Por José Félix Zavala
“…Todos los santos ángeles y arcángeles, todos los santos patriarcas y profetas, todos los santos apóstoles y evangelistas, todos los santos mártires, todos los santos pontífices y confesores, todos los santos doctores, todos los santos sacerdotes y levitas, todas las santas vírgenes y viudas, Rogad por Ella…”
María Olvera, “Mariquita”, así la llamaron toda la vida, murió hoy, había pasado sobradamente los cien años, parte de ellos los vivió en una de las casonas viejas del Portal Quemado, en La Plaza de Armas, venida a menos rentó una casa al sur de la calle de Cinco Señores, junto con sus hermanas Luz y Natalia, que fueron muriendo en el transcurrir de esta penosa lucha y hace unos días, contra su voluntad, fue llevada al asilo de ancianos, de allí se fue.
Dedicó su niñez, su juventud, la vida entera a cumplir un voto ofrecido, no lo sé bien a bien, ni cuando, ni como, sobre esa virtud católica, llamada “Castidad”, en su mirar apacible y claro, sé notaba el triunfo que tuvo siempre sobre ella.
Para las Cenobitas, de los muchos conventos cercanos, nunca existió María Olvera, pasó desapercibida, quien como ellas, estuvo permanentemente a la espera del Esposo Divino; Los Levitas de este pueblo, que son muchos, no volvieron a la casa de Mariquita, desde aquellos días del año 1929 en que los escondía en su casa, para que no fueran asesinados. Ella lo contó siempre, pero nunca hubo un reproche.
Un canto gregoriano, en voz de monjes benedictinos de Solesme, susurra las letanías de Todos los Santos, mientras mi pensamiento vuela al recuerdo, retrocede y el poeta habla:
“…y no tenias el gesto agrio de las solteronas porque tu virginidad fue como una preñez de muchos hijos…”
Mariquita, virgen antigua, consagrada, que debieron enterrar de blanco, en sus nupcias definitivas, siempre casta, limpia. Cuanto me duele su ausencia y la falta de esa caja blanca a la hora de depositarla sobre el campo santo, no se pudo conseguir ninguna usada, era demasiado pobre para que alguien advirtiera su deseo, fue su sueño me lo contó innumerables veces, en ese arrullo con el que me cobijó cuando niño.
Mi casa cerca de la suya, cada vez que miraba su ventana, chocaban mis ojos con un letrero pegado tímidamente en el cristal “En esta casa se venera a la Madre de Dios”, ¡ Cuanto hubiera dado por entenderlo entonces ! Por saber de cierto el significado.
Su modelo en la lucha por conservarse siempre sin tacha, siempre virgen: La Inmaculada Concepción, claro, la del dogma proclamado por Pío lX en 1849, la defendida por el teólogo franciscano Juan Duns Scoto, el famoso doctor sutil, la pintada por Murillo hasta el cansancio, la Madona de San Ildefonso, la descrita por Dante en su Divina Comedia.
“… de tu ira, de las penas del infierno, de todo lo malo, de la potestad del demonio, por tu nacimiento, por tu cruz y pasión, por tu muerte y sepultura, por tu gloriosa resurrección, por tu admirable ascensión, por la gracia del Espíritu Santo Consolador, en el día del juicio. ! líbrala Señor ¡
Largo y pesado su caminar, son ya cien años, el recorrido de Cinco Señores al Convento Grande de San Francisco es fatigoso, nadie le hablaba, todos la mirábamos a lo lejos, a nadie confiaba su secreto, ese de vivir largamente casta, su cuerpo entregado al Divino Esposo, como las vírgenes prudentes. Muy arrinconada pasaba los jubileos de “ las cuarenta horas ”, mirando sin parpadear por largos momentos la Hostia, las madrugadas eran suyas, todos habían huido, era la hora de la intimidad.
“…exijo que los ángeles te tomen y te conduzcan a la morada de los limpios debiste llevar azahares el ultimo día…”
¡ Tesorera del cielo, Llave del paraíso, Esperanza de los desesperados, patrona de las Galias, Reina de la Iberia, Madona de Italia, Emperatriz de Oriente y Occidente, estas jaculatorias en boca de Mariquita derramaban frescura, la frescura de quien pronuncia el nombre amado, de quien busca aliento en la esperanza, compañía ligera en la soledad.
“…virgen desposada en un cementerio que la muerte recoja tu cabeza blandamente…”
Mons. Florencio Rosas, Cura, Rector, Arcediano, Maestro, Benefactor, Asceta el hombre de su tiempo, El Padre Rositas, su maestro. Lo nombraba frecuentemente en sus conversaciones.
“juntar un dinerito” para “mandar” decir una misa de esas que ya no se usan, “doble, semi doble, simple, de feria, de vigilia, votiva,” esas misas que comienzan retebonito, era su delicia, la motivación, el aliento
“ … subiré al altar de Diosdel Dios que es la alegría de mi corazón¿ Por que te abates alma mía?¿ Por que té llenas de turbación?Te suplico Señor borres nuestras iniquidadesPara que merezcamos entrar con alma puraEn el Santo de los Santos …”
Que lejos estaban de su pensamiento, Lutero, Calvino, Zuinglio, Enrique Vlll, el famoso sermón contra las indulgencias. ¡ Tantas había ganado! Que nadie puede quitárselas ahora, en el momento de la muerte, son el pase a la eternidad.
En su agonía, lo sé, lo supe siempre, estaba Thomas de Kempis con su “Imitación de Cristo y menosprecio del mundo”, todo buen asceta como era Ella tenia por necesidad que recurrir a esa lectura.
Suyos también y muy cerca los “Ejercicios espirituales” de San Ignacio, escritos en Manresa ¡ no faltaba mas ! Publicados en 1534, aprobados, claro, por el Sumo Pontífice. Yo también durante mi juventud caí en ese garlito, muchas veces medité sobre las postrimerías, muerte, infierno y gloria.
“… extínganse en ti todas las malas obras, por la imposición de estas manos nuestras y por la invocación de todos los ángeles, arcángeles, mártires, confesores vírgenes y todo lo que es santo y que por esta santa unción y su gran misericordia, tenga el Señor Piedad de los pecados, que cometiste con los ojos, los oídos, el olfato, el gusto, el tacto…”
El sacerdote que la ungía estaba lejos de conocer la santidad, el triunfo secreto de quien había ganado la batalla, de quien había corrido la carrera, ella no necesitaba de esos intercesores terrenales, había cumplido.
Miró el mundo desde un rincón de su casa en las calles de Pasteur sur 60, y desde allí fue una gran misionera, como lo fueron Pedro y Pablo, Andrés y Bernabé, en Italia y Grecia, Indalecio en España, Dionisio en Francia, Patricio en Inglaterra, Bonifacio en Alemania, Cirilo en Rusia, Simón y Judas en África, Francisco Javier en la India y Japón, ella fue tan grande como el que más, pero desde su ventana.
“ …Líbrame Señor de la muerte eterna en aquel terrible día cuando se conmoverá toda la tierra y el cielo día aquel de calamidades y miserias día en que todo ruego será inútil aun el del coro de los justos… “
Dice el poeta:
“ nunca ha sido tan real eso en lo que creíste te pasaste dando tu vida a todos pedías para dar, desvalida …”
Me acuerdo de aquel Manifestador, de su custodia y sus candeleros de siete brazos, parecía de a deveras, nunca lo he olvidado, me lo prometió un día, juntó “dinerito” y fue por él a la Plaza de Armas, una tarde de “Todos santos”, esa noche improvisé un altar y jugué a sus sueños.
“ … diríjase Señor mi oración como el incienso, hacia tu presencia la elevación de mis manos sea como el sacrifico vespertino…”
! te siento tan desamparada, tan sola sin que nadie te ayude a pasar la esquina…”
Escucho su conversación, cuando decía que llena de juventud, paseó por la Alameda, decía que entre sauces, álamos y fresnos, y del paseo por la Calzada de Belén, entre hileras de abetos, o cuando hablaba de la escapada al barrio de la Otra Banda, donde la primavera era mejor según el decir de los cronistas, jamás traicionó ni con el pensamiento a su amante divino.
Escucho sus palabras aún, cuando me contaba que su madrina de Primera Comunión, fue pariente cercana del Marques de la Villa del Villar del Águila, el que tiene monumento en el ojo de agua El Capulín, allá en la Cañada, admiro como sabia los nombres de los habitantes de las casas grandes, inmensas y viejas, edificadas en el Centro, hace siglos, las describía en sus interiores, mientras yo las imaginaba.
“ …Santa María Magdalena, Santa Agatha, Santa Lucia, Santa Inés, Santa Cecilia, Santa Catarina, Santa Anastacia, todas las santas vírgenes acudan en su auxilio …”
En su agonía fue casi tautológico que le llevaran el Viático.
“… este vino Señor y este pan, son manjares del alma para quien los recibe dignamente, es como fuego que cae del corazón, la llama de la caridad, con las cuales se aplacan los fuegos y ardores de la carne y se enfrentan sus malos efectos …”
Es por eso que el lienzo que guarda la sacristía del oratorio de Santa Rosa de Viterbo, donde aparecen las beatas Rosas trabajando en los jardines del Real Colegio, argumentando siempre del mismo asunto, los amoríos de su Señor, del Divino esposo.
El Jesús del juego escultórico, Los doce apóstoles”, exhibido en la misma sacristía del oratorio, que tan presente lo tengo, -las madrugadas, cuando acolitaba la misa de cinco, – de su seno sale una puertita, que alberga un sagrario, donde siempre pensé que seria la morada definitiva de Mariquita, para que su casero ya no la corriera con insultos al cobrarle la renta.
Frente a mí, esta su retrato, de mediana edad, su rosario de plata, la vida del Padre Rositas en libro, ¡ mi herencia! , hermosa herencia anunciada.
Estas letras son un recuerdo vago de su vida, también de esas tardes en que me escapaba a verla de lejos, sonreírle y regresar, bien sabia ella que mi fin era interesado, el interés de una gelatina, de las muchas que tenia en su expendio de leche, cuando pudo trabajar, las hacia muy sabrosas, a sabor limón, limón cortado del árbol de mi casa y salidas de sus manos, las vendía a cinco centavos, el postre, un cuento de “vidas de santos” que se sabia tan bien, pero eran mejor cada día como los contaba, dichosa cuenta cuentos.
“ … recibimos prestada la vida, para que cuando nos la pidan, la volvamos de buena gana y si se nos ha llegado el tiempo de pagar esta deuda, alegraos pues salís de los trabajos y miserias de la vida humana. Os conocerán los ángeles, saldrán a recibiros los bienaventurados, la Bienaventurada Virgen María os abrazará y os llevará a su hijo, con cuya señal estáis adornados…”.
Las capillas de indios de ésta su ciudad, puesto que su padre era apellidado Olvera, de los Olvera, como muchos de este pueblo, tan lleno también de conventos monumentales, casi 20 existen aquí.
Comenzando del Sangremal donde está el de los Crucíferos, después los Colegios Jesuitas de San Ignacio y San Francisco Javier, el de los Mercenarios, el de los Clérigos de Nuestra Señora de Guadalupe, El de los Dieguinos, o el Convento Grande de San Francisco, el de los Carmelitas o el de los Agustinos, no falta el Dominico, el Hospital de los Juaninos, el de los Felipenses y muy retirado el de Recolección, donde esta la Virgen del Pueblito, eso sin contar las ayudantías de la Parroquia de Santiago, San Francisquito, San Sebastián y Santa Ana.
Esas capillitas como la del Espíritu Santo, antiguo lugar del Juego de Pelota, en el barrio de los jauleros o como las de Santa Catarina y San Gregorio, en la Otra Banda o la de El Refugio en el Cerrito o la de San Antoñito o San Roque, son la esperanza.
Estoy seguro que algún día recordarán a María Olvera con su virtud llevada al heroísmo y sin soberbia, pero no en Catedral, con sus Canónigos de misa conventual de ocho de la mañana, ni en los cinco grandes conventos de monjas, como el de las Teresas, tan cerca de su casa, o el de Capuchinas, ahijadas del Marques o el de las Clarisas parientes del indio Cacique Conín, ni el de las Beatas Rosas, ni el de las Carmelitas descalzas.
Las hermanas Alonso fundadoras de las Beatas Rosas, La india casica María Luisa, fundadora de las Clarisas, o María Josefa fundadora de las monjas Teresas o la india otomí, Salvadora de los Santos famosa monja entre las Carmelitas Descalzas de este pueblo o Marcela de Estrada fundadora de las monjas Capuchinas, esas si serán recordadas por siempre, María Olvera no, porque no era monja ni de coro, ni lega, porque fue sacada contra su voluntad de su casa y llevada al asilo de ancianos y ninguneada, pobre y venida a menos.
La música coral de Solesme, sigue entonando en gregoriano, las letanías de Todos los Santos, continua y en mi cabeza se agolpa el rezo: “ de las puertas del infierno… líbrala Señor…
Santa Everasia, Santa Febronia, Santa Anastasia, Santa Eugenia, Santa Cirila, Santa Atanasia, Santa Catalina, Santa Teresa, Santa Clara, Santa Rita, Santa Teresa de Calcuta, a la hora del juicio final recuérdenle a su Amado Divino las penurias, el silencio y el ninguneo de la Virgen y mártir María Olvera, siempre casta. Siempre humilde, siempre sonriente, en el día aquel en que ni los justos estarán seguros, día de ira.