A 80 años del exilio español

José M. Muria

La Jornada Semanal

 

Con buen tono y mucho acierto, aquí se recuerda uno de los grandes acontecimientos del siglo pasado en nuestro país: la llegada de un gran número de españoles que en 1939 huían de la barbarie del régimen de Franco. Sin embargo, a pesar del reconocido éxito de tan difícil proceso, hubo reacciones adversas y “propagandas detractoras” que el autor del trabajo ‘De no ser por México’ comenta y aclara con puntualidad en este artículo.
El 13 de junio de 1939 llegó a Veracruz el primer barco copeteado de refugiados republicanos españoles. Casi todos, hasta muy poco antes de embarcar en Sète, el 25 de mayo, habían dormido todavía en campos de concentración.

A todos ellos el gobierno del presidente Cárdenas les proporcionó ayuda y les dio facilidades para llegar a México. Ello es ya de por sí meritorio, pero la verdadera grandeza de la diplomacia mexicana se alcanzó un año después, a fines de junio de 1940, cuando los nazis invadieron Francia y los muchos republicanos que aún permanecían ahí quedaron prácticamente atrapados entre el fuego y las brasas: nazis y franquistas.

Entonces fue cuando las figuras de Luis i. Rodríguez Taboada, embajador en Francia, y Gilberto Bosques Saldívar, Cónsul General en el mismo país, crecieron una enormidad, pues la gesta ya no fue solamente administrativa, sino una verdadera epopeya. De no ser por México, por una razón o por otra se salvaron decenas de miles de vidas. ¡Qué bueno! Muchas vinieron a dar a México: ¡Mejor!

Aunque haya ahora quienes tienen aviesas intenciones de minimizarlo, en total fueron más de cuarenta mil quienes vinieron en busca de refugio por la vía de Veracruz y varios otros caminos entre 1938 y quizás hasta 1952.

Conviene subrayar que, para todo fin práctico, deben considerarse también parte de ese exilio muchos españoles que se trasladaron a nuestro país después de 1945, ya sin un documento que los catalogara como “asilados” o “refugiados” políticos, que incluso zarparon de puertos españoles, pero con la misma intención de quedarse y vivir seguros en México mientras durara la dictadura franquista.

Casi en su totalidad, esta segunda oleada más o menos “legal”, estaba compuesta por amigos, correligionarios y parientes de quienes ya estaban aquí, considerando incluso que muchos eran ni más ni menos que sus hijos o conyugues. Entre unos y otros “había de todo”: académicos, artistas, profesionistas, obreros, campesinos, empleados, técnicos, etcétera. Asimismo, puede decirse que prácticamente sin excepción fueron gente valiosa y trabajadora en sus diferentes campos.

Debo confesar que en los años ochenta se me ocurrió promover una búsqueda de estos migrantes que hubieran tenido problemas con la justicia mexicana y la lista que llegamos a formar fue en verdad ínfima. No obstante, los españoles antiguos residentes, que ya vivían en México cuando llegaron los refugiados, alentados por el gobierno de Franco al que respaldaban y secundados por la derecha mexicana, que “no canta mal las rancheras”, desataron una dura propaganda detractora, con ánimo de lesionar de paso la imagen de Lázaro Cárdenas y los seguidores
de éste.

Finalmente, los argumentos de los detractores fueron cayendo por su propio peso, aunque nunca dejó de haber rescoldos. De ahí que fuera habitual y hasta un reflejo condicionado que no pocos mexicanos y asilados reiteraran constantemente sus argumentos en favor de la tal inmigración y lo beneficioso de ésta, lo mismo por lo que se refiere a su conjunto como a muchos casos particulares. En fin: hoy día es muy difícil que alguien, cuya opinión merezca ser tomada en cuenta, afirme lo contrario.

Empero, con el paso de muchos años hemos llegado a resentir un cierto hastío y a percibir cierta exageración y abuso de la importancia y el valor para México, por parte de un contingente de relativa importancia de descendientes de primera generación y, quizá, más aun de segunda, de dicho grupo migratorio.

La puerta que nunca se cerró

Como es natural, máxime en la medida que se iba alargando la vida de la dictadura y prácticamente se perpetuaba la imposibilidad de regresar a España o, al menos, como decían, de hacerlo “con la frente en alto”, muchos de los que vinieron paulatinamente se fueron diluyendo e integrando en la vida nacional.

José Gaos, mi maestro en El Colegio de México, acuñó para sí la palabra transterrado: sin dejar de ser español, como lo imponían sus orígenes de los cuales no renegó jamás, procuró interiorizarse en su nueva tierra y hacerla también suya. Tan fue así, que el último trabajo académico que dirigió estaba encaminado precisamente hacia lo que él definía como “descolonización mental”. La palabra gustó y muchos, que más bien tendían a mantenerse al margen cuanto podían de la realidad mexicana, también procuraban arrogárselo, siendo que Gaos lo había forjado justamente para diferenciarse de ellos.

Así pues, en el seno de aquella migración hubo dos tensiones extremas con todas las combinaciones posibles: los transterrados, con tendencia a la mexicanización, y otros, a los que algunos gustamos de llamar enterrados, aunque no sea feliz el término, que procuraron vivir lo más apartados que se pudo de la realidad mexicana, llegando a crear, aunque fueran sutiles, verdaderos guetos… Me gusta presumir que los más brillantes tendieron a alinearse a la primera fuerza, pero entre los segundos, curiosamente, se dieron los más entusiastas porristas del exilio.

Los descendientes de los primeros, por lo regular, como se apuntó, sin perder la noción de su origen se fueron compenetrando con la sociedad mexicana; los otros cultivaron su pertenencia a una España que, claro, ya no era lo que ellos creían que había sido. No dejaba de ser patético cuando, con el paso del tiempo, suspiraba por “regresar a España” gente ya adulta que había enterrado su ombligo en México. Es que a pesar de haber nacido aquí, en realidad no vivían realmente en él ni le pertenecían. En consecuencia, cuando fue el caso de que “regresaran a su España” se encontraron con que ésta no existía y e incluso que no había existido nunca o hacía mucho que se había esfumado, y algo peor, que ellos tampoco existían para la España real. Recuérdese que, al sobrevenir eso que llaman “democracia”, ésta procuró mantener a los vestigios del exilio lo más apartados posible.

“Haya sido como haya sido” el caso es que los hijos de ese tipo de exilio “enterrado” mantienen a “mucha honra” lo que hicieron sus padres y abuelos y, para hallar una razón de ser, se han convertido en propagandistas a veces muy enfadosos y hasta ofensivos. Diversas veces nos ha tocado soportar descargas exageradas de elogios hasta el extremo de escuchar esta frase: “Los exiliados sacamos a México de atrás de la cortina de nopal.”

De ahí que, en alguna ocasión, hemos aprovechado la grabadora de algún periodista para responder, humildemente, asumiendo un aire de franciscano más falso que un billete de quince pesos, que en efecto el exilio español le había traído muchas
ventajas, ¡muchas!, a nuestro país. A cambio, éste, solamente les había ofrecido la vida… y la oportunidad de ganársela decorosamente, en muchísimos casos, desarrollando las actividades de su preferencia.

De ahí el título que le puse a un trabajo mío, De no ser por México, que se refiere a lo que hicieron los mexicanos aquellos, conforme a esa política exterior de antaño, que tal vez no tiene parangón en la historia de la humanidad. Como decían con frecuencia los “refugiados” españoles: “Cárdenas nos abrió las puertas” ¡Es cierto!, aunque quizá deberían agregar que ni Ávila Camacho ni Alemán las cerraron. Pero ello es algo que se ha visto muchas veces. Lo más extraordinario de este caso es que el gobierno mexicano no sólo “abrió las puertas” sino que, además, realizó una gesta de extraordinario valor y hombría para salvar la vida a los españoles en Francia, sacarlos de los campos de concentración, esconderlos de la Gestapo y de los esbirros franquistas, con los pantalones muy bien fajados, facilitando su escape y, finalmente, recibiéndolos con los brazos abiertos.

Esto fue ratificado cuando, el año pasado, Porfirio Muñoz Ledo promovió que se pusiera con letras doradas la leyenda “Exilio español en México”, en la Cámara de Diputados de la Nación. Por cierto que en esta España actual, a la que llaman “democrática”, nunca se ha hecho, a modo de agradecimiento, un acto de tal envergadura.

Esta entrada fue publicada en Mundo.