Cinco joyas de la arquitectura en Ciudad de México

Cinco joyas de la arquitectura en Ciudad de México

EL PAÍS recorre la capital de la mano de ‘Arquine’, la revista de arquitectura referente en Latinoamérica

DAVID MARCIAL PÉREZ

México

C. PALMA / A. PLASCENCIA

La mastodóntica Ciudad de México es dibujada habitualmente como una maraña urbana caótica y desordenada. También, como uno de los epicentros de la arquitectura moderna. La capital mexicana es sobre todo una ciudad de contrates, donde conviven monstruos de cemento armado con obras arquitectónicas hermosas, equilibradas y funcionales. De la mano de Arquine, la revista de arquitectura de referencia en Latinoamérica, El PAÍS recorre cinco de estas joyas de la ciudad.

Palacio de Bellas Artes CHRISTIAN PALMA

Levantado sobre un antiguo convento en el corazón de los jardines de la Alameda, antigua frontera y hoy cogollo histórico de la capital, paralizado durante años por los balazos de la Revolución, el Palacio de Bellas Artes es una imponente estructura de acero recubierta de mármol blanco en el exterior y gris en las salas interiores. “A Porfirio Díaz estaba fascinado por la arquitectura europea y encomendó la obra a un arquitecto italiano”, apunta Alejandro Hernández, editor de Arquine. Adamo Boari comenzó la construcción en 1904, pero no fue terminado hasta 1934 con el trabajo en el interior de Federico Mariscal. El gusto europeo se mezcla con la modernidad. Boari vivió en Chicago y trabajó en la misma oficina que Frank Llloyd Wright. El Palacio, gran recipiente de la alta cultura mexicana, es una mezcla de referencias clásicas, prehispánicas y art deco.

La Nacional CHRISTIAN PALMA

En la década de los treinta comienza la carrera por ser el edificio más alto de México. La Nacional, con sus 55 metros, estaría durante unos años por encima de todos los demás. Terminado en 1934 y proyectado por Manuel Ortiz Monasterio, también es de estilo art deco, pero más severo que Bellas Artes. Su silueta escalonada recuerda, en versión recortada, la de los rascacielos neoyorquinos de la misma época. En tierra sísmica su robusto armazón de concreto y acero le ha mantenido en pie desde entonces, mientras otros como la Mariscala o Corcuera, posteriores y más altos, quebraron con los temblores.

Edificio Guardiola CHRISTIAN PALMA

Antes de convertirse en unas oficinas del Banco de México, en ese mismo terreno estuvo un club de banqueros de México, antes un club de jockey y antes la casa de un marqués. La Revolución, otra vez, abrió paso a la modernidad. Su creador, Carlos Obregón Santacilia, también fue un arquitecto bisagra. “Empieza con un estilo neocolonial y luego se pasa al art deco. Sus últimos edificios son de un modernismo muy geométrico como en el Nueva York de los 40 y 50”, dice Hernández. Terminado en 1947, Guardiola tiene desde trazos eclécticos, art deco y art noveau, como los faroles y balaustres, motivos geométricos y vegetales de la fachada.

Biblioteca Vasconcelos CHRISTIAN PALMA

La Biblioteca Vasconcelos es uno de los edificios más polémicos y a la vez más celebrados de la Ciudad de México. Se trata de una imponente nave de concreto y cristal levantada sobre casi 40.000 metros cuadrados en una colonia popular, y articulada a través de un juego de plataformas metálicas y colgantes que sirven de estanterías. Casi suspendidos en el aire, los libros miran desde arriba al vestíbulo, donde pende el esqueleto de una ballena gris de 700 kilos. Inaugurada en 2006, recibió fuertes críticas por la supuesta instrumentalización política. Auspiciada en tiempos de Vicente Fox, el presidente llegó a llamarla “la catedral de la lectura”, aunque tardara años en llenar sus estantes con libros y nunca fuera completamente terminada según el diseño inicial de los arquitectos, encabezados por Alberto Kalach. Para Hernández, “aunque el proyecto no alcanzó la escala que se imaginaban, dotó de servicios a una ciudad que no tenía infraestructura y la forma de resolverlo ha dentro fue un acierto”

Torre Banobras CHRISTIAN PALMA

El milagro mexicano, la industrialización tardía y el crecimiento sostenido durante los 40 y 50, supuso también una trasformación de la ciudad. “En esa apuesta por la modernización la arquitectura era una buena carta de presentación. Toda la obra pública fue declaradamente moderna. Se llevaron a cabo la Ciudad Universitaria, carretas, aeropuertos y conjuntos multifamiliares”, apunta Hernández. En 1966, en los estertores de la bonanza, Mario Pani levantó el Conjunto Urbano Nanoalco-Tlatelolco, una gigantesca metamorfosis de mantos de infravivienda a supermanzana para 100.000 habitantes. La Torre Banobras era el faro, el emblema de todo el proyecto funcionalista. Una pirámide de 130 metros de altura de concreto aparente y vidrio. En los últimos dos niveles, hay un carrillón regalo del gobierno de Bélgica.