La filosofía como un derecho constitucional: ¿por qué y para qué?
Por Gabriel Vargas Lozano*
A muchos les sorprenderá que un importante grupo de profesores e investigadores de filosofía residentes en el otrora df y en diversos estados de la República, haya propuesto a los constituyentes que incorporen explícitamente a la filosofía como parte de la educación de los habitantes, en la nueva Carta constitucional que regulará el estatus de Ciudad de México.
La sorpresa podría traducirse en varios interrogantes: si la filosofía –dirían los sorprendidos– está integrada por sistemas complejos a los que sólo tendrían acceso los especialistas (como Aristóteles, Kant, Hegel, Wittgenstein o Heidegger), ¿qué sentido tiene incorporar su estudio nada menos que en la Constitución? Alguien podría agregar indignado: “¡Pero si la filosofía no sirve para nada! ¿Para qué incorporarla en nuestra Carta Magna?” Finalmente, un crítico más ilustrado podría decir: recuerden el adagio latino primum vivere deinde philosophare, que traducido en otros términos podría ser algo así como: nuestra ciudad tiene muchos problemas económicos, políticos y sociales como para que ustedes estén abogando por la filosofía.
Esos posibles cuestionadores estarían expresando medias verdades. Veamos la primera objeción: en efecto, en la viña filosófica de la historia han florecido una gran variedad de filósofos: unos que son difíciles de comprender (Kant, Hegel, Heidegger, Wittgenstein) y otros que han escrito en forma accesible (Locke, Rousseau, Voltaire, Ortega y Gasset), pero incluso un mismo filósofo tiene obras muy abstractas, como Aristóteles la Metafísica, además de otras por medio de las cuales el filósofo griego proponía a los ciudadanos griegos un sistema político justo para la ciudad estado, como lo hizo en su Política y en su Ética a Nicómaco. Pero esto no es lo importante, no sólo porque siempre habrá quien, en forma solvente, haga accesibles dichas obras, sino porque, de acuerdo con las mejores formas de la pedagogía, de lo que se trata no es de conocer los sistemas filosóficos sino de aprender a filosofar, es decir, a pensar y reflexionar desde una óptica filosófica. De nada sirve saber quién fue Kant, Hegel o Spinoza. Lo que interesa es saber si sus reflexiones pueden integrarse a un pensamiento propio para conocernos a nosotros mismos y la situación en que nos encontramos.
Además, aquellos que creen que la filosofía “no sirve para nada”, definitivamente no lo han pensado en forma suficiente. Mediante un ligero repaso por la filosofía se podría comprender que ha propuesto tesis sobre lo que debería ser la sociedad justa (desde Platón hasta Luis Villoro, pasando por Hegel, Marx y Rawls); ha propuesto utopías (de Tomás Moro a Fourier); ha conformado ramas para el estudio del conocimiento (la epistemología); ha profundizado sobre las formas del pensamiento correcto e incorrecto (falacias); ha estudiado sobre las diversas formas de la experiencia estética; ha propuesto soluciones para los conflictos sociales (Locke, J.S. Mill o Karl Marx) y ha planteado problemas profundos para buscar una respuesta al sentido de la existencia. La filosofía ha estado presente antes, durante y después de los cambios en el conocimiento y en la sociedad. Por lo tanto, el problema no radica ni en la dificultad ni en que no sea útil su estudio, y en cuanto a que existen muchos problemas en nuestra sociedad antes que el tema filosófico, es una cuestión mal planteada. Un ejemplo: uno de los problemas más graves de nuestro país es el de la violencia en todos los órdenes de la vida (violencia intrafamiliar; en la escuela; de género; del crimen organizado…). Se trata de una problemática que convoca a múltiples disciplinas, pero la filosofía (apoyada en la ciencia) ha estudiado el fenómeno y ha llegado a importantes conclusiones (véanse los coloquios titulados Alrededor de la violencia, organizado por Adolfo Sánchez Vázquez y publicados por el FCE, o el coloquio organizado por Jorge Martínez que dio origen a otro libro publicado por Siglo XXI). Estos conocimientos deberían ser enseñados a todas las personas –en las escuelas y fuera de ellas– para que se comprenda qué es la violencia, cuáles son sus formas de manifestación y cómo evitarla en lo posible.
He ahí el punto crucial: el Estado mexicano debería incluir en sus leyes y en sus programas de educación, formas de reflexión filosófica que permitan que las personas tomen conciencia de sí mismas y de su entorno para que actúen en forma responsable. Es por eso que desde la década de los setenta del siglo pasado, un filósofo denominado Mathew Lipman propuso un método para enseñar la filosofía a los niños, que ha sido desarrollado por autores como Oscar Brenifier, Michel Tozzi y otros. La filosofía para niños tiene el propósito de enseñarles a reflexionar en forma lógica, a actuar en grupo para investigar sobre los temas que les preocupan, que son los de la sociedad entera: la desigualdad, el racismo, la discriminación, el acoso, la muerte, el amor, la autoridad, etcétera. Se trata de formar niños con una mentalidad dialógica y fortalecida. Así como a los niños se les enseña inglés y computación, también se les puede enseñar a pensar por sí mismos y a expresar sus ideas y emociones. Desde Lipman hasta nuestros días se ha desarrollado una tendencia que busca practicar la filosofía en múltiples lugares, como son los cafés filosóficos, los hospitales, las cárceles y, en general, en la plaza pública. ¿Cuál es el objetivo? Coadyuvar a la conformación de un ciudadano consciente y democrático. La propuesta de que la filosofía sea considerada por los constituyentes de Ciudad de México tiene un sentido muy preciso y es absolutamente necesaria para buscar salidas a una sociedad sumida en el conflicto y la angustia de los ciudadanos, como la nuestra. Otro argumento: en nuestra sociedad no sólo hay contaminación producida por gases tóxicos, sino también se transmite mucha contaminación visual y auditiva en los medios masivos de comunicación. Es necesario que se escuchen otras voces procedentes de la razón científica y filosófica, pero no sólo por mor de su importancia en sí misma sino por la necesidad de que una sociedad pueda verse ante el espejo de la razón para reformar sus propias estructuras. Si esto no ocurre estaríamos frente a una sociedad autoritaria que sólo tendría la puerta abierta a la irracionalidad y la violencia •
*Profesor-investigador del Departamento de filosofía de la uam-i