Cincuenta años de la novela De perfil

Cincuenta años de la novela De perfil

José Agustín

José Agustín, uno de los escritores fundamentales de nuestro país, cumple hoy viernes 72 años, en coincidencia con el medio siglo que se conmemora de la publicación de una de sus obras maestras: De Perfil, cuyos 50 años se festejarán este domingo 21 a las 12 horas en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, con los comentarios de Juan Villoro, Enrique Serna y Rosa Beltrán.

La Jornada se une al regocijo y reproduce, con autorización de la editorial Debolsillo del grupo Penguin Random House, tres breves pasajes de la novela De Perfil.

Enhorabuena, maestro José Agustín.

Hace siglos que no veo a mi primo Esteban. Un año, más o menos. Lo encontré quién sabe dónde y quién sabe por qué fuimos a su casa. Estaba solísima. Esteban puso aquel disco de tamborazos africanos que tanto me impresionó, y luego, mientras lo veía (sin hacer otra cosa que verlo), habló por teléfono como con diez mil cuates. No recuerdo nada de lo que dijo. Sólo oía el tam taram y el choluga lo puséi o boliga butaluga tam taca taca taramtamtam rrrr pin pon sácatelas de la africaniza. África, ardientes palmeras do changos balancéanse. Pigmeos chiquitititos, bien prietolos, que mascullan con mirada fiera ¿du yu guan anóder cocacola míster? Esteban colgó el aparato. El árbol es altísimo, el cuerpoyerto de E. se balancea sobre la teladeunaraaaaaña: ojosfueradelascuencas, lenguasalida, caramoratada. Qué bruto. Colgó e iniciamos la expedición. Sigilosamente, los pasos suaves, como si nuestros pies estuvieran aterciopelados. La mano en la cintura y nuestras miradas acechantes, a través de la frialdad de la casa, que reproducía con ecos ensordecedores tam taram kyrie eleeeeyson. Subimos por la escalera de servicio, cuidando de no hacer crujir los escalones oxidados, recorriendo el ascenso espiral. –Shhh, una está tendiendo ropa, la otra está al lado. De puntitas, encogidos, rapidísimo, logramos franquear la puerta. Olía a perfume avon. La mirada de Pedro Infante en el calendario nos fulminó, parecía decir: –El séptimo éptimo timo manda mandamiento manda, pero rehuimos la mirada papalescrutadora del Rayo de Guamúchil. –Asómate por la ventana, no se les ocurra ir al pan. Me coloqué junto a la ventanita. Sudando. A lo lejos el pim pum taca taca ta. Lanzaba miradas neuróticas a Esteban, que con silenciosa habilidad, hurgaba entre las cajas, las bolsas, bajo el colchón. –¡Bajo la virgen! –susurré con voz electrizada–, ¡en el cajoncito que está bajo la virgen, al lado de la veladora! Esteban no se persinó. Se desplazó hasta donde le había indicado.

–¡Fíjate, buey! ¿Qué están haciendo? –Platican. La viejita ya dejó de tender. –Chin –musitó Esteban, contemplando el cajón abierto. (Ya casi no se oía el chaca chacachás buga eí lejano.) Sólo había once pesos con cuarenta centavos y una cajita de pasadores desparramados. –Peor es nada –dijimos, y con el botín embolsado (en la bolsa de Esteban), huimos varilmente. Bajamos por la escalera de caracol, tratando de acallar el ruido de nuestros pasos apresurados. Pero los congoleses o kenianos o mozambiqueros ya se oían más fuerte y eso nos tranquilizó. Ya dentro, soltamos las carcajadas antes de repartir el botín. Luego, con jazz y fumando con delicadafruición, pregunté: –¿Qué necesitabas lana? –No –respondió Esteban, ocupado en quitar con los dientes un padrastro descomunal que tenía en el índice–, ¿y tú?

***

Fui hacia el tocadiscos para fumar, saboreando la idea de que al menos Octavio tendría que surtirse de cigarros en otra parte. Además, me sentía incómodo por haberme trajeado. Todo mundo andaba con chamarra y los dos muchachos que vi con saco, no traían corbata. Claro que no cuento a Ricardo, el muy canalla se puso traje completo, pero como andaba enloquecido, nadie le concedía importancia a eso. Un cuate, con cara de quefiestatanfabulosa, me hizo plática y así me enteré de que el conjunto a gogo los Suásticos había grabado su primer LP, y para festejarlo, invitaron a sus amigos los Stinkin’ Suckers, los Bicles, los Descuajirongos y los Jalomarilús, que aún no habían tenido esa suerte pero eran devotos refriteadores de los Beaceps. Hacedor de Plática me informó también que estaban presentes los cantantes solistas (así dijo) Graucho Quiroz, Mela Garro y otros. –Mira –decía–, ése es Jimmy Soto, y el que está platicando con Marcela Torrico es Daniel Lavanda, que grabó Barabirú en cuarenta y cinco hace un mes. El anciano del fondo es don Enrique Valle Villa, amo de la Grabadora Náhuatl; parece que se está ligando a Fanny Cortázar, la de Los novios de mis hijas en versión para cantante de catorce años, pero es una cuentera, ya debe tener los quince. ¿Tienes un cigarro? Aunque ya me había enfermado la idea de convertirme en surtidor oficial de fumables, le di uno, imaginándolo cartucho de dinamita. –Yo toco la batería, pero no he podido formar mi conjunto. Ahorita soy suplente del baterista de los Suásticos, pero el maldito Rudolf no se ha enfermado ni una vez, qué chueco, ¿verdad? Pero ni modo, no siempre hay chance. ¿Tú qué tocas? –Nada –respondí lo más hosco que pude, pero Hacedor de Plática, que era todo un Ricardo en potencia, dijo ni modo, porque de veras quería formar su conjunto para demostrar que los tambores pueden ser el instrumento más suave de la música. –Los congoleses deben pensar lo mismo –dije, recordando el disco de tamborazos africanos que oí en casa de Esteban, mi primo intelectual. –¿Quiénes? –Los congoleses. –No conozco ese conjunto. Oye, ¿quién te invitó a la fiesta? Señalé a Octavio, quien cuba en mano discutía con otros canallas como él. –Ah, el de Guadalajara. ¿Es cierto que cantó en el Hilton? Aclaré, para evitar más preguntas: conocí a Octavio unas horas antes, vive frente a mi casa y desconozco la veracidad de sus hazañas (aunque no tengo motivos para ponerlas en duda). Hacedor de Cháchara iba a seguir hilando sandeces cuando una muchacha bastante potable se acercó, para poner discos. –Hola, Queta –dijo Hacedor de Bemboreces débilmente, sin obtener respuesta. La muchacha colocó un disco y empezó a bailar con un enchamarrado. Hacedor de Plática la vio durante un rato, en silencio, y luego se volvió hacia mí, un poco cohibido. –Es la cantante de los Suásticos. Queta Johnson. Es un tiro, ¿no? –Ya vas. Tras titubear momentáneamente, se levantó de un salto, arguyendo ir al baño. No supe qué camino tomó, pero ya no estaba en la sala. Entonces, puse en tensión mis sentidos al emprender la huida. A cada instante me volvía para cerciorarme si Hacedor Didioteces no andaba por ahí.

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José Agustín, quien hoy cumple 72 años, durante una entrevista con La JornadaFoto Roberto García Ortiz

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(no sé por qué diablos recuerdo la peor quemada de mi vida. Estaba en el Cristóbal, en primero de secundaria. Clase de inglés. El graciosito maestro, balanceando sus grasosas mejillas, exclamó: –Niños –nos decía niños, el canalla–, vamos a tener un breve momento de distracción y sano esparcimiento. ¿Alguien quiere pasar al frente y cantar o declamar?, pero en inglés, ¿eh? Gesto picarón al terminar. Y nosotros: todos callados como idiotas. Al fin se paró Barberi –el barbero de todos los maestros y en especial del tícher– y dijo el padrenuestro en inglés. Aplausos al mamón. Luego, Pijotérez cantó una canción lasallista que el tícher nos había enseñado dos clases antes. Más aplausos. –¿Nadie más? –preguntó Cachete Humano. Entonces, muy sabroso, dando sonrisas, atravieso el salón con atléticas zancadas. Digo: –Me sé una. –¿Tú? –Sí, tícher.

–¿Cuál? –pregunta. –Güer mai rin araun yur nec –contesto. –¿Cómo? Escribo el título en el pizarrón y el benévolo Cachetes corrige: –Ah, vamos, Wear my ring around your neck. Cántala, pues. –Pero necesito coro. –¿Coro? –Sí, coro –insisto–. Bueno, aunque sea uno. El maestro, señalando el nombre escrito en el pizarrón, pregunta: –¿Alguien se sabe eso! Del fondo se alza una mano tímida. Es Robertson, el cuate gringo de la clase. Dice: –Yo. Fue primer lugar del hit parade hace tiempo. Robertson pronuncia a toda madre hit parade. –¿Quieres hacerle coro? –pregunta Supercachete. Robertson asiente, se levanta y luego me pregunta a la discreta: –¿A poco te la sabes? También pronuncia bien el español, el maldito. –Más o menos –digo. –Bueno, ¿cómo te hago el coro? –Fácil –preciso–; mira, yo canto un verso y tú nomás haces tuuuu rutú, ¿la ligas?, tuuuu rutú. –Okay, ya sé cómo. Todos los compañeros nos veían, aguantando la risa porque siempre fui un tarado en inglés y de casualidad se me había pegado la cancioncita. –Empiecen, pues –dice Cachetotes, y agrega–, silencio todos. Porque atrás había una de murmullos horrible. –A la tercera patada –anuncio a Robertson.

Que empiezan las risas a lo descarado. Todos los canallas empezaron a dar patadas como locos. –¡Silencio! –rugió el tícher. –¡Vóitelas! –se alcanzó a oír en el fondo del salón. Torva mirada de Grasicnto Cachete. Enojado, masculló: –¿Qué esperan? Empiécenle. Para entonces ya me estaba cagando del miedo pero me aguanté, como los buenos. Tras dar las tres patadas, troné los dedos para dar el ritmo del rock. Y: –Donchu güer mai rin –Tuuuu rutú –araun yur nec –tuuuu rutú –tu tel di güer –tuuuu rutú –dara chu pi che –tuuuu rutú| Las carcajadas me ardían en los oídos pero seguí, coloradísimo y sudando como jakartiano. –lessin cui –tuuuu rutú –tu sa borsí –tuuuu rutú –donchu güer jalí bai di rin jurlís di nec| Que se interrumpe el canalla Robertson y dice: –Ni se sabe la letra, teacher, la está inventando. Pero ni lo oyeron, todos estaban muertos de la risa, el pinche tícher tuvo que sentarse, a causa de sus carcajadotas. Le temblaban los cachetes, como panderetas. Yo estaba hecho un jitomate, furiosísimo, porque todos los desgraciados –también Robertson– seguían risa y risa y el maldito cachetón no hacía nada por detenerlos, nomás se carcajeaba, agarrando su panzota. Ring, dijo el timbre del recreo y me fui a chillar a los excusados).