Rafael Aviña
La Jornada Semanal
Abundante y acucioso recuento de las películas o escenas que en México se han filmado, desde mediados del siglo pasado a nuestros días, con el tema del circo, ese espacio a veces callejero y otras profesional en el que confluyen varios aspectos del drama y la comedia humana, propicio para el asombro y el erotismo, la miseria y la risa, y para la fantasía que no pocas veces pone en evidencia una cruda realidad.
Puesto que mi infancia transcurrió en el Centro Histórico –entre el Zócalo y La Lagunilla–, observé en innumerables ocasiones a cirqueros trashumantes. Incluso, varias veces me topé con el célebre húngaro y su macilento oso, como aquel que se integra al patético y a la vez fascinante espectáculo circense galáctico del cabaret El Géminis en la modernísima película de Juan Ibáñez Los Caifanes (1967). Un show que incluye, además, cantantes de ópera, exóticas y un payaso que cae sobre la mesa de un vejete barbón, debido a la solución jabonosa que el Mazacote (Eduardo López Rojas) ha esparcido en la plataforma.
Sobre aquellos figurantes del circo-calles, como lo llama mi madre, nuestro cine propuso perturbadoras imágenes, como las escenas de Un rincón cerca del cielo (Rogelio a. González, 1952), con un notable Pedro Infante en el papel de Pedro González, que “llega de la provincia como tantos otros, con la ropa puesta, treinta pesos en el bolsillo, un millón de ilusiones en el alma y una carta de recomendación para un influyente…” En una de las secuencias clave, él y Marga López atestiguan el pobre acto de unos saltimbanquis; uno de ellos se arrastra como perro con su sombrero entre los dientes, pidiendo monedas, a lo que Pedro dice: “Es lo último que yo haría. El colmo de la ridiculez y la falta de dignidad… eso de hacerla de perro. ¡Ni muriéndome de hambre!” Tiempo después, en la pobreza absoluta, Marga y el hijo de ambos (Peque Navarro) descubren a Pedro ejecutando piruetas como payaso callejero, con esa gran extra del cine nacional, Leonor Gómez, y mendigando caridad en cuatro patas…
La vida y sus tres pistas
En La risa de la ciudad (Gilberto Gazcón, 1962), José Elías Moreno como Don Tencho, busca al nieto que abandonó de niño: Beto (Joaquín Cordero), saltimbanqui callejero cuyos padres eran payasos de un circo y murieron en un incendio. Su grupo recorre mercados, ferias, la Basílica de Guadalupe, el estadio de Ciudad Universitaria, el parque Lincoln en Polanco, el Zócalo y más. A Beto lo acompañan Lety (la bella Alma Delia Fuentes); Polo (Julio Alemán), un palero que toca la guitarra y roba carteras; Pipirín, su hermanito (el entonces niño Valentín Trujillo), Ronson (Resortes), un payaso alcohólico padre de éstos y su perro Rififí, así como una mujer madura y su hijo ciego (Fanny Schiller y un joven Aarón Hernán), y Rosco (David Silva), el hombre fuerte con su hija minusválida (Rosa Lila Fuentes), en un relato tan populista como sincero y bienintencionado, escrito por Gazcón y Pancho Córdova.
En el extremo opuesto se ubica La sangre enemiga (Rogelio a. González, 1969). Inspirado en una inquietante novela de Luis Spota, se centra en otros saltimbanquis de barriada. El tema del circo y sus zonas oscuras, cuyo argumento da fe de los recovecos marginales y la promiscuidad en el interior de una pequeña comunidad de cirqueros
en una colonia proletaria al sur de Ciudad de México (San Francisco, Culhuacán), no exenta de truculencias desbordantes. David Reynoso es un repelente jorobado convertido en payaso callejero junto con la bailarina Meche Carreño, hija de una prostituta, examante de aquél, con la que se ha amancebado; Juan Miranda, su hijo, es un fortachón con retraso mental cuya madre era una enana, encargado de un oso; un músico ciego (Carlos Ancira) y su mujer (Magda Guzmán), con una hija de otro: Leticia Robles.
Desde la primera escena de créditos queda claro el rumbo excesivo y morboso que seguirá la trama, en función de los desnudos de ese gran símbolo sexual que por aquellos años representó la guapa Meche Carreño, en una suerte de melodrama freudiano repleto de atrocidades, donde se conjugan deseo sexual, culpa y horror. Por
su parte, Ángel de fuego (1991), de Dana Rotberg, pareciera una suerte de continuación emocional de La sangre enemiga: incesto, locura, suicidio y más, en una fábula circense sobre los peligros de las sectas y los excesos religiosos…
En el principio fue el circo
El circo es un mundo aparte en el que coinciden suspenso, alegría, asombro, temor, romance, luz y oscuridad. Un microcosmos mágico, erótico e incluso siniestro de la vida cotidiana, tal y como sucede en la película silente Varieté (1925), de Ewal André Dupont, obra maestra del expresionismo alemán con fotografía del genial Karl Freund. Es el relato de un triángulo amoroso que termina en tragedia, bajo la mirada caleidoscópica de una carpa de circo y en la que participó la familia Corona, afamados trapecistas mexicanos de aquel entonces.
No obstante, nuestro cine registró desde sus primeros balbuceos el devenir del arte circense en México: Salvador Toscano filmó en 1904 Gimnastas excéntricos, un cortometraje con trapecistas del Circo Orrín. En 1938 Manuel Ojeda dirige El circo trágico, primer melodrama de ficción nacional con esa temática: los pequeños circos que recorren los pueblos, el payaso que sufre la tragedia de los celos, la bella trapecista… Lo más inquietante: la presencia del verdadero Faquir Harris, antecesor de El increíble profesor Zoveck y stuntman en Las calaveras del terror de Fernando Méndez, de 1943, año en que murió trágicamente. A éstas seguirían las imágenes del clásico de Mario Moreno Cantinflas, El circo (Miguel M. Delgado, 1942), en la que el mimo deja de lado el simple remake chaplinesco para insertar con ingenio el subversivo humor verbal de su primera etapa. La venenosa (Miguel Morayta, 1949), con la sensual Gloria Marín, hija de una domadora de serpientes, resulta un risible pero en ocasiones inquietante drama de hampones de ambiente circense, filmado en el célebre Circo Atayde, con los trapecistas Hermanos Esqueda. El propio Morayta dirigiría una segunda versión con locaciones internacionales y otra belleza: Ana Luisa Peluffo.
Tin Tan, trapecista y algo más
El Circo Atayde Hermanos aparece también en Venganza en el circo (Roberto Rodríguez, 1953), relato de suspenso con equilibristas, domadoras, acróbatas, motociclistas y un gorila embrutecido por el alcohol. La institución circense es recuperada por Germán Valdés Tin Tan en El cofre del pirata (Fernando Méndez, 1958), donde supuestamente ejecuta suertes a caballo y en el trapecio al lado de Sonia Furió e Irma Dorantes. El propio Tin Tan ya había rendido antes un homenaje al circo en El vagabundo (Rogelio A. González, 1953); aquí, el hombre fuerte (Wolf Ruvinskis) y la artista ecuestre (Aurora Segura) intentan que la Chiva sufra un accidente, para cobrar un seguro en el rascuache Circo Coloso.
Henner Hofmann y Óscar Menéndez realizaron cortos sobre el tema en 1974 y 1975 para el cuec y el Centro de Producción de Cortometraje. En esa década surgirían a su vez los horrorosos Circos de Capulina, Cepillín y Chanoc. En cambio, un par de décadas y fracción más tarde, dos debutantes del más nuevo cine mexicano se internaban a su vez en los laberintos circenses: Emilio Portes proponía la divertida y bizarra comedia negra Conozca la cabeza de Juan Pérez (2009), con un circo de quinta y sus ilusionistas, payasos y trapecistas rascuaches, en la historia de un mago empeñado en robar una antigua guillotina. Y Demián Bichir, en Cuento de circo/Refugio (2013), narra un relato de redención sobre la memoria, el amor, la familia y el circo como una alegoría de ilusiones perdidas.
Nada comparado con las delirantes imágenes de Santa Sangre (1989), del exclown Alejandro Jodorowsky, otro de sus retratos perturbadores sobre las pesadillas y el erotismo que trasminan las carpas circenses. La escena inicial, con un águila planeando sobre la Plaza de la Soledad en el Centro Histórico, donde se ha montado el circo del Gringo (Guy Stockwell), al tiempo que la banda sonora revienta con “Caballo Negro” a cargo de Dámaso Pérez Prado, es uno de los instantes estelares de nuestro cine y de los mundos subterráneos del circo, el burlesque y la nota roja. Blanca Guerra es Concha, fanática religiosa y trapecista histérica y sexualmente reprimida, que contrasta con la vulgar sensualidad de la “lame cuchillos”, la Mujer tatuada que interpreta Thelma Tixou, quien enloquece de deseo a Orgo, el alcohólico lanzador de dagas, marido de Concha y padre del temeroso niño mago Fénix (Adán Jodorowsky).
El show debe continuar
Por último, ese espacio de asombro permanente que es el circo propone hoy en día un escenario emocional de la devastación social y moral del país, como lo muestran tres potentes documentales realizados por mujeres: Chuy, el hombre lobo (2014) de Eva Aridjis, se mueve entre el rechazo y el miedo a lo otro, en la historia de Jesús Aceves, zacatecano con hipertricosis congénita: un exceso de vello sobre todo en el rostro que convierte a hombres, mujeres y niños en freaks sociales y lobos humanos. La cuerda floja (2009), de Nuria Ibáñez, sigue a una familia empeñada en sacar adelante su paupérrimo espectáculo circense ambulante, con sus perritos pintados de rosa, dos chivos, un caballo y un avestruz: es el Circo Aztlán, que recorre las inmediaciones de Texcoco con una hija que desea abandonar el incierto negocio familiar.
Finalmente Tempestad (2016), de Tatiana Huezo, es una obra aterradora en un universo casi surrealista por el que transita el individuo común, víctima potencial en un país que sobrevive dentro del caos. Una joven recluida en una prisión controlada por el crimen organizado y una mujer de mediana edad: payasita en un circo ambulante que busca a su hija desaparecida, llevando risas a las personas cuando en su vida no existe, presa de extorsiones e incompetencia de las autoridades. Se trata de una radiografía del México profundo y a la vez cotidiano; un retrato de violencia y horror en los tiempos de Calderón y Peña Nieto, en que fueron filmados.