Arturo Rivera, pintor amante de la vida y de trazos que aludían a la muerte
El artista falleció la madrugada de ayer tras una caída que sufrió en su casa, en la Ciudad de México
Mónica Mateos-Vega y Merry Macmasters
La Jornada
El pintor Arturo Rivera falleció la madrugada de este jueves a causa de una hemorragia cerebral provocada por una caída que sufrió en su casa-estudio de la colonia Condesa, en la Ciudad de México, de acuerdo con informes de sus familiares.
La noticia sorprendió a colegas, amigos y admiradores del artista cuyo pincel, siempre desde los claroscuros de la perversidad, como él se definía, presagiaba la muerte.
La experiencia de un suicidio fallido en su juventud, una mala operación que le provocó una prolongada hemorragia y un cambio de válvulas en el corazón, a pecho abierto, fueron los acontecimientos que, sin metáforas, se reflejaron en su obra.
Esas historias en su biografía, explicaba, quieren decir que vivo más cada día, que no resto, sino que, como he pasado líneas, voy sumando vida. Me gusta vivir, pero soy un vivo entre los muertos. Por supuesto que tengo otra forma de ver la existencia y no es que no tema a la muerte. Temo, pero no es un susto constante, parece contradictorio, pero cuando la muerte viene a mi vida es para hacerme revivir.
El poeta Ernesto Lumbreras comentó en su muro de Facebook que apenas el miércoles había recibido un correo electrónico de Rivera, pues el pintor quería que una obra suya engalanara la portada de un libro mío. Sin tardanza me envío cinco piezas para escoger. Me contó que en las últimas semanas batallaba para caminar, que había pasado unos días en Tepoztlán prácticamente mirando por la ventana. Había dejado de pintar, leía, pensaba, recordaba su vida. Antes de colgar me dijo que estaba mejorando su situación locomotriz gracias a una terapia. Lo escuché de buen ánimo, maledicente, pícaro y jovial.
El pintor preparaba una exposición para mediados de 2021 en el Museo Fernando García Ponce-Macay, de Mérida. Se trataba de una muestra de 20 obras entre pintura, litografía y dibujo, informó Rafael Pérez y Alonso, director del recinto.
Las piezas más nuevas serían unas litografías que realizaría en el taller Blackstone, a cargo de Frank Lara y Arturo Guerrero. La última pieza que hizo con ellos data del 20 de julio de 2017. Lara expresó a La Jornada que desde hace dos semanas Rivera tenía ya la piedra litográfica en su estudio y que apenas el pasado martes 27 de octubre se habían puesto de acuerdo para comenzar el proyecto. El artista había prometido tener resultados en 15 días.
Hijo de las vanguardias
El Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura señaló que Arturo Rivera deja un trascendente legado en la plástica del país y recordó que en 2005 ganó el Primer Premio en la segunda Bienal de Arte de Beijing, China, con el óleo Llegando a Nueva York, que ahora pertenece a la colección del Museo Nacional de Arte de ese país.
Con una formación rigurosa en la Academia de San Carlos, Arturo Rivera siempre defendió la búsqueda creativa a través del dibujo, la gráfica y la pintura.
En 1969 presentó su primera exposición individual en homenaje al Che Guevara. En 1973 estudió serigrafía y fotoserigrafía en Londres.
En una entrevista concedida a este diario en 1999, el pintor, quien nació el 15 de abril de 1945, narró que reconstruir su alma había sido tremendo.
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? El Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura señaló que Rivera deja un trascendente legado en la plástica del país.Foto Rogelio Cuéllar
“Mi vida empezó cuando me salí de mi casa a los 17 años. Mi padre era de clase media, más o menos acomodada, y como escogí ser pintor y no arquitecto me dijo adiós. Luego de mi suicidio, empecé a usar la mente, pues todo lo anterior había sido pura intuición. Tuve que aprender a vivir. Experimenté una regresión, porque no podía salir a la calle y mi madre tenía que dormir cerca de mí. Incluso necesité resignificar mi ciudad.
“Me fui al extranjero porque luego de mi segundo divorcio, mi hermano murió y yo dije: ¿qué hago aquí? Tenía fobias muy grandes, cada calle me recordaba cosas, no podía con la Ciudad de México. Cuando regresé, me fui a vivir a Tepoztlán y para reconstruirme como habitante de la ciudad imaginé que era un extranjero. Fue difícil, porque yo amaba entrañablemente a esta ciudad. Estudié la prepa en San Ildefonso, fui a la Academia de San Carlos. Mi vida se había forjado en el centro y después era lo que más me daba fobia. Hasta había dejado de pintar.”
En 1976, Arturo Rivera se trasladó a Nueva York, donde inició su característico estilo realista. En 1979, por invitación del litógrafo y grabador Mac Zimmerman, se fue a Múnich, Alemania, como su asistente.
Regresó a México en 1981, año en el que participó en una exposición en la Universidad de las Artes y las Ciencias de Valencia. En 2000, se seleccionó una de sus obras para una exhibición de pinturas de autorretratos en el Museo del Palacio de Bellas Artes, expuesta junto con piezas de Diego Rivera, Frida Kahlo y Francisco Goitia, entre otros.
En 2003, Arturo Rivera fue distinguido por el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, México, como maestro del arte mexicano del siglo XX.
En charla con La Jornada en 1999 el artista compartió: “Sobrevivo con medicamentos porque de repente padezco ataques de pánico, que son como entrar en un remolino del que ya no sales. Tomo mis precauciones al respecto, sobre todo porque cuido mi corazón. Asumo mi vida actual. Es decir, si tuviese que tomar morfina para seguir viviendo lo haría, pues me gusta vivir.
“No estoy muerto. ¿Por qué? Porque toda la pintura está muerta y yo sigo pintando. He hablado mil veces de ese ‘reciclar el arte’. Los performances son cosas que, por ejemplo, ya viví. Soy hijo de las vanguardias. Hace muchísimo quebré un caballete en la calle de Mazatlán como símbolo de que esa forma de pintar había muerto. Hice happenings, instalaciones llamadas hoy performances. Ahora todo eso existe por cuestiones de mercado.
“Pero lo original no está en el cerebro. A estas alturas del arte ya no se puede hacer nada ‘innovador’. Lo ‘original’ radica en la diferencia innata que toda persona trae en su interior, pero la introspección duele, cuesta trabajo y se requieren muchos años para hacerlo. Por eso el oficio de pintor es de resistencia.
He penetrado hasta lo más hondo de mí, porque la pintura ha sido mi terapia y ya estoy hueco. Hasta que me muera voy a seguir luchando por seguir haciéndolo mejor. Claro, no en el sentido moral, porque soy un perverso.
El pintor Arturo Rivera, fallecido este jueves, aportó mucho a la pintura contemporánea y dignificó el dibujo, así como la pintura figurativa y realista a escala internacional. Su universo pictórico va más allá del denominado hiperrealismo. Era un gran artista, íntegro y culto, que amaba la vida y respetaba a la muerte, entre cuyas preocupaciones estaba cómo manifestar la esencia de lo humano, en su más cruda realidad y, al mismo tiempo en su más poética esencia, expresaron colegas que lo conocieron y que en distintas etapas de su trayectoria mantuvieron con él una cercana amistad.
Para el pintor Marco Zamudio, quien en 1995 fue asistente del maestro Rivera, su trabajo y obra “es única e influyó a muchísimos pintores. Fue un creador muy honesto y coherente en lo que hacía, pictóricamente hablando. Era un artista muy culto que conocía mucho de pintura. Un dibujante excelso que aportó mucho y dignificó el dibujo y la pintura realista y figurativa.
“En un mundo globalizado lleno de arte objeto y conceptual, supo remar a contracorriente. Era un pintor que decía que había que leer mucho y escuchar mucha música, para que el mundo que uno trae dentro empezara a emerger, además de trabajar en la introyección e introspección personal antes de pintar cuadro y encontrarse con el mundo interno para después explorarlo en un lienzo.
“El mundo de Arturo Rivera va más allá del denominado hiperrealismo. Rivera tiene un autorretrato titulado Los ejercicios de la buena muerte, en el que alude a cuando le pararon el corazón para destapar una arteria y con una máquina lo echaron de nuevo a andar. Rivera no tenía miedo a morir, pero decía que sí respetaba a la muerte, porque sólo ella nos podía hacer sentir lo mucho que es estar vivo. Su pintura es un eclecticismo de mundos extraños. A partir de la introyección y los miedos que sentimos, decía, es como nos podemos liberar, a manera de exorcismo.
Un cuadro es una especie de exorcismo que tenemos dentro; en el caso de Arturo Rivera es evidente, como bien ha dicho el también maestro y poeta Eduardo Lizalde: la belleza de lo terrible se encuentra en la obra de Arturo Rivera.
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Imágenes que se desbordan
Pascual Borzelli, fotógrafo: “Retraté a Arturo de 2006 a la fecha. La última foto se la tomé en enero pasado leyendo el periódico en un café ubicado en Michoacán y Vicente Suárez, en la Condesa. Nos conocimos en un café en la misma colonia. Pedí retratarlo y aceptó. Le sacaba fotos en los cafés, en su casa, luego en su estudio, pintando. No permitía que nadie lo retratara de esa manera. Era muy creativo, exigente consigo mismo y con sus amigos, comprometido con la pintura. En su momento, el entonces Consejo Nacional para la Cultura y las Artes imprimió un libro de su obra; sin embargo, él prohibió que saliera porque estaban alterados los colores de sus pinturas. Pidió que le respetaran sus derechos de autor. Arturo ilustró Amar a Mara, libro de poemas de Juan Gelman. Primero, hizo dibujos para la edición, luego los cambió por pinturas. Se consideraba de la generación de Alberto Castro Leñero y Gabriel Macotela”.
Saúl Kaminer, pintor: “Es una gran pena, porque perdemos a un gran pintor. Un artista singular que supo labrar un camino propio. Arturo es alguien que tuvo un recorrido con mucha profundidad. Muchas veces pensó exponer en Alemania. Como amigos platicamos mucho, en los cafés de la colonia Condesa. Siempre tenía una preocupación pictórica, cómo lograr sus profundidades y atmósferas, cómo manifestar la esencia de lo humano, en su más cruda realidad, y al mismo tiempo en su más poética esencia. La pintura de Arturo no se queda sólo en la narrativa de la misma, sino que va más allá; es decir, uno no se queda en el qué quiere decir, sino que las imágenes se desbordan a profundidades infinitas.
Siempre tuvo un carácter muy difícil, porque parecía estar en pelea consigo mismo. Entre nosotros siempre hubo camaradería y afecto. Pero tenía una especie de desgarramiento interior muy a flor de piel, y no sabemos qué hubiera pasado si no hubiese sido pintor. Eso lo hacía a la vez muy noble, y también muy duro y difícil. Pero en realidad era muy cariñoso. Todos tenemos contradicciones, pero él las vivió más a flor de piel. Arturo deja un legado pictórico impresionante y maravilloso. Hace falta una gran exposición de su obra
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Demian Flores, artista plástico: Perdemos a uno de los más grandes pintores contemporáneos. Un pintor con una gran integridad tanto en su vida como en su trabajo. Es una gran pérdida para el arte. Para los de mi generación su obra fue una gran inspiración. Si el arte es espejo de lo que uno es y un espacio de la autorreflexión, el mejor ejemplo de ello es su obra. En ella se puede apreciar lo que Rivera era en su vida
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Gabriel Macotela, pintor: “Arturo Rivera tenía una técnica, una poética y unas temáticas alucinantes. Fue un artista muy culto y sui generis”.
Antonio Ortíz Gritón, pintor: Fue un excelente dibujante, en sus obras había igual una cierta sensualidad
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