La Jornada Semanal
En la tarde del 29 abril de 1975, un helicóptero despegó del techo de la embajada de Estados Unidos en Vietnam; llevaba dentro a los últimos estadunidenses que aún quedaban ahí. Esa mañana, las tropas del norte habían tomado la capital, Saigón, y el general Duong Van Ming se había rendido marcando, con una última gota de sangre, el punto final para una guerra eterna, mesiánica, absurda y salvaje que había empujado a Washington a la orilla de la locura. Al corazón de las tinieblas.
Tres semanas antes, un día después de su cumpleaños treinta y cinco, Francis Ford Coppola recibía su tercer, cuarto y quinto Oscar por El Padrino ii (1974), convirtiéndolo en el director joven más respetado del cine anglosajón desde Orson Welles. Antes de cumplir cuarenta, Coppola acumulaba cinco Oscar, una Palma de Oro en Cannes por La conversación (1974) y una empresa propia, American Zoetrope, que había puesto a realizadores independientes y jóvenes a jugar en la misma liga que los grandes estudios.
Era también el cineasta más acaudalado de Hollywood, con un imperio personal que incluía al menos seis propiedades en cuatro estados incluyendo un viñedo en el Valle de Napa, además de ser copropietario de una estación de radio, una revista, dos aeronaves y de la sala Cinema 7 en Nueva York, bautizada así porque su cumpleaños es el 7 de abril. Su ego, incluso, alcanzaba para inducir a las productoras a estrenar sus películas cerca de ese día, como un regalo personal.
Con una personalidad así –megalómana, autocrática, intensamente creativa– cabe pensar que si Coppola hubiera sido el general al frente de la invasión vietnamita, Nixon y Johnson habrían ganado su guerra. En lugar de eso, el cineasta eligió usar a Zoetrope como artillero para librar su propia guerra: un segundo Vietnam hecho a la medida de sus ambiciones. No había un solo productor en Hollywood dispuesto a involucrarse en una película sobre el tema, que era una herida infectada que seguía abierta en el pecho estadunidense. Ni siquiera el prestigio dorado de Coppola alcanzaba para abrir las puertas.
Apocalypse Now era un guión escrito por John Milius en 1969, inspirado en la novela colonialista de Joseph Conrad, Heart of Darkness (en español, rebautizada como El corazón de las tinieblas). Entre los productores de Los Ángeles, el proyecto tenía la misma fama repelente que una cabeza de caballo cortada entre las sábanas. Con los derechos adquiridos por Zoetrope, Apocalypse Now estaba planeada como una película en 16mm y en blanco y negro dirigida por George Lucas, quien con thx 1138 (1971) y American Graffiti (1973), ambas producidas por Coppola, le había dado a la empresa sus primeros éxitos populares. Sin embargo, la amistad juvenil entre ellos se fracturó cuando Lucas anunció que abandonaba el proyecto para aceptar el contrato que 20th Century Fox le ofrecía para dirigir su guión juvenil sobre guerreros galácticos: Star Wars.
Para Coppola, Lucas había abandonado la alianza rebelde para abrirle los brazos al Imperio –con perdón por el mal chiste–, y Apocalypse Now se convirtió en su siguiente proyecto, uno en el que invertiría 12 millones de dólares de sus propias ganancias inmobiliarias durante catorce semanas de rodaje, regresando a tiempo a California para estrenar el 7 de abril de 1977. Ese era el plan inicial, y lucía tan sencillo como sencilla parecía la primera invasión a Vietnam: llegar, vencer, volver. El resultado sería igual de infernal.
Dos años después, a inicios de 1979, Apocalypse Now se acercaba a los trescientos días de rodaje y ya había rebasado los 40 millones de presupuesto. Como Lyndon b. Johnson, Richard Nixon y el coronel Kurtz imaginado por Conrad, Francis Ford Coppola había sido devorado por el espejismo de la jungla. A falta de noticias fiables sobre la cinta, la prensa de Hollywod se deshacía en titulares burlones como: Apocalypse When? (¿Apocalipsis para cuándo?), Apocalypse Never (Apocalipsis jamás), Apocalypse Now and Then (Apocalipsis ahora sí, ahora no).
Como locación, Coppola, su director de arte de cabecera (Dean Tavoularis) y el cinefotógrafo Vittorio Storaro habían encontrado que la isla de Luzón, en el archipiélago de Filipinas, reunía las condiciones de flora, luz, presupuesto y geografía para convertirse en un Vietnam recreado. Pero había una razón más importante: en 1976, Luzón y todo el territorio filipino estaban bajo el dominio del dictador Ferdinand Marcos y su esposa, Imelda, cuyo cruel régimen anticomunista contaba con el respaldo de Washington.
La familia Marcos fungiría como coproductora en la sombra para la cinta, permitiendo facilidades insólitas que incluían el uso libre de todos los helicópteros militares mientras no fueran requeridos por el ejército filipino, o el acarreo de pobladores rurales que sirvieran como extras en las célebres secuencias de bombardeos al ritmo de Wagner.
A pesar de ser uno de los rodajes más documentados del siglo, es difícil saber a ciencia cierta si Coppola estaba al tanto de los crímenes cometidos por la dictadura de su benefactor, o si prefería desviar la mirada mientras las condiciones le permitieran rodar. Después de todo, estaba librando una guerra propia que cada vez se parecía más al Vietnam original y a la locura imperialista descrita por Conrad. Lo supiera o no, es un hecho probado que Coppola y American Zoetrope, en su huida por escapar de la autocracia de los estudios californianos, le habían dado la mano a un mecenas más tenebroso: Willard había encontrado a su Kurtz.
El corazón y sus tinieblas
Quizá no haya motivo para ocupar estas líneas con un recuento de las cosas que, cuatro décadas después, son parte de un mito: el guión que se escribía y reescribía cada mañana; los escenarios de veinte millones destruidos por un tifón; el infarto de Martin Sheen, el abrupto despido de Harvey Keitel; la tensa relación entre Coppola y Marlon Brando, mucho menos respetuosa que la de El padrino y más parecida a la de dos toros en brama.*
En sus libros, Peter Biskind recoge testimonios que no por delirantes parecen menos ciertos: Dennis Hopper lanzando un colchón en llamas por la ventana o el hecho de que la oficina de la producción en el centro de Manila estuviera instalada en la parte alta de un burdel, así como las constantes excursiones de la producción a la bahía de Subic, en donde estaba instalada la base fija de la Séptima Flota estadunidense y también, según Biskind, un grupo de sexoservidoras filipinas.
¿Se daba cuenta Coppola, mientras todo ocurría, que las fronteras entre el rodaje y el libreto eran cada vez más delgadas? En Notes On The Making of Apocalypse Now (Limelight Editions, 1979), su diario durante el rodaje, Eleanor Coppola describe a su marido en los mismos términos en que el narrador de Heart of Darkness habría descrito a Kurtz: “Es una especie de frenesí. Si digo algo en contra, lo toma por desaprobación, deslealtad o celos. Siento como si le faltara cierta capacidad de discriminación, esa sutil [tachado] que traza la línea entre lo que es visionario y lo que es locura. Estoy aterrorizada.”
Pero la inteligencia de Francis Ford debió bastar para advertir las crecientes similitudes entre lo que sucedía en torno suyo y la historia que intentaba contar. De hecho, es probable que el paralelismo lo estimulara a seguir. Después de todo, para entender el corazón en tinieblas de Kurtz nada mejor que erigirse él mismo como una deidad en medio de la selva, que trataba a su equipo de producción como un sátrapa al tiempo que los arropaba, convenciendo a todos –menos a su esposa, al parecer– de estar dejando una marca profunda en el curso del arte. Y tenía razón. Sin embargo, cada paso en falso era una invitación al fracaso, y el hecho de que cuarenta años después Apocalypse Now sea uno de los monumentos más perdurables del cine también tiene algo de accidente. Bien pudo ser el fracaso más caro de su tiempo y también el más paradójico, pues Vietnam se habría perdido dos veces.
Apocalipsis aún
Si Apocalypse Now puede hoy dialogar con la sociedad estadunidense –y global– cuatro décadas después, es por el mismo motivo que impulsa al colonialismo a fabricar nuevos Vietnam en Iraq, Afganistán, Ucrania, Siria o donde se ofrezca. Es una amarga coincidencia que el lanzamiento de Apocalypse Now Redux (2001) casi coincidiera con los ataques del 11 de septiembre y la posterior ofensiva en Medio Oriente. Este año, el estreno
de un tercer montaje anunciado como definitivo, está enmarcado por la psicosis nacional más aguda en Estados Unidos desde Vietnam. El presidente Trump podrá no tener idea de quién es Richard Wagner, pero es evidente que disfruta el aroma del napalm en la mañana, ese olor a gasolina que, desde Twitter, le huele a victoria.
Más allá de coyunturas políticas, agendas ideológicas o coincidencias de una historia que se ha repetido, primero como tragedia y mil veces como farsa, Apocalypse Now permanece a la vista de cada nueva generación porque es un cuento universal sobre las tinieblas atemporales que anidan en el corazón de cualquier pueblo, colonialista o colonizado, vencedor o vencido. Pocos relatos son más antiguos y resonantes que el de un viaje río arriba que conduce a un destino desconocido: ¿la muerte? ¿la verdad? ¿la guerra? ¿la paz? ¿el horror, el horror, el horror?
Apocalypse Now se estrenaría en mayo de 1979 como un work in progress en el Festival de
Cannes, en donde daría a Coppola su segunda Palma de Oro, siendo el segundo director en
la historia del certamen en repetir la hazaña. Apenas unos meses después, los fulgurantes años ochenta abrirían la puerta de los efectos computarizados, dejando a la cinta como el último gran testimonio de ese cine desmesurado, faraónico y fitzcarráldico en el que todo lo que vemos en pantalla –enjambres de helicópteros, montañas infinitas, tigres al acecho, junglas devoradas por las llamas, miedo en los ojos– está ahí de verdad, sin trucos digitales.
En los años que siguieron, los amos del dinero en Hollywood empezaron a recorrer el sendero abierto en solitario por Coppola, y las grandes producciones sobre Vietnam arrojaron piezas de mérito tan alto como Pelotón (1986), Cara de guerra (1987), Nacido el 4 de julio (1989) y, claro, también Rambo (1982). Pero ninguna de esas visiones parece acercarse tanto al abismo como Apocalypse Now, una jungla sembrada de cadáveres que todavía hoy asfixia y embriaga a quien acepta la misión l
*Aunque la aspereza entre Brando y Coppola ha sido una leyenda negra replicada por la prensa y alimentada por el vox populi, Coppola la ha desmentido y lamentado estos rumores con posterioridad. No obstante, como en muchos otros aspectos en torno a la cinta, el mito ha resultado más perdurable. En honor a la verdad, consignamos aquí ambas versiones.
Nota: parte de la información contenida en este texto fue aportada por Gonzalo Lira Galván, mediante una entrevista con Francis Ford Coppola durante el pasado Festival de Tribeca. Con agradecimiento.