Eclipse de los Tiempos a Través del Cine Náhuatl
Por Daniel Pem
Uno de los procesos de mestizaje en las culturas hispanoamericanas sucedió sobre la concepción del tiempo. Como si se tratase de un eclipse, dos astros con distinto rumbo aparecen en el firmamento para conformar un encuentro que cada uno explica de acuerdo a cómo comprende la naturaleza de su dirección. La concepción sagrada de los ciclos -en el sistema bicalendárico de los aztecas- dialogará con la cronicidad judeocristiana que comprende desde el origen del mundo, la aparición del hombre adámico, y la presencia de Cristo en la tierra. La expresión cultural de dicha concordancia aparece en el teatro náhuatl, siendo su forma cinematográfica el modo en cómo la presente nota lo analiza.
Este instante comienza con el Día del juicio final, representación realizada tras unos años de acaecer la caída de Tenochtitlan, en 1531 Fray Andrés de Olmos la presenta en Tlatelolco con un fin evangelizador que sigue el lenguaje dramático para poder conducir contenidos bíblicos a través de una historia. El Apocalipsis indica la disolución del hombre ante la presencia de Dios, haciéndose de su gloria por haberle sido fiel, o quedándole la condena que implica alejarse de su amor. Es la advertencia hecha sobre los indígenas para cuestionar su ‘idolatría’, a pesar del valor que ella contiene para hacerse receptivos ante el canon cristiano. El sincretismo se convierte en el puente obligado para aglutinarlos simbólicamente, y la perpetuación de un poder solar -contemplado al final de la obra en Jesucristo y María- habrá de sostener dicha unión. El argumento específico tratará sobre el juicio a una indígena de nombre Lucía, cuya promiscuidad es reprobada como forma de condensar el rechazo a la organización social de los aztecas, cuyo arreglo jurídico permitía el divorcio y la poligamia; al mismo tiempo, se presenta a través de diversos personajes una cosmogonía que habrá de desplazar los viejos cultos.
Esta obra se volvió a presentar en 1993, y quien la realiza y videograba -Miguel Sabido- también nos lleva de la mano para contemplar la ruptura de esta sincronía. Otra película suya realizada en 1997, Santo Luzbel, expone la recurrencia del teatro como manifestación ritual de lo sagrado, trata sobre una voluntad -la de la Iglesia católica- cuya decadencia desplaza la yuxtaposición de dos cosmovisiones, y en esos términos replantea la búsqueda del indígena. La idea de que el universo posee en sus formas más elementales su cualidad sacra se combina con la representación antropomórfica de potestades devenidas en santos, Santo Luzbel lo es tanto como San Miguel pues nada en el mundo puede explicarse sin la presencia de su sombra. Toda forma genuina de devoción al interior del templo católico se diluye en el proceso de modernización occidental, que termina confiriéndole a sus sacerdotes un papel sumiso en interés de poderes seculares. Esta búsqueda intuitivamente se anida en un recinto abandonado, ruinas que serán restauradas para darle su hogar al espíritu.
* En gratitud al maestro Víctor Pérez Erazo, por su dedicación a la enseñanza y divulgación del teatro náhuatl.