Recién vi «Nuevo Orden», un film que ha suscitado mucha polémica. Por Daniel Pem

Nuevo Orden: El Autogolpe Posliberal

«Por Daniel Pem»

Este breve análisis revela el contenido de la película, se recomienda verla antes de continuar con su lectura.

Recién vi la película Nuevo Orden, un film que ha suscitado mucha polémica, como no hace tiempo ocasionó Roma de Alfonso Cuarón. Las apreciaciones van desde denunciar el racismo o clasismo encubiertos en una pesadilla pensada para los whitexicans, hasta querer asociarla -aún hábilmente por su director, Michel Franco-, a toda clase de películas que no necesariamente son muy cercanas a su verdadera lógica. En el fondo existen muchos elementos que pueden servir para contradecir ambas suposiciones.

Lo primero obedece a la compulsa de la corrección política para encontrar en la ambigüedad de la trama cualquier hueco que contenga los prejuicios adoctrinantes del espectador en turno, y ciertamente sería comprensible dicha monomanía si la historia no dejara entrever en los detalles esta falta de simpleza argumental; aun así, el insuficiente desarrollo de determinadas escenas, efectos especiales y desempeño actoral de varios personajes secundarios alimentaron esta tendencia. En tiempos de polarización social –en parte patente y en parte incentivada desde el corazón del poder político, la crudeza de las circunstancias reflejadas en nuestra “distopía nacional” fácilmente mueven hacia esta forma de visceralidad interpretativa. No obstante, el hecho de que Nuevo Orden ha sido reconocido en otros países privados de comprender y convivir en la realidad mexicana expone que el argumento es potable y universal.

Sobre el segundo cuestionamiento, el título más próximo a esta idea lo posee Parásitos de Bong Joon-ho, y la serie fílmica de La Purga también se plantea como analogía. Es difícil creer esto sin forzar demasiado las semejanzas, se exponen las diferencias sociales a partir de una representación familiar, pero el sentido y resultado de ambas historias no coinciden realmente pues los móviles que conducen su dinámica están verdaderamente diferenciados. Parásitos retrata el periplo trágico de una familia que en su condición precaria termina confundiéndose metafóricamente en un espacio cuyos conspicuos propietarios tampoco son capaces de reconocer, hallando al final de todas sus aflicciones un momento de redención. La Purga por otra parte se conforma como un ritual retributivo cuya expiación recurrente no supone más que una costumbre expresada bajo su forma más sombría en la locución ‘semel in anno licet insanire’, no siendo el caos sino quienes lo padecen el punto de apoyo narrativo.

Nuevo Orden es más que eso, y si personalmente tuviera que elegir un evento para explicarla de mejor modo, sería parangonando sus distintos momentos narrativos con la Revolución Francesa. ¿Suena muy gratuita o lejana esta comparación? No realmente, comenzando desde el título Nuevo Orden, que bien puede aludir a la nueva normalidad, al nuevo orden mundial, al neofascista Ordre Nouveau o a cualquier concepción política que emplea el discurso histórico para conformar un tipo peculiar de régimen, y por supuesto, justificarlo ideológicamente; incluso a la fecha se idolatran determinadas autocracias que por haberse sostenido bajo principios igualitaristas, como fue el caso del comunismo, son aceptables, siempre y cuando se lo haga desde lejos pues la parte más verdadera de dicha convicción no quiere realmente vivirlas en carne propia. El tiempo establece la carga moral del ejercicio político, el Ancien Regime y toda reminiscencia del pasado condensa la idea de maldad -reflejada en los detestables hábitos de la cultura burguesa y los gobiernos pasados-, opacando la corrupción del presente, y teniendo en el porvenir la certeza de un triunfo ya de por sí anunciado en el redoble de los tambores y el vigor de las trompetas.

Sin embargo, existen algunas diferencias sustanciales entre la película y el hecho histórico que expresaré del siguiente modo, la revolución ocurre dos veces, la primera como política, la segunda como técnica, versión adaptada de un servidor ante esta clásica frase de Marx. Nuevo Orden refleja el encumbramiento de la técnica como superación de la política, el caos puede ser controlado para conformar un autogolpe que desde fuera esté exento de desaprobación, en parte por la forma en cómo se explica ante las masas y en parte por la capacidad disuasiva de la fuerza con que un régimen militarizado se impone. Además, tanto el filme como el hecho histórico se distinguen en conjunto respecto del momento actual, pero esto se expondrá más adelante.

Otro elemento a recuperar es la integración del fenómeno posmoderno de la trama, no solo en la ausencia de un propósito de conquista por parte de los burgueses -el decimonónico ‘progreso’ que resonaba en el desarrollo de la industrialización-, sino en el hecho de que el autogolpe de fondo no obedeciera sino a la simple voluntad de poder. La muerte de los grandes relatos no necesariamente es la democratización de los discursos sino la irrelevancia de los mismos al momento en que se diluyen en el ejercicio de la autoridad. No existe una ideología que explique claramente el proceder del Nuevo Orden o al menos no se ve la convicción de los líderes por poseerla; así, la posmodernidad podría pensarse como una fase de extremo nihilismo social cuya consecuencia ineludible es un nihilismo político que ve la ausencia de caos como un valor en sí mismo, y quizás el único que importa. No es perturbador que las personas, independientemente de su clase social, hayan perdido todo sentido comunitario, autoconciencia o brújula moral -inclusive estos rasgos positivos se notan más por parte de quienes sirven a la familia protagónica-, lo que perturba realmente es que dicha degradación sea impuesta por el otro, no incomoda ser animalesco sino que se le trate a uno como animal. La filosofía política clásica expondrá a su modo esta idea, solo gobierna aquel que es capaz de gobernarse a sí mismo.

¿Pero cómo se podría admitir la ausencia de valores cuando la masa enfurecida de la película deja a su paso grafitis con frases como “ni una más”, o “no al gobierno asesino”? Podrían al menos plantearse tres lecturas, la más pesimista de todas es que el activismo contemporáneo, por estar sumergido en el ambiente de nihilismo social, solo existe en estos mismos términos de inflexibilidad discursiva, no siendo capaz de establecer un diálogo con otras agrupaciones y cuyos efectos prácticos no atiendan a ningún sentido de responsabilidad – habiendo también en las antípodas un activismo ficcional de internet cuyo compromiso vital es mínimo-, la segunda lectura podría decirnos que dicho activismo resulta lo suficientemente manipulable como para ser azuzado por poderes mejor constituidos -como el propio ejército-; y finalmente, que su forma fragmentaria de hacer política, en tanto una reactiva política de minorías, posee serias limitaciones intrínsecas para engendrar desde dentro y hasta sus máximas consecuencias un cambio social favorable, al entender de cada una de las agendas que lo engloban; el hecho de que sus consignas se expresen de modo negativo también expone su carácter reactivo. Al final es el Estado el que legisla y equilibra dentro de este activismo a las mismas fuerzas que lo componen para que la cuota de poder sea proporcional, y se integre a su vez al conjunto de fuerzas ya reconocidas previamente. Puede que haya algo de cierto en estas lecturas, desde un inicio se nota cómo la policía, y posteriormente la policía militar, toleran las expresiones de violencia, no correspondiendo a su función de mantener el orden o la seguridad de otros ciudadanos; es decir, la seguridad pública también podría ser útil para cercar el caos ahí en donde se desea provocar. ¿La policía está informada sobre el interés de no actuar? No, y eso se revelará claramente en el desarrollo de la película. También es cierto que si bien, muchas veces la tolerancia policial existe por el costo mediático de videograbar los abusos de la autoridad pública, ello no opera en esta ocasión pues las comunicaciones se cierran para destruir todo intento de documentar el autogolpe. Un dato curioso por el cual también asocio osadamente la Revolución Francesa con este filme: el color que usan los insurrectos claramente asociado al feminismo a través del símbolo del pañuelo verde es el mismo con el cual se inicia la ya mencionada revolución iluminista, Camille Desmoulins convoca a sus connacionales para sublevarse contra la monarquía usando dicho color. Finalmente puede pensarse que emplear recursos de carácter posmoderno, no solo ilustran la vacuidad de las ideologías, además desnudan toda la violencia de la trama de corazas propagandísticas, lo cual generó una confusión en los espectadores lo suficientemente necesaria para elucubrar distintas interpretaciones al respecto -aun así, es inevitable el trasfondo ideológico de toda expresión artística, el cine incluido, conteniéndolas a pesar suyo y muy bien sepultadas, si se quiere.

Una vez mencionado el inicio del autogolpe resulta útil dividirlo en tres momentos, hallando en ello paralelismos con la insurrección jacobina: la violencia popular, la policía militar, y la reconfiguración de la elite. Hace dos siglos así se ha explicado este episodio histórico, se inicia la sublevación con la toma de la Bastilla, posteriormente se instaura el Terror de Robespierre, concluyéndose la masacre con la Reacción termidoriana -recalcando que se usa su estructura narrativa, ya que en otros aspectos se tratan de dos circunstancias inequiparables. En el primer momento de la trama se expone el ambiente inseguro de las calles, unos policías civiles crean un cerco y aunque notan actos vandálicos, no atienden más que a otras órdenes, sin mostrar la menor preocupación. Aparece una fiesta de boda, en ella se muestra la forma en la que unos burgueses cuyo derroche y ausencia de empatía dan cuenta de su anomia. Un grupo de asaltantes irrumpe coludidos con algunos empleados de la casa, acribilla a los invitados y roba todo cuanto puede de ésta, aquello sucede de modo coordinado con lo que sucede en las calles, es factible suponer que el Estado dio licencia para algunas células delincuenciales actuaran libremente. En su equivalente histórico, la burguesía más radical provoca al pueblo para conducirlo contra el régimen establecido, los ‘descalzonados’ o sans-culottes; solo que en este caso habrán de ser utilizados para concretar los objetivos del mismo régimen. El segundo momento se da cuando se pasa del periodo de pillaje a las barricadas militares, se toleran algunos actos de violencia en las zonas más privilegiadas mientras se urde una red de corruptelas realizada por la policía militar para enriquecerse ante una situación que favorece fácilmente su impunidad y excesos, éste es el punto

máximo del terror pues en la vorágine de hechos la inestabilidad del momento se contiene con mayor violencia. La incertidumbre pasa por todas las escenas, cualquier alivio que el espectador tuviera por comprender lo que pasa es traicionado continuamente para quedar contagiado de esta confusión. Finalmente se concluye este periodo con la aparición de fuerzas militares de mayor orden jerárquico, deshacen las redes de la policía militar, eliminando a todos los involucrados y testigos -presuponiendo su intención de no dejar ni un cabo suelto que pudiera reconstruir la idea de un autogolpe. Una de las razones por las que esta película no puede estudiarse desde la lógica en la que se expresa la guerra de clases se comprende en el cierre de la misma. El sistema debe sacrificar un brazo para salvar el cuerpo, la familia protagónica queda lacerada por la memoria de la traición -no se puede confiar en nadie que no pertenezca al grupo. El autogolpe es un ejercicio de higiene política, se simula el ímpetu de una revolución, apenas su ímpetu, para justificar la necesidad de reforzar el poder del Estado, no son los de arriba contra los de abajo sino los del centro contra los de la periferia. Los que quedaron en el poder fueron los mismos. ¿Realmente los mismos? Difícilmente, algo también ha cambiado en su modo de comprender al país.

Tras haber desmenuzado varios elementos de este filme faltaría agregar un aspecto interesante de su composición: los desnudos y lo opaco. Como se ha dicho recurrentemente en el análisis, la crudeza de sus imágenes se explica por cómo son indigeribles, inesperadas, terroríficas o euforizantes. Este efecto es sospechosamente extraño en un país que a pesar de su creciente violencia pareciera soportarla por lo que la lejanía del daño o el entretenimiento pudieran ofrecer, inclusive el valor cultural que existe por la nota roja y otras expresiones afines devela esta delectación macabra en la que la violencia se resignifica al ser simplemente estilizada. Lo visible es demasiado cercano, próximo, inmediato; pero la opacidad va en sentido opuesto, no posee un valor estético sino explicativo, no se trata de la imagen sino de los huecos argumentales que deben reconstruirse con base a todo lo que sí se pudo ver: nunca aparece el presidente, sus arengas ideológicas, el crimen organizado o la clase media. El presidente, de supervivir a este autogolpe, está distanciado del trabajo sucio, lo más probable es que tras la restauración mantenga un rol público pero su papel en un modelo abiertamente autoritario sería distinto, más limitado de lo que aparentaría. El crimen organizado en este modelo probablemente se subyugaría completamente al poder político, y así como fácilmente se les facultaría para reproducir la irrupción del caos, del mismo modo se les podría eliminar; la clase media ya se encontraría reducida a nada, la desigualdad económica agravada por las últimas gestiones administrativas contendrían el caldo de cultivo del resentimiento ideológico -una población tan instruida como depauperada-, en cuyos actos también se confundirán indignación y obediencia, amantes de una causa que no será correspondida -los grafitis y carteles de su lucha habrán de desaparecer con ellos. Conforme se va penetrando en la historia aparecen capas más profundas del poder, pero no logramos llegar hasta el último peldaño: aquel ordenamiento internacional que tolera un cambio en la organización del país en el que el ejército y la burguesía comprenden un modelo bicéfalo, un ejército que ya no quiere mantenerse encuartelado pues su ley se supo más eficaz que antes, una burguesía desconfiada del liberalismo que los enriqueció, pues en el ocaso de dicho modelo vieron comprobado su clasismo. No sabemos si la degradación ambiental, la curva demográfica y la apertura comercial han sido consustanciales a la cuestión de la desigualdad social, e inclusive la de orden sanitario -como detalle alusivo, en la Première se obsequiaron cubrebocas con camuflaje militar. En función de lo antedicho, la simplicidad que obliga a las circunstancias del caos corona el saber de quien prevalece al asumir que el gobierno de la gente y la administración de las cosas siempre fueron compatibles, en su expresión más terrorífica.

Ya cerrando este análisis queda todavía plantear qué tan factible o profética es la propuesta de Nuevo Orden ante el actual sexenio. Más allá de alguna situación realmente crítica que ni siquiera aparezca en la trama no surgen elementos para aproximar ambos mundos, sobre todo considerando el papel y presencia que poseen las distintas tecnologías digitales para hacer contrapeso al Estado; sin embargo,

no deja de ser inquietante el paralelismo entre la policía militar controlando hasta los espacios de congregación religiosa con la presencia de la Guardia Nacional al interior de la Catedral Metropolitana. Tampoco es que ignore que la militarización del país desde que inició la guerra calderonista del narco hasta nuestros días ha cobrado mayor presencia en diversas regiones del país y no es extraño ver pasar en distintos lugares esos convoyes del ejército o de determinados cárteles. Si hubiera una escenografía realmente idéntica a Nuevo Orden en México es la proliferación de los ‘pueblos fantasma’ que en el abandono del Estado han sido consecuencia del poder que ha venido acumulando el crimen organizado. Ahora bien, la crudeza de la película cubre un papel importantísimo, pretende desmembrar la dimensión espectacular de los gobiernos contemporáneos para exponer su estructura corporativista en la que la mixtura del fusil y el capital aparecen como una síntesis posliberal: el extremo centro. El inveterado priísmo que era capaz de contentar a empresarios y burócratas sabía a su vez conferirle una presencia retórica al pueblo, no parece falto de nostalgia que el actual gobierno adolezca de su característica organicidad -al final su forma de gobierno se relaciona con aquellas improntas políticas que lo marcaron, el corporativismo de Echeverría, y sobre todo el de López Portillo. Existen dos similitudes, aunque siendo justo, aparecen en la forma pero no en el grado, si bien en México se ha empleado el brazo militar de modo excesivo el último intento de sublevación militar sucedió con Saturnino Cedillo en 1938 -justamente Nuevo Orden se acerca a un extremo cuya capacidad comunicativa es abrumadoramente virtuosa. La mayor cercanía que podría encontrarse entre la realidad y la ficción aparece primero al observar cómo se incentiva continuamente la polarización social con tonos clasistas para hacerse de una base capaz de agredir a la disidencia tanto en el ámbito virtual -el ataque continuo a los periodistas que concentran la atención de la política actual-, como en los espacios públicos -contra manifestantes opuestos al gobierno sin que deba reprimirlos de modo directo. La segunda semejanza se relaciona con cómo esta forma de corporativismo post-liberal (o neoliberal) podría representar la supresión de una parte de la burguesía nacional -entregada a las masas para su linchamiento-, favoreciendo y protegiendo a otra alineada y cercana con el gobierno, que consciente del componente presidencialista se ajusta para mantener sus privilegios, expresados con las crecientes adjudicaciones directas y diversos actos de nepotismo, entre otras consideraciones, al tiempo en que se reducen las clases medias, y se mantiene la ira de los ‘animalitos’ -López Obrador dixit- para suprimir a los opositores en turno. Así, las gracejadas, promesas, clientelismo, y sobre todo la ineptitud, caen como anillo al dedo para convertir el escenario dantesco de Nuevo Orden en otro episodio más de nuestra tragicomedia mexicana que de novedoso no tiene tanto.

P.D. Se integra a este breve ensayo otras dos interpretaciones, que dentro de todas las revisadas resultaron ser de muy buena calidad analítica. Fernanda Solórzano, Reseña de Nuevo Orden. En: https://www.youtube.com/watch?v=i39o9h-fj0s

 

José Antonio Sánchez Cetina. El Nuevo orden y la revancha como justicia. En:

https://www.eluniversal.com.mx/opinion/jose-antonio-sanchez-cetina/el-nuevo-orden-y-la-revancha-como-justicia

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