La trayectoria académica de Emilio Crespo, filólogo y lingüista de la Universidad Autónoma de Madrid, es ampliamente reconocida en México, pues desde hace muchos años ha sido un maestro especial para la UNAM. Sin embargo, vale la pena mencionar por lo menos de manera escueta una parte de su producción, la que corresponde a su larga experiencia de traductor y a su interés en la enseñanza de la lengua griega.
Interesado siempre en la didáctica de las lenguas clásicas publicó, como coautor, la hoy célebre Sintaxis del griego clásico (Gredos, 2003), cuya descripción es actual, clara, completa y fundamental para la enseñanza del griego antiguo, mientras que su continuo ejercicio de traductor y corrector constante de sus propias traducciones lo llevó a traducir la novela griega: Las Etiópicas o Teágenes y Cariclea (Gredos, 1979; Planeta-DeAgostini, 1998) y, al lado de M. Brioso, Longo, Dafnis y Cloe. Aquiles Tacio, Leucipa y Clitofonte. Jámblico, Babiloníacas (Gredos, 1982). Siguió Plutarco, Vidas paralelas (Alejandro-César, Pericles-Fabio Máximo, Alcibíades-Coriolamo (Barcelona, Bruguera, 1983, luego publicada en Cátedra, 1999), hasta llegar al verso, con su insuperable traducción en prosa de la Ilíada (Gredos, 1991; Círculo de Lectores, 1995; Planeta-DeAgostini, 1997), citada siempre en los ámbitos académicos latinoamericanos y europeos. Asimismo, ha sido coordinador de la Obras completas de Esquilo, Sófocles y Eurípides, además de Elementos antiguos y modernos en la prosodia homérica (volumen 7 de suplemento a Minos. Revista de Filológia Egea, Universidad de Salamanca, 1977).
En El Banquete, de Platón, nos ofrece una introducción actualizada y pertinente, gracias a su brevedad, claridad y tono didáctico, útil tanto para el estudiante de la tradición clásica como para el lector no especializado. El Banquete es una obra señera de la literatura universal debido a su belleza literaria y a su densidad filosófica. A pesar de que esta obra se disfruta desde la primera lectura, posee facetas tan variadas (filosóficas, políticas, literarias, antropológicas, religiosas, sexuales, etc.) que resulta muy útil, y muchas veces necesario, contar con un manual que dé cuenta de las últimas interpretaciones sobre ella. Esto lo ha logrado el libro que ahora se reseña. Su objetivo principal es poner al alcance del lector las herramientas fundamentales para leer y releer la obra con mayor gozo y conocimiento.
Este libro consta de 10 capítulos a través de los cuales se hace un recorrido panorámico por los principales aspectos internos y externos del diálogo, que van desde el título y las fechas (dramática, de relato y de composición) hasta su tradición literaria; además, tiene la virtud de estar profusamente ilustrada con pintura, cerámica, escultura, plantas arquitectónicas, dibujos, fotos y de incluir los siguientes apéndices: Índice nominal, Mapas, Glosario y Cronología; también presenta una bibliografía general, pero selecta.
La obra se abre con una introducción al diálogo donde se trata sintéticamente temas generales como la institución del simposio (la velada posterior a la cena) y su ambiente, asimismo, cuestiones técnicas como el sistema de citación, fechas y transmisión. Después de estas aclaraciones básicas, Crespo hace una paráfrasis del Banquete complementada con la presentación de los personajes y algunos comentarios (filológicos, históricos, religiosos, culturales y filosóficos); introduce, por ejemplo, breves señalamientos de la descripción de Sócrates en otras obras o síntesis de las ideas torales de cada discurso. Esta sección es de mediana extensión y tiene la ventaja de organizar y diferenciar los contenidos.
«El simposio en la cultura griega clásica» analiza las diversas facetas extrínsecas de la obra: su significado y su papel en el mundo griego, tanto en sus dimensiones políticas como religiosas y lúdicas. Incluye también una breve exposición de su historia basada en fuentes literarias e iconográficas acompañada de recomendaciones bibliográficas; además, los testimonios arqueológicos hacen posible la descripción de los comedores antiguos y la demostración de un par de plantas arquitectónicas y de una fotografía; finalmente, el dibujo de una copa ática sirve para entender los klinai (una suerte de divanes), su uso, su disposición y el papel de los asistentes al banquete. Prosigue el capítulo con una narración cronológica del desarrollo de un simposio: 1) Cena (deipnon o sýndeipnon), 2) Brindis y charla (symposion), 3) Cortejo festivo (komos). Se aclara que en la charla podría darse la ocasión tanto de acertijos, adivinanzas, juegos, canciones, imitaciones, bromas, etcétera, como del consejo político, la audición de poesía o el discurso filosófico.
El autor de este manual nos informa de los variados tipos de banquetes: sacrificial (daís), militar (syssitía) y banquetes públicos, es decir, fiestas oficiales y celebraciones para recibir a políticos y embajadores extranjeros. No olvida tampoco la función propedéutica de esta institución, tanto en la tradición griega como en la Academia platónica.
A continuación, el apartado «Homosexualidad masculina y pederastia en la Grecia Clásica» expone el sistema de valores (dependientes de la paideia) que los comensales del banquete platónico adoptaban: la más alta forma de amor era la relación entre un adulto y un joven, mientras que la de hombre y mujer era considerada menor. Resulta muy interesante el elenco de las fuentes antiguas presentadas para conocer y explicar el fenómeno de «las cosas de Afrodita» (ta aphrodisia) en la praxis del hombre griego. No parece ser incompatible el amor homosexual y heterosexual puesto que el primer tipo de relación era con una persona de la misma clase, mientras que la relación con la mujer es más bien asimétrica; se diferencia la homosexualidad entre adultos y la pederastia, siendo esta última una institución social de carácter propedéutico, pues el amante adulto educaba al joven; asimismo, explica los bien codificados y definidos papeles del amante (erastés) y del amado (erómenos) y su correlación con eros y philía. En seguida, Crespo compone una sucinta cuantificación de las representaciones gráficas en la cerámica griega, describiendo los tipos más frecuentes (penetración entre los muslos, anal, el obsequio de un animal que hace un adulto al joven). Además, proporciona ejemplos en las fuentes literarias: fragmento 123 de Píndaro (ed. Maehler), Defensa contra Simón de Lisias, Contra Timarco de Esquines, extrayendo de estos dos últimos los ordenamientos legales al respecto, a saber, que en Atenas era un delito la prostitución de los jóvenes ciudadanos. El capítulo se cierra con una recopilación de las opiniones de Sócrates y Platón sobre la pederastia (Lisis 206a; Fedro 250e; Leyes 636a-c, 836a-340e, 838e-839b, 839e-840b, 840d-e; República 329b-c).
En el capítulo subsecuente, «Formas literarias y temas en el Banquete de Platón», el autor se vale de las herramientas de la teoría literaria para analizar la obra: el género dialogístico, en general (su origen, sus clases), y la versión platónica, en particular. El filólogo y lingüista español explica la elección del diálogo en la obra de Platón: era la mejor forma de estimular la reflexión viva; para aclarar la cuestión toma las exposiciones de autores antiguos como las de Proclo y las de los modernos como R. B. Rutherford, E. Á, Ramos Jurado, E. A. Havelock, P. Friedländer, J. S. Lasso de la Vega y W. K. C. Guthrie. Discurre, incluso, sobre la relación entre la obra escrita y la enseñanza oral del filósofo ateniense. Igualmente, analiza el subgénero del «discurso erótico» (erotikós logos): su origen en el s. vi, su historia, sus principales exponentes (los sofistas, Jenofonte, Demóstenes, Temistio, Máximo de Tiro) y, una vez aclaradas las peculiaridades del género, Crespo muestra las principales características del estilo platónico: su estructura, la caracterización de personajes y algunos contenidos para, así, justipreciar el sistema de los discursos enfrentados en el marco de la dialéctica. Respecto al papel del mito, el lingüista asevera:
Una de las características más notables del estilo platónico es la narración de un mito en el final del diálogo o en pasajes que son especialmente importantes y explican una idea que no expresaría con justicia mediante el diálogo. Así, en pasajes culminantes de sus diálogos, el método dialéctico, el logos, cede su paso al mythos (p. 111).
Crespo muestra que el filósofo caracteriza y selecciona a cada uno de sus personajes según su función en el texto. Sobre la lengua y el estilo, por su parte, nos informa de la existencia de los siguientes registros: coloquial, semiliterario convencional, retórico, patético, intelectual, legal, mítico narrativo, histórico, ceremonial y enfático. Respecto de nuestro diálogo, indica algunas particularidades como la imitación del estilo gorgiano en el discurso de Agatón o el estilo variado del de Diotima; señala, además, que los oradores que participan en el diálogo están caracterizados con algunos rasgos lingüísticos propios, por ejemplo: aspectos retóricos para Fedro, abstractos para el científico Erixímaco, populares para el cómico Aristófanes y sofísticos para Agatón, el tragediógrafo.
El traductor español clarifica el género encomiástico valiéndose de la Retórica a Alejandro de Anaxímenes de Lámpsaco, para después entrar en la temática amorosa, coincidiendo con F. M. Conrford en que: «El Banquete no se interesa por el amor heterosexual que produce la procreación, sino por el erotismo susceptible de la sublimación intelectual» (p. 117). El autor también dibuja un panorama del concepto de amor en la poesía que va desde el contraste entre humanidad y divinidad, propio de Homero, hasta la destructividad de la pasión en Eurípides, pasando por Arquíloco, Mimnermo, Teognis, Safo, Alceo, Íbico y Sófocles, sin olvidar su papel en la religiosidad de Hesíodo, los órficos y Empédocles o en la obra de contemporáneos del pensador ateniense como Pródico de Ceos y Jenofonte.
En el capítulo sexto, «Interpretaciones del Banquete», el lingüista nos entera primero de las clasificaciones antiguas (Diógenes Laercio, Albino, Jámblico) y, siguiendo a Aristóteles, que consideraba el amor como el tema de nuestro texto, afirma que «El Banquete inaugura la concepción del amor como algo intelectual» (p. 124). Apoyándose en G. Vlastos y en G. M. A. Grube, Emilio Crespo afirma que el amor interpersonal no es considerado por el filósofo ático: «Platón no contempla el amor a personas completas con su porción de fealdad, sino sólo a una versión abstracta de las personas consistente en un compendio de sus mejores cualidades» (p. 125); en el mismo sentido, cita a Octavio Paz, pues, en un breve aserto, sintetiza cómo se debe interpretar el amor en Platón: «En realidad, para Platón el amor no es propiamente una relación: es una aventura solitaria…» (p. 126); y, siguiendo los señalamientos de M. Nussbaum sobre la posición excluyente entre la vida filosófica y la vida política encarnadas en los discursos de Sócrates y Alcibíades, piensa que en el primero se aspira a la contemplación de la belleza absoluta, mientras en el segundo al goce de una pasión individual. La relación entre filosofía y poesía, representada ésta por Agatón y Aristófanes, también queda clara gracias a la estructuración ascendente de los discursos. Finalmente, se resume la interpretación pedagógica del filólogo W. Jaeger, la psicológica del filósofo del derecho H. Kelsen y la ético-sexual del antropólogo M. Foucault.
En el siguiente apartado, «El Banquete en el marco de los diálogos platónicos», se interpreta la obra intertextualmente, destacando la concepción del amor en el Lisis, donde se intenta definir la amistad (philía) y se desprende que el amor: «[…] no es un sentimiento puramente personal, sino un elemento para crear una comunidad humana germinal que no sea sólo natural, sino espiritual y ética, y que sirva para construir el Estado» (p. 137); también se revisan las opiniones de tal diálogo (213c-215c, 215c-216b y 221c-222d) que se retoman en El Banquete.
Respecto al Fedón, se señala la correlación entre la inmortalidad del alma y el amor. En cuanto al Fedro, se aclaran los tipos de amor (racional e irracional), sus efectos, sus causas y sus fines, incluyendo el papel de la belleza como objeto del amor. Por último, se confronta el concepto de la inmortalidad del alma en el Timeo, el Fedón y el Fedro.
En «Otros Banquetes en la literatura del siglo IV y posteriores», el autor se ocupa de Jenofonte, cuyo propósito «es describir cómo se alcanza la kalokagathía, que en su concepción es la belleza moral y su manifestación externa en la belleza física» (p. 164); asimismo, se ofrece un resumen y se problematiza la cronología relativa de los dos Banquetes. Sobre el Banquete de los siete sabios y Los diálogos de banquete de Plutarco se hace una somera presentación y se enumeran los contenidos; se mencionan incluso El Banquete o Los Lápitas de Luciano de Samosata, El banquete de los eruditos de Ateneo, El banquete del Obispo Metodio, Banquete o Saturnales del Emperador Juliano y las obras latinas (Satiricón de Petronio, Saturnales de Macrobio); se concluye con una nota sobre el resurgimiento del interés por este género durante el Renacimiento.
El penúltimo capítulo, «Otras obras sobre el amor en las artes del siglo IV y posteriores», repasa aspectos de la tradición posterior a Platón: Virgilio, Aquiles Tacio y Petrarca. En El Diálogo sobre el amor de Plutarco es evidente el debate de la superioridad entre el amor homosexual y el heterosexual; sobre el mismo asunto se revisa a Luciano (Amores), Aquiles Tacio (Las aventuras de Leucipa y Clitofonte, II, 35-38), la Antología griega (V.19.208, 277, 278; XII.41, 86, 245) y Plotino (Eneada III, 5).
En cuanto a la oposición entre amor carnal y espiritual, Crespo la ejemplifica con Apuleyo (El asno de oro, con el mito de Eros y Psique IV.28-VI.24) y con R. Wagner (Tannhäuser, donde el héroe tiene que elegir entre el amor de Venus y Elizabeth).
En la conclusión, «Conceptos sobre el amor en la cultura occidental», el filólogo enumera cuatro teorías del amor en Occidente: la platónica, la cristiana, la cortés y la psicoanalítica, comparando brevemente entre las concepciones platónica y cristiana, siguiendo los señalamientos de A. Nygren, a saber, de que la primera se centra en el amor del hombre por el bien, la segunda en el amor del bien hacia el hombre. Termina la obra recordándonos que el tema del Banquete sigue vivo hoy.
Con esta obra introductoria, Emilio Crespo nos recuerda que «El Banquete [… ] es un libro que invita a desarrollar las potencialidades humanas. Según Sócrates, el hombre logra acceder mediante el amor a experiencias cada vez más sublimes. Así, el amor es el impulso innato que mueve al hombre hacia la felicidad, el bien y la belleza. La idea de que la persona puede desarrollar sus capacidades es el fundamento de la cultura. Por tanto, esta obra figura en la base del posterior humanismo» (p. 14); El Banquete, de Platón es, en conclusión, una herramienta útil, conveniente y provechosa que nos invita a leer o releer la obra platónica con un mayor conocimiento de los diversos aspectos que le son propios.