Janis Joplin, La bruja cósmica
Javier Aranda Luna
El lunes 26 de octubre de 1970 los invitados empezaron a llegar en motocicletas y automóviles; poco a poco invadieron las calles cercanas al Lion’s Share de San Anselmo, California. Imposible no verlos: sus camisetas estampadas con flores, símbolos de peace & love, sombreros de colores fuertes, pantalones de cuero, de terciopelo, de mezclilla daban cuenta de que la fiesta iba a empezar.
Unas 200 personas habían recibido la misma invitación: Las bebidas son por Pearl. Así le decían a ella, que había invertido 2 mil 500 dólares para esa velada.
Allí estaban su novio Seth Morgan, Bob Gordon, su mánager John Cooke, el tatuador Lyle Tuttle y su hermana Laura, a quien había dejado de ver hacía tiempo.
La música de Grateful Dead cimbraba el lugar. Había tragos para todo gusto y unos brownies cargados con hachís.
Janis Joiplin, la gran ausente, así quiso su funeral, como una fiesta. Estaba segura de que lo que te hace sentir bien no te puede causar ningún daño. Resulta improbable que todos se sintieran bien esa noche y que su frase resultara cierta. Días antes, habían cremado su cuerpo con restos de heroína y esparcido sus cenizas en el mar de California.
Janis ya era desde entonces su leyenda: un símbolo de rebeldía para muchas mujeres de la época. Su sexualidad libre que no ocultaba, su consumo público de alcohol y de drogas, su cabello revuelto, el haber alcanzado un lugar de privilegio entre los grupos de rock –un ámbito predominante masculino– y el desafiar con su talento al machismo de la prensa comercial y contracultural, refrendaban su imagen como un emblema de la liberación femenina.
En sus últimos años (sólo vivió 27), Janis Joplin ya era más que una contertulia de Andy Warhol, más que la mezozoprano con altísimos registros que cantaba como negra.
Ya era más que el blues blanco; más que la voz como función del proceso autodestructivo, como la calificara en su momento Carlos Monsiváis. Ya era la leyenda que según Holly George-Warren llenó la brecha entre el blues tradicional y el hard rock.
Tres meses antes de su muerte, en agosto de 1970, Janis se encontraba en Nueva York, en Port Chester para presentarse en el Capital Theatre. Antes del concierto fue a un bar con su amigo el compositor Bob Neuwirth y los actores Geraldine Page y Rip Torn.
Después de unos tragos, Janis empezó a juguetear con un verso de Michael McClure, el conocido poeta de la generación beat, donde le pedía a Dios que le comprara un Mercedes Benz. Empezó a improvisar una letra y su tonada.
Veinte minutos más tarde, la interpretaba en el escenario. La cantó Acapulco, como solía referirse ella al modo de cantar a capela. Su banda trató de seguirla con algunos acordes hasta que la dejó seguir sola.
El público cada vez más electrizado por la potente voz de la cantante la acompañó con las palmas.
Tres días despues cantó nuevamente Mercedes Benz en el estadio de Harvard. Nadie, ni ella misma, supieron que sería la última canción que cantaría, ni el concierto final de su vida.
Días después se inició la grabación de Pearl. Con su nueva canción hizo algunas pruebas que fueron grabadas, le dio el visto bueno a los arreglos musicales y quedó que al día siguiente, el 4 de octubre, llegaría temprano a grabar la canción.
Como no llegó la fueron a buscar al Landmark Motor Hotel de Los Ángeles, donde la encontraron muerta en la habitación 105.
Me parece –y sólo es eso– que no se ha valorado la presencia de Janis Joplin no sólo en la contracultura y en la historia de la música popular, sino en la lucha feminista.
Para Ellen Willis, de The New Yorker, Janis fue la única heroína cultural de los 70 que hizo visible y pública la búsqueda de la liberación personal por parte de la mujer.
Janis, dice George Warren, fue capaz de expresar sentimientos que la mayoría de la gente no podía o no quería manifestar y estaba dispuesta a pagar el precio.
Janis Joplin, La bruja cósmica, como solían llamarle, lo tenía muy claro: uno no es más que aquello que se conforme con ser. Y no se conformó. El coraje inspira, pero también aísla. El desacuerdo con lo establecido tiene consecuencias a veces, muchas veces, poco agradables; consecuencias que aún impiden valorar lo que logró en el mundo musical y en la lucha por los derechos de las mujeres.
Es difícil ser libre, decía, pero cuando funciona ¡vale la pena!