Manuel Enside
El País
Una mañana de un domingo otoñal de 2017, el anticuario David Barrós madrugó mucho para llegar de los primeros al Rastro de Madrid. Barrós, un barcelonés de 42 años con barba frondosa, gorra irlandesa y gafas de pasta, se quedó petrificado en su primer paseo. Una familia de chamarileros había descargado de su furgoneta cientos de libros de finales del siglo XIX y comienzos del XX, que se apilaban sobre la acera con el lomo hacia arriba. Barrós, nervioso, empezó a hojear los volúmenes. Uno de ellos, El abismo blanco, del uruguayo Miguel Becerro de Bengoa, incluía una dedicatoria del propio autor firmada en 1931: “Para don Santiago Ramón y Cajal, gloria del mundo y orgullo de España”. Aquellos libros tirados por el suelo del Rastro procedían de la biblioteca del hombre que ganó el Nobel de Medicina en 1906 por desentrañar el funcionamiento del cerebro humano.
“Fue emocionante, era como encontrar un tesoro a lo Indiana Jones”, rememora Barrós. Aquella mañana, los chamarileros también exponían dos retratos al óleo, del propio Cajal y de su esposa Silveria Fañanás, y otros objetos de apariencia decimonónica, como una chistera, un maletín de médico y un bastón de dandi. Al lado de Barrós, otro señor parecía interesado en los libros. “Había 500 o 600. Era algo especial. Tenían magia. Empecé a hacer una pila con los que estaban menos destrozados y compré todo lo que pude. Pagué unos 300 euros por 80 libros, muchos de ellos con anotaciones del propio Cajal”, explica. «No sabían lo que tenían entre manos».
Libro dedicado a Cajal en 1931 por el escritor uruguayo Miguel Becerro de Bengoa.
Libro dedicado a Cajal en 1931 por el escritor uruguayo Miguel Becerro de Bengoa. CALAVERA BARRÓS
Barrós y su socio César Calavera son “cazatesoros”. Recorren los mercadillos en busca de joyas despreciadas por ignorancia y luego las revenden por Internet, a coleccionistas o a museos. Tras los 80 libros cajalianos, negociaron un precio más alto por el resto del lote. Ya han revendido todo, excepto el maletín médico, etiquetado con los apellidos Ramón y Cajal y a la venta en la web Todocolección.net por 700 euros.
El antiguo palacete de Cajal está siendo troceado en pisos de lujo después de que sus herederos lo vendieran
La rocambolesca historia que acabó con cientos de libros y objetos de Cajal en el Rastro arranca en el número 64 de la calle Alfonso XII, donde el científico se hizo construir un palacete en el que vivió con su familia desde 1912 hasta su muerte en 1934. El edificio, majestuoso, también fue su laboratorio. En una ocasión, desde su ventana cayó un ojo de un feto con sífilis que el investigador había puesto al sol en el alféizar.
El palacete —en el que durante un siglo vivieron diferentes familiares y que acabó siendo propiedad de ocho herederos— era perfecto para levantar un museo estatal, similar al creado en el taller madrileño del pintor Joaquín Sorolla. Pero los ocho descendientes, muchos de ellos acuciados por inasumibles costes de mantenimiento, decidieron venderlo el 24 de noviembre de 2014. La promotora inmobiliaria Nuevo Concepto, tras un largo tiempo de cortesía para vaciar el edificio, empezó en 2017 las obras para trocear la mansión en seis pisos de lujo, a la venta por 3,2 millones de euros cada uno. Esta semana, los albañiles seguían trabajando en el inmueble.
Fachada del palacete de Cajal el pasado 4 de septiembre, todavía en obras.
Fachada del palacete de Cajal el pasado 4 de septiembre, todavía en obras. M. A.
Teresa Ramón y Cajal, bisnieta del ganador del Nobel, vivió de niña en el palacete. Su padre, Santiago Ramón y Cajal Junquera, y su tía Angelines fueron dos de los últimos tres nietos vivos del sabio y los últimos ocupantes del caserón. Los dos, octogenarios y enfermos, se acabaron peleando. Ella quería vender y él no. “Mi padre luchó con uñas y dientes para que no se vendiera, para nosotros fue muy triste”, afirma Teresa, oncóloga del hospital barcelonés de la Santa Creu i Sant Pau.
Santiago Ramón y Cajal Junquera murió a comienzos de 2017, tras una vida consagrada a la medicina. Aquel mismo año, el neurocientífico Ricardo Martínez, director del Instituto Cajal del CSIC, fue a visitar a Angelines, que estaba ingresada en una residencia. Era una superviviente de otra era. Allí, la nieta de Cajal le contó que había dejado a su cuidadora ecuatoriana a cargo de vaciar el palacete y trasladar los últimos objetos a un piso antes de que comenzaran las obras. “Pásate y mira a ver si te interesa algo”, le dijo Angelines a Martínez, según recuerda él mismo. Fue inmediatamente para allá.
Un retrato al óleo de Silveria Fañanás vendido en el Rastro (derecha) aparece también en una foto antigua de Angelines (izquierda), la nieta de Cajal, en su palacete.
Un retrato al óleo de Silveria Fañanás vendido en el Rastro (derecha) aparece también en una foto antigua de Angelines (izquierda), la nieta de Cajal, en su palacete. CALAVERA BARRÓS
“Cuando llegué al palacete, en la calle había dos contenedores de obra llenos de cosas: libros, muebles, otros objetos. Cinco o seis operarios habían comenzado ya las obras. Había un batiburrillo y pude salvar lo que pude cargar”, recuerda Martínez, cuya institución custodia las 22.000 piezas del llamado Legado Cajal, el grueso de su producción científica y artística.
Teresa Ramón y Cajal reconoce muchos de los libros y objetos que acabaron a la venta en el Rastro de Madrid. “Estaban en casa de mi tía Angelines”, confirma. En el palacete, la familia directa de Teresa ocupaba un espacio de 400 metros cuadrados, mientras que su tía, fallecida en 2018, vivía en una vivienda similar con puerta independiente. En los últimos años, el caserón estaba prácticamente en ruinas. “Llegaron a dormir vagabundos”, recuerda la bisnieta, que también menciona un misterioso robo en el otoño de 2015. “Mi propia madre encontró a un hombre en la escalera, le preguntó qué hacía allí y él le contestó que estaba cogiendo libros porque la puerta estaba abierta. En realidad, la puerta de Angelines estaba reventada”, afirma Teresa. “Nadie lo denunció a la policía”.
Notas de Cajal en el libro ‘Evolución y revolución’, del francés Élisée Reclus.
Notas de Cajal en el libro ‘Evolución y revolución’, del francés Élisée Reclus. CALAVERA BARRÓS
El investigador Juan Antonio Fernández Santarén, de la Universidad Autónoma de Madrid, empezó en 2008 a buscar las cartas originales de Cajal. El resultado de sus pesquisas, un monumental Epistolario publicado en 2014 en La Esfera de los Libros, incluía una frase escrita por Cajal en un pequeño trozo de papel hallado en su palacete: “Si existe la inmortalidad para el sabio, debe de ser un tormento y llegará un día que le pedirá a Dios la muerte al ver los abusos, los robos que se cometen con sus descubrimientos”.
¿Tienes más información sobre este caso u otros similares? Escríbenos a manuel@esmateria.com
FE DE ERRORES