El movimiento perpetuo de Francisco Toledo

El movimiento perpetuo de Francisco Toledo

Germaine Gómez Haro

La Jornada Semanal

El autorretrato en la obra de Francisco Toledo ha sido un hilo conductor a lo largo de todo su quehacer artístico y un tema que ha dado abundantes y variopintos frutos.

En diversas ocasiones lo he escuchado decir –a propósito de su pintura– que no soporta repetirse, que ya basta de esto o de aquello, que se aburre y necesita buscar algo nuevo que lo estimule y lo divierta. Y justamente esa inquietud y ese desasosiego, aderezados con una curiosidad infinita, son lo que lo ha motivado a explorar tan diversos caminos y experimentar en las más variadas técnicas, materiales, formas y medios. “La pintura ya me cansó, siempre hago lo mismo”, y se pone a diseñar calcetines, lámparas en papel, objetos en vidrio, joyería, tapices, mosaicos hidráulicos, papalotes, tejidos en hilo de cobre, rejas en hierro forjado, vitrales, figuritas elaboradas en placas radiográficas, entre tantas otras creaciones inimaginables. Pero el autorretrato es un tema recurrente que no se ha agotado, y seguramente no se agotará pues es una de sus obsesiones. Con motivo de su exhibición Naa pia´ (Yo mismo, en zapoteco), que se presenta actualmente en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (iago), conversamos con el maestro acerca de su trabajo reciente, una serie de 120 autorretratos pintados en tela y papel que son muestra de su siempre asombrosa maestría técnica y estilística. Ahí vemos a Francisco Benjamín López Toledo, su identidad oficial. Vemos a Chico´Min, su apodo familiar. Vemos muchas caras del artista: Toledo es muchos Franciscos, Toledo es muchos Toledos. Siempre el mismo, siempre diferente. Pero lo más importante es que vemos pinturas hermosas, exquisitas, sorprendentes, resultado de ese refinamiento que caracteriza su obra plástica. En 2015 se presentó en el Museo de Arte Moderno de Ciudad de México la magnífica exposición de esculturas titulada Duelo, que reunió un centenar de piezas. Pero hace muchos años que no se organizaba una exposición de pinturas como ésta que confirma que el artista es uno de los máximos exponentes del autorretrato contemporáneo a nivel mundial.

–¿De cuándo son estas pinturas?

–Las telas son de este año, los papeles no son de más de un año. Son obras que estaban por ahí arrinconadas y las retomé; tienen intervenciones de varios momentos y las voy cambiando. Se retocan, se borran, se tiran, se recuperan. Siempre es la misma historia de no estar seguro de lo que uno está haciendo. Bueno, tengo que dar el crédito a Manuel Serrano que me preparó unas telas que no absorben mucho y de alguna manera me permiten jugar más, borrar, quitar, y eso me dio el empujón para realizar estas pinturas.

–¿Esa preparación da lugar a una mayor libertad de ejecución?

–Bueno, realmente la libertad no existe. Pero da la posibilidad de una mayor soltura.

–El género del autorretrato se remonta a la Antigüedad y los más grandes artistas de todos los tiempos lo han explorado. Usted lo ha desarrollado a lo largo de toda su trayectoria, ¿recuerda cuándo hizo el primero?

–Tengo autorretratos de los cincuenta, cuando tenía catorce o quince años. No recuerdo bien qué me motivó a hacerlos pero tal vez fue la fotografía. Cuando descubrí la obra de don Manuel Álvarez Bravo en un catálogo en la biblioteca de la Escuela de Bellas Artes me entusiasmé y quise ser fotógrafo. Fotografié muchas azoteas y me tomé fotos a mí mismo en ese momento. Yo vivía entonces en una pequeña pensión y todo eso se perdió.

–Años después desarrolló más en forma el autorretrato en fotografía.

–Sí, eso fue cuando descubrí la Polaroid. Siempre me ha gustado mucho intervenir las fotos. Mientras leo revistas, las dibujo. En aquellos años usaba una punta de grabado para levantar los colores de las impresiones, era algo muy cercano al grabado. Se hacen surcos como en la punta seca y se les pone el pigmento o la pintura y luego se fija. A veces me ponía en el rostro unas rayas para hacer una máscara o colocaba hoja de oro.

–Yo tengo la impresión de que esos trabajos en fotografía tienen un carácter más de experimentación técnica y son quizás más lúdicos, mientras que los autorretratos en pintura implican su confrontación frente a su yo interno. Al mirarse profundamente al espejo, usted seguramente ve muchos Toledos y reproduce Toledos muy diversos: lo vemos ensimismado, soñador, atribulado, reflexivo, melancólico, asombrado, juguetón… ¿Se da conscientemente la operación de plasmar un estado de ánimo?

–No creo que haya una intención de buscar un estado de ánimo, la tristeza, el alma o la psicología. Yo más bien estoy ocupado en pensar en el color, el aguarrás, el secado. No recuerdo haber tenido ninguna voluntad de revelar ningún estado de ánimo.

 –Intención deliberada tal vez no, pero aquí tenemos más de un centenar de Toledos y todos son diferentes, no nada más en cuanto a técnicas y estilos, sino en cuanto a la esencia de su alma. Al menos así los percibo…

–Pienso en los autorretratos de Rembrandt: nosotros vemos la vejez, la tristeza, pero yo siento que él estaba enfocado en su pincel, en su secado, en la materia. Yo le pongo más atención al trabajo que a la cara que estoy viendo, que es la de siempre. Entonces, el tema es sólo un pretexto. Sí he pensado que me gus-taría dedicar más tiempo a todo lo que va pasando en mi rostro, las arrugas, las canas, pero no tengo paciencia. Entonces la barba termina en un manchón blanco. Mis autorretratos no son muy veraces.

 enso que sí son veraces…

–No todos, inclusive hay algunos que son máscaras. Ahora quiero ver si puedo hacer una serie de retratos de los amigos pintores, de los familiares, para ya salirme del tema del autorretrato y ver si eso me lleva a otra cosa. Va a ser más divertido que ver la cara de uno mismo.

–Pero la suya es una cara que cambia mucho: de pronto es insecto, luego calaca, máscara, mono, murciélago, trompo, martillo, felino… Hay intervenciones con mica, hoja de oro y de plata, collage. No hay solemnidad, hay humor y espíritu lúdico. Todo esto hace que nunca sean aburridos, sino todo lo contrario.

–Algo hay de eso, pero yo ya estoy aburrido.

–¿Y cuáles son sus autores de autorretratos preferidos?

–Pienso en el Rembrandt de viejo que está en el museo de Colonia, y en el Bonnard boxeando frente al espejo. También hay algunos de José Clemente Orozco que me gustan mucho, ésos que están emparentados con el expresionismo. Recuerdo que de muy joven me gustaban los autorretratos de Juan Soriano, de Goitia, de Xavier Guerrero. Y hay una pintura de Stanley Spencer donde se retrata con su mujer, los dos desnudos como un par de chuletas, con toda la carne floja. Es impresionante.

 –Sus autorretratos son todos distintos porque usted es muchos Toledos con esa capacidad de hacer tantas actividades tan distintas: la suya es una personalidad caleidoscópica.

–Eso me recuerda a Jorge Dubon que venía y me decía: “¡Ya te pareces cada día más a tus autorretratos!” (ríe) Ese soy yo.

–O cuando Gertrude Stein le reclamó a Picasso que no se parecía nada al retrato que le hizo el pintor y éste le contestó: “Ya te parecerás…” Y usted, ¿se parece a sus retratos?

–Bueno, no lo sé, a veces. Me importa más pensar en el proceso. No me fijo en función del retrato sino en cómo el cuadro puede resultar mejor.

 –He adquirido muchas piezas a lo largo de los años pero también muchas han sido donaciones de los artistas. Nunca tuve el interés de hacer una colección personal.

–Es un hecho que la presencia de esta magnífica colección que ha reunido a lo largo de su vida y que ha puesto al alcance del público aquí en Oaxaca ha dado lugar al desarrollo de un importante movimiento de artistas gráficos locales, un fenómeno único en nuestro país.

–Sí, de hecho ha venido la investigadora Deborah Caplow, quien escribió un libro sobre Leopoldo Méndez, y dice que es un fenómeno muy raro, que en ningún lugar del mundo hay tantos talleres de gráfica como aquí. Ella va a hacer un libro y será muy interesante ver todo lo que se ha hecho en el estado, pues no nada más hay talleres en la ciudad, sino que existen en lugares como Huajuapan, Juchitán y muchos otros más. Y es que la biblioteca del iago también ha hecho mucho bien, ha formado a muchos jóvenes en la gráfica y en la pintura.

La Biblioteca del iago cuenta con más de 50 mil volúmenes y crece día con día gracias a las constantes adquisiciones de las novedades editoriales que el maestro patrocina. Las salas se han multiplicado y es emocionante ver la cantidad de usuarios leyendo y trabajando en estos espacios que invitan al recogimiento.

–Cada vez que vengo a Oaxaca me encuentro con novedades y gratas sorpresas. No había visto en el iago el nuevo taller “El alacrán”. ¿Qué están haciendo aquí?

–Descubrimos que en la Escuela Normal Bilingüe de Oaxaca no hay material didáctico; ni sé por qué la llaman bilingüe, será porque suena más bonito, pero ni salen maestros bilingües ni ellos regresan a sus comunidades. Por lo tanto, buscamos apoyarlos con material y aquí se están haciendo los prototipos. Hace poco leí un artículo en La Jornada donde venían unas decla-raciones de la unicef que decía que en México la edu-cación bilingüe es un desastre porque no se toman en cuenta las comunidades. Con estas maquinitas que tenemos en el taller se pueden hacer cosas modestas y estamos buscando el apoyo de la sep, del iepo (Instituto Estatal de Educación Pública de Oaxaca) o de la Normal para que incluya el material que proponemos y se imprima en tirajes grandes. Las Fábulas, de Esopo, ya se tradujeron al zapoteco, mixteco y mixe e inclusive ya se agotó la edición, y ahorita estamos por traducir “Luvina”, de Juan Rulfo, para que lo incluyan como libro de texto en las secundarias. Pero la idea es que se traduzcan a las lenguas indígenas los libros de matemáticas, de gramática, de geografía regional. Y no sólo eso, se necesitan los maestros que hablen la lengua y regresen a enseñar a sus comunidades. Necesitamos el apoyo de las instituciones oficiales, si no el esfuerzo sólo llegará a unos cuantos. Nosotros solos no nos damos abasto.