Celaya – Nat Tha Hi

Celaya – Nat Tha Hi

El mezquital

José Félix Zavala

Entre el olor a tamales del barrio del Zapote, el olor de panadería del barrio de San Juán; el tambor y el teponaxtle marcan el ritmo de la danza ritual, ejercida entre copal y ofrendas de cucharilla, por los habitantes del barrio de Tierras Negras y las voces de los mayordomos del barrio de San Antonio, convocando a los habitantes de este pueblo a la permanencia, por medio de las fiestas patronales.

Los curtidores y talabarteros de la calle de Cañitos, juegan a la fatiga en el barrio de Santiago, recordando con nostalgia las proezas de este pueblo calificado de indómito. Los hilanderos del barrio de San Miguel esperan el paso del tiempo, jugando a los colores, sacados de la grana y la cochinilla, mientras en Tierra Blanca, el barrio se vuelve de músicos, que dejando el pito y el tambor, ejecutan las nuevas formas de alabanza, mientras la cera se vuelve procesión y arte, en el barrio antiguo de la Resurrección.

Así distribuidos en Capullis, los Gumaraes, los Otomies, los Tarascos, van dando forma a la ciudad de los mezquites, a la tierra llana, a Celaya, que por decisión de los invasores, nace un doce de octubre de 1570.

Los bosques de fresnos, sabinos y pirules, van cediendo el paso, se van orillando, para que a los habitantes inmemoriales de esta tierra, levanten la Ciudad Sagrada, comenzando por el Convento Grande de San Francisco; la Ciudad Española, Que. comienza a partir de las Casas Reales en Plaza de Armas; y una ciudad para la resistencia, desde el barrio del Zapote, es Nat Ha Hi, extendido a todos los barrios.

Los nopales, el xoconoxtle, los quelites, el amaranto, la chía, los mezquites, los chayotes, los camotes, forman parte de este pueblo y lo heredan a su tiempo a sus hijos los habitantes de esta ciudad.

Sus constructores ya lo fueron de la maravillosa Teotihuacán, Tula y Tenochtitlan, como nos cuentan sus libros que aun quedan, a pesar de la destrucción masiva de sus bibliotecas, ordenada por el invasor, como sucedió en Tlaltelolco o Texcoco.

Es por eso que la hermosura de El Carmen, San Agustín o San Francisco, la Compañía, San Juan De Dios o el Beaterio, son orgullo y mirada permanente de los hijos de este pueblo, donde las fachadas y la escultura de cantera se vuelven vida y los edificios se levantan piedra a piedra.

De las manos de los ahora llamados indios y de sus tierras brotan, para prosperidad de estos campos, entre azucenas, nardos, alcatraces, claveles y alhelíes. La sandia, los melones, los higos, los membrillos, los duraznos las nueces, más allá compiten: El maíz y el trigo; el chile y el pimiento; la vid y el maguey.

Las haciendas enriquecidas de sus contornos, alimentan a las ciudades mineras: Guanajuato, Zacatecas y san Luis Potosí, mientras los creadores de la civilización, mesoamericana mueren por el Matlazahuatl.

El pueblo de Celaya se riega con las aguas de los ríos Apaseo y San Miguel, se rodea de los cerros de San Martín, Rincón de Tamayo, Ojo Seco y La Gavia.

El Señor del Zapote, se esculpe con pasta de caña, al estilo de Tzintzuntzan y la Inmaculada Concepción, traída de España se viste de lujo, mientras sus habitantes esperan de Felipe IV les sea otorgado él titulo de Noble y Leal Ciudad, documento que llega un 20 de Octubre de 1655.

A la ciudad levítica fueron llegando los frailes: Primero los doctrineros franciscanos, construyéndose la ciudadela, donde junto al Convento; la huerta, el noviciado y el colegio, se levantaron los templos de San Francisco, la Tercera Orden, la de Nuestra Señora del Pilar, la del Cordón, la Capilla De los Dolores y los espacios abiertos para la expresión inmemorial del ritual de los habitantes inmemoriales de estas tierras, obligatoriamente vestidos ahora de manta blanca.

Después en 1597, un 13 de Julio, llegan los frailes carmelitas, fundando su convento y templo, en lo que fueron las casas de Juan Castillo, Fray Sebastián de Hilaron, viene al frente de los conventuales; para 1609 llegan los agustinos, fundando también convento y templo, al frente de ellos está Fray Diego de Aguila, Para 1659 se levanta el templo de la cruz, ya destruido.

Con la construcción de un templo dedicado a Nuestra Señora del Tránsito y un hospital de Curaciones, se establecen en 1623 los Juaninos; mientras que los Jesuitas, en 1719 fundan en Celaya, el templo y convento de la compañía de Jesús, ya destruido, traen consigo la enseñanza del cultivo de la vid.

Se crea la casa para vírgenes pobres, para las nuevas vestales, al frente de este proyecto. Doña Petronila de Santana. Fundan el Beaterio de Jesús Nazareno en 1739.
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Más adelante por 1742 llegan los Mercedarios, precedidos por Fray Fernando Quiroz, levantando un templo. En los rumbos de Cíenega por la Alameda se erige el Santuario de la Virgen de Guadalupe en 1724 y más tardíamente en 1830, se construye el templo dedicado al Señor de la Piedad.

Queda al paso del tiempo, de los artistas y de los constructores, edificada una ciudad sagrada, con 20 templos y capillas, custodiando la religiosidad de esta ciudad y dejando atrás un calendario de fiestas rituales, con el olor a cultos inmemoriales, guardados fielmente por sus pobladores.

El pueblo de San Miguel Octopan, cercano a Celaya, sigue siendo fiel guardián de la tradición mesomericana de la región, las aguas medicinales de Delicias, El Nacimiento y San Miguelito, son la recreación; La Alameda y Plaza de Armas, sus paseos, mientras que la estación del ferrocarril es ya solo un recuerdo grato de una tradición. El paso del viajero, donde el dulce de leche de cabra, en cajetes, se vendía a los viandantes, envuelto en listones de colores.

La cajeta como la conocemos, se comenzó a vender por 1860, en el mesón de Loa Arrieros, del Portal de Guadalupe, estaba fabricada por Pedro Figueroa y los cajetes por Juan Cornejo.

Dentro del contexto de construcciones religiosas realizadas por el arte y la cultura de los habitantes inmemoriales de la región de Celaya, esta la devoción a una imagen de la Purísima Concepción, asociada desde un principio al origen español de la ciudad y Que. fuera donada por uno de los fundadores españoles Marín de Ortega y su esposa.

Cesáreo Munguía, canónigo de la Catedral de Querétaro en 1934, describe a la imagen venerada así:

“Mide de la planta de los pies a la coronilla de la cabeza 1.25 Mts; su actitud es modesta y devota, con aire infantil, aunque majestuoso: El rostro corresponde a una jovencita de quince años; la mirada hacia abajo es apacible y encantadora; La boca risueña con expresión de bondad; La frente despejada; Las cejas, la nariz y la boca son perfectas, como lo es el óvalo de la cara. Es trigueña, viste de túnica y ceñidor y con un manto que cae detrás de ella. La cabellera de color castaño claro y suelta hasta los hombros, mantilla blanca de encaje”

“Esta colocada sobre un mundo rodeado de nubes, entre las cuales destacan unos serafines, al frente una luna menguante y bajo el pie derecho una serpiente mordiendo una manzana, un angelito blandiendo un dardo, al lado izquierdo el sol, bajo las nubes un plinto de plata con una inscripción”

Esta imagen ha sido retocada dos veces, después del incendio que sufriera el altar mayor de San Francisco, el 8 de Diciembre de 1904, por los escultores Diego Almaráz y Braulio Rodríguez, además de que hace algún tiempo le fue quitado el vestido que lleva la talla original.

Así mismo el Convento Grande de San Francisco, con el Convento y su Colegio o Universidad Pontificia, los templos y las capillas anexas, además del panteón, la huerta, la enfermería y el noviciado, hicieron de ese lugar, una ciudadela de donde partió el desarrollo de todo tipo, a la Ciudad de Celaya, aun ahora manteniendo parte de esa monumentalidad y aspecto, aunque dejó de existir mucho de lo que ahí se había hecho y se añadió una plaza.

Pedro González en su “Geografía local de Guanajuato” nos describe los edificios importantes en Celaya en 1903, sin contar los templos, dice “ hay una plaza de toros, hecha de adobe construida por Don Tiburcio Chimal, en el barrio de la Merced; Un mercado semicircular Que. Está en la plazuela del Carmen y el Que. A hora sé esta construyendo en la Plazuela de la Cruz, (mercado Morelos), el cuartel de policía frente a la Casa Municipal, donde están las oficinas públicas, el cuartel de la espalda de San Francisco, seis mesones o posadas para carruajes y peatones y el moderno, amplio y hermoso Hospital Municipal de la calle de Parra…”.

Dentro de un informe rendido al Arzobispo de Morelia en 1904, sobre Celaya, le dicen al prelado: “Las dos más grandes vías férreas de la República, la del Central y la del Nacional, se cruzan en esta ciudad, poniéndolo en fácil comunicación con todas las ciudades principales del país; su importancia agrícola, comercial e industrial, el desarrollo de sus grandes empresas, debido en parte al cruzamiento de ferrocarriles, hacen que Celaya prospere con una rapidez que llama la atención a quienes nos visitan”

Al principio del siglo, sobresale la cantidad de pequeños talleres de hilados, protegidos muy bien por Patricio Valencia y en 1825 se encuentra ya funcionando la fábrica de hilados y tejidos de Lucas Alamán; además de las fabricas de bonetería, cerillera, cigarrera, sombrererías, tenerías, jabones y aguardiente, entre muchas otras, dejando ver el camino de la industria de la región

También es interesante recordar el reloj puesto en la torre del templo de San Francisco, un 25 de enero de 1910, comprado en la relojería La Esmeralda de la ciudad de México. El cronista describe el reloj así: “Mide tres metros, doce centímetros de longitud y corresponde al número de fabricación 12 bis. Esta maquinaria tiene escape especial de fuerza constante, lo Que. Asegura una marcha invariablemente exacta. La péndula compensadora es de tres varillas y con pirómetro indicando las variaciones del metal. El reloj está acabado con una repetición de bolsa y las paletas del áncora llevan piedras duras. Las carátulas miden un metro cincuenta centímetros y están hechas de cobre esmaltado”.

Celaya entra a la modernidad del siglo XX, sucede a la ciudad levítica una nueva ciudad que la describe así el cronista: “ Tiene tres teatros, más de diez hoteles y casa de asistencia, cuatro establecimientos de baños con tina, tanque, regadera, turco y ruso; jardines y parques hermosos, calzadas y monumentos vistosos; una sucursal del Banco Agrícola y otra del Banco Nacional; Magníficas tiendas de ropa, calzado y abarrotes; Un mercado bien abastecido…”.

Celaya no se entiende sin la sensibilidad de sus hacedores, los pueblos mesoamericanos, los otomìes y chichimecas, que pensando en la grandiosidad de su cultura, poco podían hacer para volver a su cultura y sus ritos, pero a mediados del siglo XVll y hasta nuestros días su arte dejado en esta ciudad enorgullece a propios y extraños.

Son las muñecas de cartón, las monas, los caballitos y las máscaras. Los judas y las mojigangas, predecesoras de las grandes esculturas que adornan fachadas y torres de Celaya. Del carrizo y del cartón del modelado y del yeso han hecho de los mitotes, de las fiestas de Todosantos, de la fiesta del Corpus, de la semana santa, Que. Celaya sea visitado y admirado por el arte del “indio”, vuelto juego.

Los frailes carmelitas trajeron el agua a la ciudad en sus fuentes, Longinos Nuñez edificó el Puente de las Monas, como hiciera poco antes Tres Guerras con el Puente de la Laja, obras de arte donde descansa la vista del celayense.

Mientras Que. los tranvías tirados por mulas, que recorrieron por años la ciudad, del Jardín a la Estación. Los había de bancas movibles, para pasajeros, para pompas fúnebres o de carga. Recordar el primer sitio de coches de alquiler, las famosas Calandrias, saliendo de frente al templo de San Agustín.

Esos fueron los pasos tímidos hacia el progreso, dejando un grato recuerdo para los hijos de este pueblo, evocando el ayer, aumentado el amor por la matria, al conocer y reconocer en sus calles la historia y haciendo recobrar el habla a los edificios y calles con las que topamos.

Cómo un mero ejemplo, tenemos el templo de San Francisco, siempre majestuoso, en forma de cruz latina, ocho bóvedas de arista, al centro y bajo el tambor cuatro pechinas, cúpula, catorce ventanales, barandales en todo el cornisamento del templo, coro con sillería, un órgano Walker. Once altares y junto a este templo su convento, El Convento Grande, y la Universidad Pontificia, donde sus Lectores comenzaron con la enseñanza de la gramática en un claustro de dos niveles, amplios corredores, elegante arcada, escalera monumental, una fuente cantarina, una magnífica sala De Profundis, El jardín de los Naranjos. Todo un orgullo celayense.

Otro maravilloso ejemplo es el convento y el templo del Carmen, con sus antiguas capillas llamadas de San José de los Labradores o la de la Madre Santa Teresa o esa arraigada devoción al Señor de la Escalera o la escultura de San Plácido y las grandes esculturas celayenses a lo largo de la nave central del templo: El Apostolado, el Divino Preso, Angeles de adoración, y los santos patrones: San Elías, San Juan De La Cruz y Santa Teresa De Avila, además de las imágenes de la Virgen del Carmen, bellísimas.

Ya nadie recuerda el día en Que. se inauguró el templo, con aquel paseo con el Santísimo en manos de Dean, seguido por los prelados, el clero y las autoridades, las gentes de los barrios, las cofradías.

Pasearon por frente al Beaterio, la Parroquia, La tercera Orden, La Compañía, regresaron por la Plaza Mayor y la Calle Real, dando vuelta por la calle de San Francisco Antonio De Linares, dejando un sabor a fiesta inigualable.

Celaya, donde el soldado de Hernán Cortés construyera su casa, Que. Después fuera de su hijo el Marques Francisco Frías Bocanegra, luego La casa del Diezmo, después el hotel Solís y posteriormente el Banco Agrícola. Hoy en día el Archivo Histórico Municipal y Centro Cultural.

Celaya, juzgado de letras, curato, escuela para niños y niñas fundada por Emeteria Valencia. Celaya la del dulce envuelto en cajetes, papel de china y listones de colores. Celaya la de las muñecas de cartón. Celaya la de las pacharelas en Tierras Negras. Celaya la del Señor del Zapote, el Señor de la Piedad y la Virgen de la Inmaculada.

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