vivir”, escribió en su último tuit en noviembre del año pasado.
Para el sabio italiano de las múltiples lecturas no quedó preocupación alguna, porque “quien no lee, a los setenta años habrá vivido una sola vida. Y quien lee habrá vivido cincuenta mil años”. Sus ideas permanecerán y propulsarán su eco incluso tras la extinción física, porque “para sobrevivir, hay que contar historias”, algo que conquistó con singular maestría •
BIOGRAFÍA
5 de enero de 1932. Umberto Eco nace en Alessandria, al norte de Italia, en la región del Piamonte.
1954. Se doctora en Filosofía y Letras por la Universidad de Turín con la tesis El problema estético en Santo Tomás de Aquino, que publicó como libro en 1956.
1956-64. Trabaja en los programas culturales de la cadena pública de televisión italiana rai. Durante el mismo período es profesor de la Universidad de Turín.
1959. Consultor en la editorial Bompiani.
1963. Se une al Grupo 63, un movimiento italiano conformado por artistas, músicos y escritores que buscaba nuevas formas de expresión literaria y estética. Ese año inicia también como colaborador del suplemento literario del Times.
1965. Comienza sus colaboraciones con el diario italiano L’Espresso.
1971. Funda la revista internacional de estudios semióticos Versus. Crea y es titular de la primera cátedra de Semiótica en la Universidad de Bolonia.
1975. Es nombrado profesor titular de Semiótica de la Universidad de Boloña.
1966-70. Profesor en la Facultad de Arquitectura de Florencia y Milán.
1992-93. Profesor en la Universidad de Harvard.
1996. Caballero Gran Cruz de la Orden del Mérito de la República Italiana.
2000. Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Caballero de la Legión de Honor francesa.
19 de febrero de 2016. Muere a los ochenta y cuatro años en Milán, Italia.
OBRA TEÓRICA
(entre otros)
1956. El problema estético en Tomás de Aquino.
1959. Arte y belleza en la estética medieval.
1962. Obra abierta.
1964. Apocalípticos e integrados.
1965. Las poéticas de Joyce.
1968. La estructura ausente.
1971. La forma y el contenido.
1973. El signo.
1975. Tratado de semiótica general.
1976. El super-hombre de masas.
1977. Cómo se hace una tesis, técnicas y procedimientos de investigación, estudio y escritura.
1994. La búsqueda de la lengua perfecta.
1977. Kant y el ornitorrinco.
1998. Cinco escritos morales.
2005. La historia de la belleza.
2007. La historia de la fealdad.
2009. Cultura y semiótica.
OBRA LITERARIA
1980. El nombre de la rosa.
1988. El péndulo de Foucault.
1994. La isla del día de antes.
2000. Baudolino.
2004. La misteriosa llama de la reina Loana.
2010. El cementerio de Praga.
2015. Número cero.