La Jornada Semanal
Un acertado acercamiento a las ideas centrales en la obra cinematográfica del gran director chino John Woo, cuyos filmes de acción, se afirma aquí, cuentan “historias sobre el poder del amor entre hombres, en un mundo acosado por el mal y oprimido por una masculinidad hegemónica”.
Antes de que John Woo llegara a este mundo destinado a ser el mejor director de acción, su padre y su madre eran perseguidos en el apogeo de la revolución comunista china, por su fe cristiana. Envuelto en sábanas, oculto a la vista, Woo llegó a Hong Kong en brazos de su familia. Como migrante, Woo creció en calles con gángsters y delincuentes. Su primer cumpleaños sucedió cuando su padre contrajo tuberculosis y quedó inhabilitado y su madre debió trabajar como albañil. Cuando Woo tenía dos años, un incendio provocado por las estrategias de gentrificación dejó a su familia sin hogar. A los tres, una extraña enfermedad curvó su columna vertebral. No caminó hasta los ocho años, y cuando lo logró cojearía para siempre. Su andar inestable lo volvió introvertido y lo hacia soñar con cosas que nunca podría lograr. Un día, ese andar torcido lo dirigió a un cine, y en la enorme pantalla vio personas usando sus pies de formas magnificas para expresar cosas que con palabras no podían. Empezó a llorar. Al salir de la sala, el chico tímido que caminaba inseguro por las calles corruptas de Hong Kong decidió usar el lenguaje del cine para expresar todo lo que a su cuerpo no le tocaría sentir en este mundo.
Si el cine es un testimonio social que, a parte de entretener, sirve como poderoso vehículo para formar opinión, interpretar al mundo y justificar acciones y comportamientos, entonces el género de acción puede abreviarse en algo así como “chavos compensando algo”. John Woo encuentra profundidad en esa “compensación”, retratando la violencia física infligida y recibida por sus personajes masculinos, como una paradoja de expresión y supresión de emociones. En John Woo, los hombres no pueden amarse abiertamente… por eso se disparan.
Los amantes de la acción retrocederán ante la idea de que su dosis de adrenalina cinematográfica conlleva matices homosexuales, pero las capas subversivas de homoerotismo en los gloriosos espectáculos de John Woo no se burlan de la intimidad masculina, sino que la enriquecen y hasta la justifican. En el mundo Woo, al hombre se le retrata como alguien lleno de ansiedades y alborotos, a menudo en un estado de inseguridad y miedo. No sólo está privado de plena entereza con respecto al sexo opuesto, sino que las relaciones entre los hombres también son inquietantes y complejas.
Poder y crisis de la hegemonía masculina
Es ya un cliché afirmar que la masculinidad está “en crisis”. En contraste con las teorías pasadas más totalitarias sobre la hegemonía y el privilegio social, la masculinidad nunca es fija y estable, sino que, como espectro de identidad, mantiene una relación ambivalente con el Poder. Si bien siempre existen múltiples formas de masculinidades simultáneamente, una identidad hegemónica domina y acomoda las demás. Así, la masculinidad hegemónica podría definirse como la configuración de la práctica de género que encarna la respuesta aceptada al problema de la legitimidad del patriarcado.
La crisis conceptual de la masculinidad proviene de dos premisas falsas en las películas de acción: el deseo heterosexual restringe la libertad masculina, y el repudio de la heterosexualidad conduce a la homosexualidad. Por eso Woo subyuga la “tendencia heterosexual” de sus personajes, para privilegiar un trasfondo homoerótico que se manifiesta insistentemente en estallidos de violencia extrema que, por lo tanto, nunca llega totalmente a ser sexual.
El genio de Woo consiste en contar historias sobre el poder del amor entre hombres, en un mundo acosado por el mal y oprimido por una masculinidad hegemónica –esa versión monopolizante, ingenua y tiránica–, incorporando innovadoras técnicas, yuxtaposiciones de cámara lenta-rápida-lenta, aislamiento sonoro, coherencia espacial y meticulosas secuencias de extravagante acción, para exteriorizar estados espirituales y emocionales de sus personajes, en lugar de proporcionar excitaciones vacías y combustible machista.
Si bien puede argumentarse que la pistola es un sustituto universal de la masculinidad fálica, Woo elige encarnar en sus personajes una analogía inversa y mostrar, a través de las pistolas, las formas indirectas en que los hombres interactúan y se expresan entre sí bajo la opresión de una masculinidad hegemónica. La pistola no es un sustituto sino el ultimo recurso de expresión, porque los sentimientos de hombres por los hombres han sido castrados figurativamente por esa masculinidad totalitaria. Así, el trasfondo homoerótico sobresale y se vuelve obvio sólo para ocultarse en balas, lágrimas y sangre de masculinidades oprimidas. En el trabajo de Woo, la fragilidad y la intimidad, tanto del cuerpo como del espíritu, vinculan a los seres masculinos.
El cine de Woo usa el lenguaje cinematográfico para retratar la belleza intrínseca de la violencia masculina, que revela los deseos carnales oprimidos por la propia masculinidad. Pero aparte, y sobre todo esto, en sus películas es posible sentir el vértigo pausado de un cine aún joven y cool que, en sus mejores momentos, hace de John Woo el mejor cineasta para enmarcar el amor de los hombres entre la euforia y el llanto.